12 años de esclavitud (2013)

En esto del cine, como supongo que me ocurre con los autores en la literatura, tengo a veces mis altibajos. Hay filmes que me atraen ya por su propio director, y en ocasiones me llevo mis chascos. Como hay novelas que devoro porque el autor me gusta, y resulta que a veces sus historias me cojean. Pero también hay autores, los menos, que sé que prácticamente van a encandilarme escriban lo que escriban, toquen el tema que toquen. Y, del mismo modo, hay un puñado muy reducido de directores que siempre consiguen cautivarme. Aunque no tengan una prolífica filmografía tras de sí, como es el caso. Y el caso es Steve McQueen, que lo consiguió con la más reciente “Shame”, y con aquella “Hunger” que nos trasladaba al drama atroz de una cárcel norirlandesa a principios de los 80. Y lo ha conseguido de nuevo, en su regreso en 2013, con “12 años de esclavitud”.

Y, de nuevo, McQueen llega con una historia que bebe de hechos reales. Nos vamos hasta mediados del S. XIX para toparnos con Chiwetel Ejiofor encarnando a Solomon Northup, un hombre libre, un talentoso músico negro que vive apaciblemente junto con su esposa y sus dos hijos. Un día, Solomon recibe la invitación de un par de enviados para tomar parte musical en un espectáculo ambulante. La perspectiva, sobre todo económica, convence a Solomon, quien no sospecha que su pesadilla está a punto de comenzar.

Solomon es drogado, encadenado, y comprueba con perplejidad cómo es tratado y vendido como un esclavo más. A partir de aquí, el filme recrea con atino el sufrimiento, la violencia desmedida con que Solomon y el grupo de esclavos que le acompañan serán tratados. Su calamidad y la que le rodea. El drama de familias forzosamente separadas por la esclavitud. La angustia de más hombres y mujeres que, como Solomon, se ven separados de sus hijos de la noche a la mañana. Sumido en la miseria, con mermadas esperanzas y carente de cualquier resquicio de libertad, Solomon pasará a luchar por su supervivencia. Pasará de amo en amo, explotado, destrozado, toturado, tratando de mantener viva la esperanza de recuperar su vida anterior. Intentando aprovechar la menor oportunidad que el destino le brinde para ello, aunque suponga un riesgo.

Estamos ante un contexto que se nos va dibujando en un compás pausado, con la aparición de varios personajes que redondean la trama. Con un reparto muy destacable. Al margen del soberbio Ejiofor, tenemos nombres como Michael Fassbender, fetiche casi para McQueen, y otros en roles más secundarios como Benedict Cumberbatch, sobrerbio una vez más, Sarah Paulson o incluso el propio Brad Pitt, que ejerce también de productor.

Una película impregnada de esos tintes biográficos que son fiel retrato de un drama, un dolor, una mentalidad, y unos tiempos no tan lejanos. Si le tengo que poner un pero, diría que se excede en su metraje en alguna escena concreta, que hace sufrir quizá en exceso al espectador. Pero no desmerece el conjunto. Y el conjunto es una grandísima película. Dura, pero con las que merece la pena encontrarse.