"Orgullo y prejuicio" (Jane Austen)

Tenía una deuda con Jane Austen. Una de esas deudas que casi todo lector va acumulando, porque nos falta tiempo a veces para leer todo lo que quisiéramos. Yo reconozco que, en cuanto a clásicos, siempre he andado bastante perdido. Sucumbo a veces ante alguno que logra captar mi atención, y también suelo caer, por pura curiosidad, en esas novelas que parecen estar en todas partes. Que todo el mundo parece haber leído y recomendado. Y la que hoy coloco en el Desván, quizás la obra más emblemática de la británica, es de estas últimas.

La historia de “Orgullo y prejuicio” es la historia de la familia Bennet. O, mejor dicho, de las bondades y desventuras en los amoríos de sus cinco hijas. Lo primero que llega hasta nosotros, no obstante, es la imagen de sus padres, totalmente distintos: El señor Bennet, es agudo, sarcástico y algo complejo. Por su parte, su esposa, la señora Bennet, es chismosa, enredadora, y no demasiado inteligente. Anclada en los valores más tradicionales, la razón de su existencia resulta recaer en conseguir un buen partido para sus hijas. Así, evitaría que, tras el fallecimiento del señor Bennet sin descendencia masculina, la herencia se evaporase para la familia nuclear, pasando a formar parte de William Collins, sobrino del señor Bennet.

 

Lydia es sólo una adolescente, y la más joven de las cinco hijas. Desde el principio, se nos muestra ya caprichosa, descarada y presuntuosa. La misma inmadurez bien perfilada se contagia a Catherine, lo que las hace compañeras inseparables durante casi toda la historia. Después tenemos a Mary, la más seria y menos agraciada de las hermanas. Se refugia en el estudio y en un intelectualismo casi constante, que se proyecta cada vez que interviene. Y también nos topamos con Jane, la encantadora hija mayor de los Bennet y la más hermosa. Es dulce y reservada, y tiene ese vínculo tan especial entre hermanas con Elizabeth.

Y precisamente en Elizabeth tenemos a la indiscutible protagonista de esta historia. Es observadora y ha heredado el carácter del genuino señor Bernet. Irónica y resuelta por naturaleza, su carácter y su orgullo se van consolidando paso a paso en la trama. Un personaje bastante bien definido, nada arquetípico y que reafirma su solidez con cada contradicción. Todo ello se traduce en destellos de una rebeldía que parece adherida desde el principio a esta trama.

Como en toda historia de intrigas amorosas que se precie, no debemos olvidarnos de nuestros galanes.  Uno de los primeros que se deja ver es el propio Collins, ya mencionado anteriormente. Es el legítimo heredero de la propiedad de Longbourn, siempre y cuando las hijas de los Bennet no se casen. Quizá por ello, es uno de los primeros interesados en conseguir a una de las cinco en matrimonio. Collins es culto y exquisitamente educado, pero tras esa apariencia de  formalismo se esconde un hombre intransigente, egoísta y algo prepotente. El señor Bingley, un acaudalado soltero que se establece en el vecindario, es su antítesis: atractivo, sociable, extrovertido y de modales menos férreos y más cálidos, pronto mostrará interés por la mayor de las Bennet.

Pero si Elizabeth es la protagonista femenina de esta novela, en el señor Darcy encontramos al incuestionable protagonista masculino. Darcy es el mejor amigo de Bingley, pese a ser bastante distintos en cuanto a personalidad. Darcy se nos dibuja como un hombre inteligente y parco en palabras, más bien huraño. Descubrimos después que además es vanidoso y peca de orgullo. Y acabamos colgándole también, casi sin querer, ese cartel de personaje contradictorio y lleno de matices.

Austen traza con maestría una de esas tramas con varios hilos, una historia de historias. Sirviéndose de una prosa más estética a veces que directa, y explotando los diálogos, que adquieren una importancia fundamental. Irónicos, cortantes, y empapados de humor, se convierten en ese prisma a través del que los personajes se nos muestran como son. Lo que deciden compartir y lo que atesoran como un secreto. Lo que dicen y lo que callan.

Una novela romántica, género del que sabéis que suelo huir, pero que es muy distinta a las historias edulcoradas y más pasionales que pueden poblar hoy las estanterías de cualquier librería. Aquí las relaciones que van surgiendo son tópicas pero más complejas, nada idílicas. Alguna recuerda, por su enfoque tormentoso, a otras célebres como la que se desprende de obras como “Mucho ruido y pocas nueces”, aunque con un componente de humor más rebajado. Unos personajes muy bien construidos, que en sus errores se nos antojan humanos, cercanos y verisímiles, y que evolucionan frente a dos enemigos: Aprenderán a vencer sus férreos prejuicios, y a esquivar su orgullo. Sólo cuando lo logran sabemos quién es, en realidad, cada uno. Pocas veces un título encajó tan bien, atrapando el sentido de una historia.

Dicen que cuando el río suena agua lleva, y cuando una novela es alabada de forma casi unánime, como es el caso, no puede ser casualidad. No lo ha sido incluso para alguien como yo, nada habituado a sumergirme en peripecias amorosas literarias. Descubrí, en “Orgullo y prejuicio”, una de esas pequeñas maravillas encerradas entre páginas.