Siempre recordaré la primera vez que me subí a una montaña
rusa. Era media mañana y apenas había gente. Recuerdo que estaba nervioso,
nunca me han gustado los parques de atracciones. Y recuerdo que, en ese momento,
estaba seguro de que mi corazón no podía latir mucho más deprisa. Que, harto,
decidiría pararse ante tanto esfuerzo. Mis férreas concepciones se derrumbaron
cuando comencé a atisbar el primer descenso, vertiginoso. Siempre recordaré el
derroche de adrenalina, el sentir como mi mente se vaciaba metro tras metro, y
la ilusión de una libertad superior. La experiencia me maravilló, hasta que
llegó el malestar posterior.
Desde entonces, y hasta ahora, nunca había vuelto a montarme
en una, y las sensaciones se fueron. O, al menos, se ocultaron aguardando el
momento para aflorar de nuevo. Ahora que tengo un poco más de tiempo como
perspectiva, he empezado a creer que conocerte fue, sin sospecharlo, repetir
ese viaje.
La experiencia, nunca lo negaré, me fascinó de nuevo. Me
enamoró tu anarquía, tu vivir al día
robándole segundos a nuestros pensamientos. Me entretuve, con timidez,
en cada curva de tu cuerpo. Después, ni quise ni pude evitar precipitarme en el
recorrido. Me elevaron tu risa y tu humor casi infantil y fueron esos ojos
marrones, tan sosos y tan típicos, los que cada segundo me hechizaban.
También descubrí el vaivén, los descensos bruscos, a veces
demasiado pronunciados. Al principio me descolocaban. Después comencé a mirar
de vez en cuando al frente, y aprendí a preverlos en lo posible. Me acostumbré
a tomar aire cuando el corazón me daba algún momento de tregua. También hice el
esfuerzo y comencé a abrir los ojos en cada caída, en lugar de dejarme llevar,
cerrarlos, y simplemente gritar.
Y entre ascensos celestiales y caídas abisales, casi me
olvidé de ese malestar posterior de la primera vez. Quise olvidar que siempre
me han dado miedo las alturas. Tiendo a marearme en cuanto el suelo se aleja, y
contigo he estado volando a velocidades insospechadas. No soy tan fuerte, ni
tan decidido, como aparento a veces. También tengo mis momentos de caída, en
los que tengo que aferrarme a algo.
Necesito pisar tierra firme. Respirar profundamente. Hacer
la compra. Beber tequila. Disfrutar con calma de un atardecer y del sabor del
mar. Pero tengo un miedo atroz. Nada parecido a esas historias de fantasmas que
tanto nos gustan a los dos. Tengo miedo de dar un paso, buscar tu mirada, y
encontrarme el vacío. Gritar tu nombre y obtener sólo un espeluznante silencio.
Ir a abrazarte y darme cuenta de que te quedaste atrás, entre ascensos y
descensos. Lejana, como un sueño imposible.
Preciosa comparativa. Me ha encantado tu relato (sea o no real, eso no me importa, lo bueno es que es creible y emocionante).
ResponderEliminarBuenas!! Ya ando por aquí de nuevo, después de estas vacaciones blogueras que me he tomado.
Besitos, Rober
Lupa
Muchas gracias, Lupa :) Espero que esas vacaciones bloggeras te hayan servido para desconectar y disfrutar. ¡Por aquí nos leemos!
EliminarSencillamente maravilloso. Primero, me he visto reflejada en tus palabras, pero después le das un giro tremendo. Muy bien logrado. Comentarte que hace dos años también me he subido de nuevo a una montaña rusa, pero la experiencia ha sido mucho más llevadera. Sin embargo, he vuelto a mantener los ojos cerrados - eheheh ;) Un abrazo.
ResponderEliminar¡Mil gracias, Offuscatio! Cuesta abrir los ojos, es casi un acto reflejo el cerrarlos herméticamente. Yo es que tengo un gran problema con los mareos. Cuando era peque, recuerdo que mis padres estaban desquiciados. Me mareaba incluso en viajes en coche de cinco minutos.
EliminarOtro abrazo para tí
Hace dos años decidí que nada de montañas rusas, será la edad, pero ya no estoy dispuesta a esos altibajos. Busco un tiovivo, fiable, que sepa dónde va y que suba y baje sin sobre saltos. Un tiovivo como el de Mary Poppins, en el que los caballitos, a pesar de todo, puedan sorprendente escapándose por el campo. Es una preciosidad de entrada. Espero que quien tenga que leerla, la lea.
ResponderEliminarBesos
No sé yo. La persona que tiene que leerla casi nunca sube al Desván. Le dan miedo la oscuridad y los murciélagos. Eso sí, tiene capacidades telepáticas mil veces demostradas.
EliminarEn cualquier caso, escribo más para desahogarme y "sacar" de mí las cosas que se me pasan por la cabeza que buscando un destinatario, aunque siempre existe, claro.
Abrazos y gracias, Dorothy. Me alegra que te haya gustado!
Me ha encantado :) Si te soy sincera, no soy una gran amiga de las emociones fuertes. Digamos que tengo un sistema nervioso que se altera con facilidad... Pero debe ser emocionante sentir esa descarga de adrenalina y olvidarte por unos minutos de todo lo demás :)
ResponderEliminarYo soy igual, Mar. Derrochar adrenalina está muy bien durante un rato. Pero después me ocurre como a tí. Soy muy nervioso y suelo huir de las emociones fuertes. Aunque siempre hay algunas irresistibles, claro.
Eliminar¡Besotes!
Uauu, Rober, impresionante, también miro la montaña rusa con deseo pero grandes dosis de inquietud. Me ha encantado este viaje que nos has ofrecido no solo en el parque de atracciones sino con todo lo demás. Sensacional!
ResponderEliminar¡Qué entusiasmo! jajaja. Muchas gracias, Marilú. Un placer que te haya gustado tanto. A ver si las musas llegan para quedarse un tiempo.
EliminarUn besín.
Un relato precioso y una hermosa comparativa de lo que es sentir.
ResponderEliminarDisfruta de tu viaje
Besos
Haremos lo que podamos, como siempre :)
EliminarMuchas gracias y besines!
Ella siempre estará ahí aunque te creas que no. Las montañas rusas es lo que tienen, que después del vaivén llega la calma y la felicidad y al final del túnel estará ella. Besos
ResponderEliminarAna
Gracias, Ana. ¡Besos!
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