WALL-E (2008)

Año 2700. Nos trasladamos a un planeta Tierra muy distinto al que hoy concebimos. No hay habitantes, al menos humanos. La humanidad, tras haber llenado el planeta de basura y deshechos hasta niveles insostenibles, se ha visto obligada a asentarse de forma indefinida en el espacio exterior. En la Tierra, sólo nos encontramos con WALL-E: un versátil robot que durante siglos se ha dedicado a comprimir basura y limpiar así el planeta. La llegada de EVA, un robot explorador, cambiará radicalmente su rutina programada. WALL-E se enamorará de EVA desde el instante en que detecta su presencia, y juntos emprenderán una aventura sin igual. Todo para convertirse, sin sospecharlo, en la única esperanza que los humanos albergan de recuperar su planeta.

Lo primero que destaca en WALL-E es el concepto de robot por el que apuesta. ¿Dos robots que se enamoran? La idea choca, al menos en mi caso lo ha hecho, pero es la correcta. Y algo así es posible porque se distancian de la inteligencia artificial, casi omnipresente en la ciencia ficción. Lo que Andrew Stanton planteó para hacerse con el Óscar a la mejor película de animación, son máquinas tremendamente humanas y emocionales. WALL-E y EVA ríen y bostezan. Se inquietan y se enfurruñan. Y no pueden evitar coleccionar recuerdos, o emocionarse mientras contemplan imágenes de antiguas películas. Y se comunican, aunque no articulen una oración completa en todo el filme.

Una película cuya mayor virtud, a mi juicio, está en su trasfondo. No tardaremos en descubrir que, tal como los robots tienen todo el carácter humano, los humanos se comportan casi como robots. Viven en una suerte de ciudad hecha a medida, plena de comodidades, dependiente de la tecnología. En detrimento de una felicidad relativa, todo lo que les convertía en humanos se ha desvanecido. En “WALL-E”, las programadas son las personas, no las máquinas.

Hay bastante más tras esta película a caballo entre la animación y la ciencia ficción, pero también entrañable y tierna. Casi me atrevería a decir que romántica en ciertos puntos. No pasa precisamente de puntillas en su mensaje ecológico-medioambiental, e incluso parece ocultar cierta carga creacionista que el nombre de la simpática EVA sólo parece corroborar.

Entretenida, divertida, emotiva, con píldoras de acción. Y una historia de las que me gusta traeros al Desván. Nos ofrece ir un paso más allá de lo que las imágenes nos muestran. Consigue hacernos dar ese paso, y consigue hacernos reflexionar.