La chaise-longue victoriana (Marghanita Laski)

“La chaise-longue victoriana” es una de esas obras que devoré casi a modo de sorbete literario. Entre lecturas, y confieso que con un muy buen regusto, me sumergía en esta pequeña novela y descubría de paso la prosa de Marghanita Laski, periodista y crítica literaria británica en pleno S. XX.

Pongámonos en el supuesto de que, como a todos nos habrá ocurrido alguna vez, nos quedamos dormidos en el sofá. Y pongámonos en el supuesto de que, al abrir de nuevo los ojos, nos encontramos de pronto en otro lugar. Comenzamos a ver pasar ante nosotros personas extrañas, que nos brindan conversaciones no menos desconcertantes. Pensamos, inevitablemente, en una pesadilla, un mal sueño. Pongámonos en el supuesto de que no terminamos de despertarnos. Imaginemos que el sueño se prolonga indefinidamente, hasta ese punto en el que nos planteamos si, en realidad, estamos soñando.

Obviando los distintos componentes que aparecen como fiel reflejo de la realidad casi sociológica de la época, este es el punto de partida de la historia de Laski. Nuestra protagonista, Melanie, lleva meses postrada en una cama recuperándose de una enfermedad complicada, sin poder ver siquiera a su hijo recién nacido. Con los primeros síntomas de mejoría, Melanie será trasladada a una habitación contigua. Allí, una vez instalada en una anticuada chaise-longe victoriana, Melanie se quedará dormida. Y lo que sucede a continuación es lo que ya sabéis y nos invita a adentrarnos entre estas páginas: Melanie se encuentra en una estancia que no parece exactamente la misma, siendo testigo de conversaciones entre varios personajes que se antojan, aparentemente, desconocidos.

El terror por el que Laski se decanta reside sin duda en lo psicológico, en la evolución de Melanie, que nos va narrando a un ritmo in crescendo. Partiendo de una base pausada que va incidiendo alternativamente en las descripciones externas, quizás en exceso en algún punto concreto, y en los diálogos. Poco a poco, sin embargo, el argumento se centra en una Melanie a quien nos asomamos casi de forma íntima. Somos testigos de un desconcierto inicial que da paso a las preguntas. Melanie, al mismo tiempo que el lector, comienza a hacerse las preguntas más básicas, a vacilar, a dudar incluso de su propio estado, de su propia vida y de su propia identidad. Un terror sustentado en una incertidumbre densa y constante desde el principio, y que ni siquiera se diluye con el broche final.

En cualquier caso, si tengo que concluir definiendo la trama sin contarla, cosa siempre difícil, os diría que me dejó ese aroma ambiguo, pero delicioso. El mismo deje a eclecticismo de aquella “Otra vuelta de tuerca”. No pude evitar, lo confieso, evocar a Henry James mientras pasaba las últimas páginas. La elegante píldora que aquí nos deja Laski hará las delicias de cualquier amante del terror psicológico en su vertiente clásica. Una novela corta que se devora en un rato, que está plagada de pequeños detalles y referencias y que es de las que admite, creo, una interpretación por lector. Quizás incluso una interpretación por lectura.