127 Horas (2010)

Como algunos ya sabréis, como en todo, tengo mis debilidades detrás de la gran pantalla. Y alguna vez he comentado que Danny Boyle se ha ido convirtiendo en una de ellas, consiguiendo unas películas bastante personales y que tampoco se asientan demasiado en un mismo género. Hoy me lo traigo de nuevo al Desván con una cruda película que bebe de una historia real.

James Franco interpreta a Aron Ralston en esta “127 horas”. Ralston, un confiado montañero, se pone como objetivo mejorar en 45 minutos una de las rutas a través de los recónditos cañones de Utah. Sin embargo, todo se tuerce cuando, en uno de los descensos, una roca se desprende súbitamente y atrapa a Aron, cuya mano derecha cada aprisionada. Inmovilizado, con escasas provisiones y sin posibilidad de conseguir ayuda, Aron comenzará una dramática lucha por la supervivencia que se prolongará varios días.

Lo primero que el filme ofrece es un contraste brutal. En los primeros compases, James Franco encarna a un Aron bastante definido: simpático, bromista, presuntuoso y algo descarado que se permite incluso coquetear con dos jóvenes montañeras aparentemente perdidas por la zona. Factores que contribuyen a crear una atmósfera inicial muy distendida, desinhibida y espontánea que, sin embargo, no tardará en romperse bruscamente tras el accidente de Aron.

La película comienza a virar entonces hacia el dramatismo y plasma adecuadamente la evolución que Aron sufre. Su agitación, una angustia inicial casi violenta que le invade hasta que es consciente de su situación. Sus destellos de lucidez posteriores que hacen que se imponga algo de su sentido de la supervivencia.  La tensión a medida que se suceden las horas. Y la faceta más íntima y psicológica, que va desde los recuerdos y la imaginación a la que Aron recurre quizás como única vía de escape, hasta las posteriores alucinaciones y delirios.

“127 horas” está bastante lejos de las mejores películas de Boyle. Partía en mi caso (algo muy subjetivo) con el hándicap de James Franco, un actor que nunca me ha transmitido demasiado en la gran pantalla. Creo que tampoco esta vez. Pese a que hay un par de escenas especialmente potentes y dramáticas, en las que Franco no se desenvuelve del todo mal, me ha faltado bastante de la intensidad que la crudeza de la historia exige.

Intuimos el sello de Boyle en algún detalle: el particular humor al que recurre, su inclinación a apostar por los recuerdos, los flashbacks, y algún deje a fantasía. Incluso la banda sonora, aspecto del que el británico también ha hecho un signo distintivo en casi todas sus películas.

No es, como comentaba, la mejor película de Boyle, pese a que tiene sus detalles. Os resultará interesante si os gustan este tipo de historias más bien crudas que ponen en juego la supervivencia de nuestro protagonista. O si os llama la historia del propio Aron Ralston, que muchos conoceréis porque tuvo bastante repercusión en su día. No es para menos.