"El guardavía" (Charles Dickens)

Hoy he querido aproximarme a uno de esos autores clásicos, de los que a veces tendemos a olvidarnos un poco, yo el primero, en favor de catálogos de novedades y autores más contemporáneos y cercanos. Nos arrimamos a Dickens, pero es uno de esos acercamientos fugaces y casi furtivos en forma de relato. Un formato en el que ya sabéis que me gusta perderme con frecuencia.

Y, de paso, nos reencontramos un poco con el terror en su faceta más clásica. Tenemos a nuestro narrador, que merodea por una oscura estación y se encuentra con el guardavía de turno.  Tenemos un diálogo casual entre ambos. Una conversación que nos guía finalmente hacia una confesión, surgiendo con ella el elemento sobrenatural de la historia. Y que no es otro que el testimonio de una visión: la de un espectro que deambula junto a las vías, y siempre parece querer advertir la inminencia de alguna desgracia.

“El guardavía” es un relato corto en el que confluyen algunos de los elementos distintivos de todo cuento de terror clásico que se precie. Partiendo de una ambientación que ya me tenía ganado, porque las estaciones de tren como escenario son algo así como una debilidad personal. Estación que en este caso intuimos solitaria, húmeda y lóbrega, pese a que la extensión no permita a Dickens abusar demasiado de una de sus grandes virtudes, como es la descripción. Aquí, la utiliza casi a modo de flashes, que son como trazos que van delimitando algo similar a un boceto. A veces difuso, y a veces mucho más sólido. El resto es más bien tarea de la imaginativa del lector, pero es muy fácil perderse en la atmósfera que, en pocas pinceladas, nos construye Dickens.

Tenemos descripción y tenemos al diálogo como verdadero motor de la trama. Los sutiles cambios de ritmo nos llegan con él. Los giros que Dickens busca y ese afán por sorprender nos vienen también encajados en la conversación, viva y absorbente por las divergencias entre los dos interlocutores: Por un lado, nuestro guardavía, solitario, quizás algo retraído y sugestionado por la visión. Por otro, el narrador, descreído y escéptico. La batalla dialéctica casi impulsa a alinearse en alguno de los dos bandos. Carece de violencia o agresividad alguna, pero sirve para precipitarnos, poco a poco, hacia el desenlace.

Uno de esos caramelos literarios que paladeamos durante una media hora, quizás menos, nunca más. Su sabor, como todo dulce que se precie, dura poco, pero su regusto a terror clásico perdurará un poco más. Al menos, en el paladar de servidor.