La Residencia (1969)

Con todo lo que os hablo de terror por aquí son más bien pocas las veces que me detengo en el producto nacional, que existe y hay cosas la mar de interesantes. Incluso cuando hablamos de clásicos, como va a ser hoy. Si pensamos en España y pensamos en terror clásico, hay un nombre en el que sin duda hay que detenerse: Chicho Ibáñez Serrador. Los más jóvenes no crecimos con sus ya célebres “Historias para no dormir” y tenemos que conformarnos con disfrutarlas desde el prisma de hoy en día, siempre con esa sensación de perdernos parte del encanto que debieron suponer en su día. 

Pero yo no voy a hablaros de esas historias que tenían y aún tienen ese algo que toca una fibra especial. Voy a hablaros de un filme que se emitió unos años después del arranque de esa serie: “La Residencia”, o “The House that screamed” en inglés. Que no se diga que los yanquis no saben también pasarse un título elegantemente por el forro.

Para los que la hayáis visto y los que no, esta peli nos situaba en una especie de residencia de estudiantes bajo el estricto mando de la señorita Fourneau (Lilli Palmer) Estudiantes todas ellas jovencitas que, por algún motivo, recalan en la residencia con el fin de enderezar sus vidas. Casi como terapia, casi para verse corregidas de algún modo.

Nos sumimos en ese ambiente de la mano de una nueva inquilina en la residencia, Teresa (Cristina Galbó) Con ella, comenzaremos a ser testigos poco a poco de la vida intramuros, de la actitud de unas muchachas que no están demasiado conformes con la mano dura de la señorita Fourneau. Conoceremos a Irene, esa alumna altiva que ejerce un fuerte influjo sobre sus compañeras siendo casi la mano derecha de la directora. También la historia de Luis, el propio hijo de la señorita Fourneau. Un muchacho sobreprotegido por su madre que también vive en la residencia, aislado y apartado de las internas, con el fin de que no se relacione con ninguna de ellas. Lo que ocurre, sin embargo, es precisamente que Luis mantiene una relación casi furtiva y clandestina con una de las jóvenes.

A todo esto añadimos algunas desapariciones, atribuidas a internas que simplemente han huido. Añadimos algunos sucesos un tanto extraños y un par de personajes secundarios que no parecen especialmente trigo limpio. Agitamos, y tenemos la intriga y el suspense que Chicho nos brinda aquí. Con ese acompañamiento musical que hoy nos resulta casi añejo, pero que complementa el argumento a la perfección, potenciando la tensión en las escenas cumbre. Y con una ambientación trascendental. Especialmente en el tramo final, cuando la residencia se convierte en un caserón lúgubre y tenebroso, y en las escenas priman las sombras, la oscuridad y los contrastes. 

Un clásico un tanto olvidado detrás de un hombre quizás  más recocido por su aportación televisiva, por otro lado encomiable. Pero que también nos dejó su aportación en el cine. Con este debut más sugerente, o con aquella tremenda e inolvidable “¿Quién puede matar a un niño?”, Chicho es uno de esos nombres propios a los que uno nunca se cansa de volver.