"El planeta libre" (1996)

Para encontrarnos con la película de la que hoy quería hablaros, nos tenemos que remontar hasta 1996, cuando Coline Serreau aparecía con el guión de una historia diferente, como pocas me he encontrado. Porque cintas críticas, desde algún chispeo satírico, hay muchísimas, pero “El planeta libre” (“La belle verte”), dirigida y protagonizada por la propia Serreau, tiene un encanto particular.

Quizás la singular alianza entre fantasía y comedia tenga buena parte de culpa de ello. El filme nos sitúa en un hipotético año 6000, y nos traslada a un planeta más desarrollado que la Tierra. Aunque en apariencia sus habitantes son similares a cualquier habitante de nuestro planeta, poco a poco iremos conociendo las particularidades que los diferencian. En este planeta libre, sus habitantes tienen extraordinarios poderes mentales, como la telepatía. No comen carne, subsisten a base de cereales, legumbres y verduras. No existen factorías ni máquinas, aunque los más ancianos rememoran un lejano pasado en que sí se apostó por ellas. Y hablando de edades, nuestros “extraterrestres” viven hasta 250 años. No existe el dinero, y no conciben la música: sus conciertos son de silencio, casi una suerte de meditación.

Cada año, los habitantes del planeta celebran una reunión para poner en común sus necesidades, acordar soluciones y proponer ideas. Entre ellas, viajar para conocer otros planetas. Pese a que a nadie le entusiasma la idea, La Tierra es el destino escogido y Mila (Serreau) se ofrece voluntaria para ir, buscando sus orígenes y también explorando el planeta, para poner al día a sus compañeros.

El viaje hará que Mila recale en París, una ciudad como cualquiera que podríamos encontrarnos hoy en día, sin tinte futurista alguno.  Así, se sumergirá en una sociedad totalmente distinta. Entrará en contacto con la polución, que apenas la permite respirar. Descubrirá los coches, los teléfonos, el funcionamiento del dinero. Pero, sobre todo, se relacionará con sus habitantes, ariscos y que la toman por loca ante sus preguntas. Como casi todos haríamos, por otro lado. Ello desemboca en un puñado de situaciones absurdas y desternillantes que se prolongan hasta el final y nos harán sonreír.

De fondo, no podemos obviar la crítica que plantea hacia capitalismo, nuestro modo de vida y la enorme dependencia que tenemos hacia determinadas cosas. Quizás no demasiado sólida, porque no podemos dejar pasar que nuestro planeta libre es aquí utópico e imposible. Pero aún así, el filme, además de entretenernos, nos deja reflexionando sobre el materialismo y los valores quizá perdidos.

Una película para la reflexión y, creo, bastante desconocida. Al menos yo, si no fuese por una recomendación directa, jamás me habría topado con ella. Hoy he decidido terminar con una de las escenas que más me han gustado. Apenas se ve, la calidad es malísima, pero  abrid bien los oídos: