Juegos de ingenio (John Katzenbach)

Si algo me gusta del autor que hoy vuelvo a traerme el Desván, es la complejidad que consigue en sus personajes, cómo consigue aproximarnos, página a página, a una mente criminal. “Juegos de ingenio”, que en esta ocasión llegó a mi estantería en forma de afortunadísimo regalo, no es su mejor historia, no vamos a engañarnos. Pero, de entre todas las que han caído en mis manos, quizás ha sido la novela en la que más he vislumbrado a Katzenbach. Al Katzenbach periodista, al Katzenbach especializado en crímenes. Quizás al Katzenbach, por qué no, más ilustrativo en algunos puntos.

Esta vez nos conforma la historia de Jeffrey Clayton, un personaje perfecto para este propósito. Jeffrey es un profesor especializado en criminalística y a quien vamos atisbando página tras página. Colabora elaborando perfiles criminales y lo hace en un contexto que, desde el principio, vemos plagado de violencia. Katzenbach nos traslada a un marco algo futurista que quizás busque no serlo tanto. A unos Estados Unidos que supuran violencia y en los que late el miedo, el desconcierto y la incertidumbre. Ni siquiera las aulas están lejos de la amenaza. Jeffrey recibirá una visita, la de Martin: un agente especial del gobierno que parece requerir su ayuda en una nueva serie de asesinatos. Sin embargo, Jeffrey no tardará en descubrir que sus conocimientos no son suficientes para elaborar este nuevo perfil. Esta vez, el asesino apunta hacia su propio pasado.

Jeffrey no es el único personaje a quien acompañaremos en esta novela. Su historia va solapándose con la de su hermana Susan, una periodista que trabaja elaborando acertijos y pasatiempos para una revista. Una mujer que vive con su madre enferma y que, de pronto, se ve amenazada por sus propios métodos, víctima de esos juegos de ingenio que tan acostumbrada está a idear. Dos tramas, la de Jeffrey y la de Susan, que fluyen paralelas, que intuimos destinadas a confluir desde el principio, y que efectivamente lo hacen. Dos personalidades compatibles que tendrán que fundirse para dar con este serial killer.

Katzenbach nos ofrece lo que tiene por costumbre: un ritmo apropiado, quizá un tanto irregular esta vez, compensado con abundantes diálogos, algunos realmente soberbios. Puñados de intriga, y una vuelta de tuerca al thriller en forma de constantes sorpresas y giros argumentales. Pero aquí incide en algo más: la ambientación. Y aprovecha los contrastes. Esos crudos e intemperantes Estados Unidos, sumidos en una vorágine de tensión continua, frente al único lugar aparentemente al margen, llamado a ser el Estado número 51. Un lugar que ofrece una seguridad que resulta ser solo aparente. Lo que parece utópico y que, pronto veremos, roza casi lo distópico. 

Como digo, pese a estar un peldaño por debajo de aquel “Psicoanalista” que me enganchó a Katzenbach, estamos ante un notable thriller con pretensiones de ir un pequeño paso más allá. Hacia una reflexión y crítica bastante patente en torno a la violencia, como ilustra el párrafo con el que me permito concluir la reseña. Y también en esa intención de aproximarnos a la mente y a la planificación de un asesino en serie, dejándonos continuas referencias a casos y asesinos reales.   

-   Déjeme explicarle, inspector. En realidad no es tan complicado. El mundo está repleto de asesinos. Asesinos de todas formas, tamaños y estilos. Hay quienes matan por la emoción de hacerlo, quienes matan por motivos sexuales, quienes matan por dinero o por toda clase de razones…La muerte violenta es algo común y corriente, habitual. Ya no nos escandalizamos, ¿verdad? ¿Depravación? Vaya cosa ¿Sadismo? Nada nuevo. De hecho, utilizamos la violencia y la muerte como entretenimiento. Nos excita. Está presente en nuestro cine, nuestra literatura, nuestro arte, nuestra historia, nuestras almas… Es – dijo el asesino, tomando aire – nuestra auténtica aportación al mundo.