American Beauty (1999)

Este es uno de esos jueves en los que vamos a cambiar un poco el registro y vamos a proyectar en el Desván una de esas películas difíciles de etiquetar. Una de las que vi hace años y con la que repetí hace bien poco. El británico Sam Mendes nos dejaba esta “American Beauty” en nuestro país inaugurando casi nuevo siglo. Aquella época en la que empezamos a contar los años en dos miles.

Una película que en esencia es la crónica de una relación rota, de un matrimonio arruinado y que, a medida que vemos pasar las escenas, comprendemos que es totalmente imposible. El de Lester, indudable protagonista, y Carolyn Burnham. El de un colosal Kevin Spacey y una Annette Bening que no se queda atrás en absoluto. Un matrimonio que se sustenta, como tantos, sin alimento. Sólo es cuestión de que algo llegue y se lleve por delante unos cimientos más que frágiles. Y ese algo tiene nombre propio y es Ángela (Mena Suvari), una hermosa joven amiga de Jane (Thora Birch), la propia hija de los Burnham. Una Ángela de la que Lester se quedará inmediatamente prendado.

Lo que parece a priori algo bastante trágico se nos rebaja con bastante humor, con situaciones cómicas y con dos personajes, Lester y Carolyn, que parecen competir en ironía y sarcasmo. Cada uno de ellos busca su propio escape a la relación y su hija Jane, entre ambos, confusa y distante, parece hacer exactamente lo mismo. Especialmente cuando conoce a Ricky Fitts, un muchacho extraño, misterioso y muy atípico que resulta ser su vecino y que tiene una doble cara.

El filme, con todas sus subtramas, es una especie de espiral que nos guía entre contrastes, nos lleva desde el registro más cómico y humorístico hasta el más dramático, constantemente, en una suerte de tragicomedia que se prolongará hasta el final. Las interpretaciones y el acierto de Mendes a la hora de solapar e intercalar las tramas resulta en una película más que amena: No podemos evitar la sonrisa, a veces la carcajada, pese a tener ese fondo crudo y dramático que el filme, más que sortear, nos plantea de forma más fácilmente digerible.

Porque más allá de esa relación rota y ese humor, esta “American Beauty” tiene un incuestionable poso crítico. Replantea esa figura del matrimonio desligándola del amor y arrimándola más al tedio y la rutina. Se detiene a plasmar cómo puede repercutir en terceras personas, véase, en este caso, una hija. Y, sobre todo, cuestiona a su manera el ideal occidental de belleza,  la importancia que le damos a algo tan material. En este caso lo hace a través, sobre todo, de Ángela y de Jane. Esa adolescente cuyo sueño es ser modelo y que afirma en varias ocasiones aquello de que no existe algo peor que ser vulgar. O esa otra capaz de ahorrar para costearse una operación estética.

Desempolvo hoy (que catorce años ya son años) una de esas películas que se me antojan indispensables, porque abarca con maestría temas que siguen y seguirán de actualidad. Porque os robará más de una sonrisa. Porque seguramente os removerá en alguna escena. Y porque es una auténtica delicia ver aquí a Kevin Spacey, en este rol.