"Bajo el hielo" (Bernard Minier)

Sumergirse en la lectura de nuevos autores, sobre todo en sus primeras novelas, es un poco como aquello de los bombones que proclamaba Forrest Gump. Nunca sabemos lo que nos vamos a encontrar, pero podemos llevarnos sorpresas bastante gratas. A mí me ha ocurrido con la primera novela del francés Bernard Minier, “Bajo el hielo”. 

La historia arranca con una escena que, como aperitivo, promete bastante: nos encontramos en un recóndito valle de los pirineos, donde los trabajadores de una central hidroeléctrica se disponen a comenzar su jornada laboral. Sin embargo, en su camino, el hallazgo de un caballo muerto y horriblemente mutilado les aterroriza, y dan parte a las autoridades. Es sólo la punta del iceberg del caso con el que Martín Servaz, un peculiar comisario de policía, tendrá que lidiar. También conocemos a Diane Berg, una joven psicóloga que llega al pueblo en busca de una oportunidad de enriquecer su experiencia laboral. Lo hará en el Instituto Wargnier, un psiquiátrico en el que, como Diane no tardará en comprobar, ocurren cosas demasiado extrañas.

Los que ya lleváis un tiempo visitando este desván, os habréis dado cuenta de que casi nunca dejo de tocar un tema en las reseñas: la ambientación, algo que me parece de capital importancia en cualquier trama. Pues bien, en este caso, la ambientación es quizás el mayor acierto de Minier. Cada descripción rezuma no sólo frío y nieve, sino sobre todo aislamiento, y soledad. Este retraimiento es un factor clave en la historia, esencial para comprender el comportamiento de muchos de los personajes que intervienen en ella. El imponente Instituto Wargnier, que casi vigila el pueblo desde lo alto de una montaña, está concebido desde el comienzo de la novela para sugestionarnos e intrigarnos.

En cuanto a los personajes, estamos ante la típica historia en la que casi nadie es quien parece ser, y todo el mundo tiende a guardar oscuros secretos que la propia trama irá haciendo aflorar. Espérandieu y Ziegler, principales compañeros de Servaz en su investigación, son los primeros que albergan una faceta desconocida. También nos encontramos con Xavier, el responsable del psiquiátrico, un hombre que parece continuamente estar ocultando algo. O a Éric Lombard, un poderoso magnate local. O a Gabriel Saint-Cyr, un juez del pueblo retirado que prestará su ayuda a Servaz en sus pesquisas. Sólo son algunos de los que desfilan ante nosotros. Tienen algo positivo: nunca parecemos llegar a conocerlos del todo porque, como comentaba, todos parecen ocultar algo. La parte no tan positiva es que, salvo quizás el perturbado Hirtmann, casi todos se muestran bastante planos, obedeciendo además a clichés ya conocidos en esto de los thrillers y la novela negra. 

Por lo demás, Minier hace gala de un estilo muy descriptivo e impone desde el inicio un ritmo calmado y flemático a la historia, muy acorde con lo gélido de la ambientación. Hasta el final, cuando ya todas las cartas están sobre la mesa y la trama se embala y se inunda de acción, sin llegar nunca a precipitarse.

Minier consigue una buena historia, quizás algo típica en su estructura y en los roles de sus personajes. Consigue un final de esos que hacen que el reloj vaya tres o cuatro veces más rápido de lo normal y demuestra, sobre todo, saber entender la novela negra. Sabe sembrar intriga en cada capítulo, dar y ocultar lo necesario para que el lector se forme sus propias pesquisas. Sabe no sólo crear un misterio, sino también cuidarlo para evitar fisuras, y alimentarlo hasta el final. Uno de esos autores a no perder de vista.