"La carretera" (Cormac McCarthy)

Me gustó su “Sunset Limited”. Tanto, que dejé un hueco vacío a su lado en el Desván. Como queriendo obligarme a repetir con Cormac McCarthy, un autor desconocido para mí hasta hace unos pocos meses. Pues bien, hoy me he decidido a cubrir ese pequeño hueco con “La Carretera”, novela con la que el de Providence obtuvo el premio Pulitzer 2007. 

Y como ocurría con “El Sunset Limited”, esta es una historia sin nombres propios. Nuestros dos protagonistas son un padre y un hijo que avanzan siguiendo el camino que les marca una carretera. Lo hacen entre las ruinas y las cenizas de un mundo muerto, devastado por algún tipo de catástrofe. Con la única compañía de un carro de la compra que alberga sus mermadas provisiones, avanzan hacia el sur, hacia el mar, luchando por sobrevivir. 

Siempre digo que me encantan las historias con ambientación post-apocalítica, bastante de moda últimamente. Disfruto entre estos mundos decadentes que los autores nos brindan. Algunos son más fantásticos, pero otros, por lo creíbles, llegan a resultar inquietantes. Es el caso de esta novela. McCarthy recurre a constantes descripciones, detalladas, que logran plasmar a la perfección ese particular escenario que ha concebido para esta historia. Casi huele a ceniza al pasar las páginas.  

Y aunque el poder de la descripción es capital, “La Carretera” tiene más cosas interesantes. Nuestros protagonistas, por ejemplo, hacia los que se bascula toda la carga de intimismo de la historia. Un padre atormentado por los recuerdos, que nunca dejará de luchar por la supervivencia de su hijo. Y un chico que se nos antoja débil pero que, a medida que devoramos las páginas, comienza a comprender el inhóspito mundo en el que le ha tocado vivir. Los diálogos entre padre e hijo, llenos de frialdad y tirantez, plasman sus inquietudes, sus pensamientos, su desesperación. Y sobre todo invitan al lector a una reflexión constante, casi existencialista.

Me ha costado al principio hacerme un poco al estilo de McCarthy en esta novela. Cayendo a veces en la repetición para evitarla en otros casos. Haciendo uso de infinidad de frases cortas, que tienden a obviar palabras y que se antojan atropelladas en ocasiones. No he podido evitar imaginarme a McCarthy como un pintor obsesionado con los detalles. Un artista que, en trazos algo apurados pero firmes, esboza su universo y transmite todos sus matices. 

Y del mismo modo que la ceniza flota en este mundo agonizante, hay un pesimismo que parece siempre suspendido en esta trama, en cada página. Es esta una historia dura, que coquetea con la crueldad y el terror en algunos puntos, y que se proyecta a nuestros dos protagonistas. La historia de una situación límite en la que la esperanza parece casi una ilusión.

Una novela de ficción que parece querer no serlo y buscar convertirse en algo parecido a un retrato verosímil y admisible. Y en este propósito, al menos en mi caso, McCarthy y su carretera cumplen con creces.