Consummatum Est (César Pérez Gellida)

Alguna vez he comentado que no soy demasiado de series literarias. Suelo procurar evitarlas, no sumergirme en demasiadas, pese a que proliferen de forma demencial. Supongo que soy un lector ansioso, no me gusta estar aguardando meses, a veces incluso años, para ver cómo un autor finiquita una historia. Incluso eso podemos agradecerle a César Pérez Gellida, que no ha eternizado la espera para que disfrutemos de la guinda de la suya. “Versos, canciones y trocitos de carne” comenzaba a principios de 2013 con “Memento Mori”. Y poco más de un año después ya tenemos “Consummatum est”, el fin de la historia de Augusto Ledesma. Ese sociópata y asesino en serie a quien nos hemos aproximado a través de cientos de páginas. César ha sabido acercárnoslo hasta conseguir que el lector casi llegue a conocerle, a vislumbrar cómo actúa y qué va pasando por su mente.

Ahora viene la parte quizá más complicada: daros una idea de lo que nos depara este broche sin revelaros demasiado de lo que acontece en las dos entregas previas. Contamos con varios personajes que se suman a la trama. Algunos que acaban resultando casi entrañables, como el comisario islandés Ólafur Olafsson. Otros que surgen para terminar de perfilar las historias particulares de nuestros protagonistas. Y otros que, comprendemos, nunca se habían ido y César rescata de aquella primera “Memento Mori”. Porque aunque este cierre de la trilogía comience con un sobrecogedor asesinato en territorio islandés, la historia desemboca en el mismo lugar desde el que partió: la ciudad de Valladolid.

Al margen de un flashforward que abre la novela, César nos presenta esta vez su historia de un modo bastante lineal, de nuevo de lo más asequible. Sin desaparecer, queda un tanto en segundo plano toda la carga ambiental e histórica que salpicaba “Dies Irae”. Tenemos, quizás, mayor campo para la acción. De hecho, nos toparemos con un par de escenas de esas realmente trepidantes, que catapultan el ritmo y disparan los acontecimientos. Alternando constantemente las perspectivas de los personajes, César nos teje de nuevo una historia tremendamente sólida. Y, sobre todo, creíble. Incluso cuando podríamos pensar en una guinda espectacular, adornada, o en la típica vuelta de tuerca tan efectiva a veces en esto del thriller, aquí nos encontramos con algo distinto. Encontramos coherencia, encontramos respuestas, y encontramos una ficción que no deja de serlo pero se sustenta, más que nunca, en pilares muy posibles, muy realistas. Quizás haya quien prefiera otro tipo de remate, más ostentoso, más imprevisible. A mí me ha encantado esta resolución. Sin ardides, sin demasiados fuegos artificiales, pero que encaja perfectamente como pieza que completa este puzzle.

Acostumbrados a argumentos a veces visiblemente estirados, altibajos, o a segundas o terceras partes con páginas de más, toparse con una trilogía como ésta es un soplo de aire fresco. “Versos, canciones y trocitos de carne” ha resultado ser una historia más equilibrada que efectista, fiel a su esencia inicial, y conducida por un autor que ha sabido desenvolverse con soltura para no alejarse de esa línea.

Por el momento, César nos ha legado unos personajes que permanecerán un tiempo en nuestra memoria lectora, un puñado de canciones que nunca volveremos a escuchar del mismo modo, y un buen montón de poemas, compilados todos en un apartado final, que son el mejor regalo para el recuerdo de la parte más truculenta de esta aventura.

“Consummatum est” no defrauda, y es un dignísimo final para una trilogía que se sostiene y que nos ha atrapado a muchos desde las primeras páginas. Ha sido un placer ser testigo, y ha sido un gustazo toparme con las letras de César, que se ha revelado como un estupendo tejedor de historias sin dejar de mantener su propia impronta.