"La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina" (Stieg Larsson)

Hay títulos de ciertas novelas que consiguen llamarnos la atención por sí mismos. Por lo aparentemente absurdos que nos parecen a priori, o incluso por su extensión. Acostumbrado a los títulos cortos (tres, cuatro palabras a lo sumo) que abarrotan la inmensa mayoría de las portadas, podéis imaginaros que encontrarme con algo como “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” me chocó casi de inicio. Además, ya con “Los hombres que no amaban a las mujeres”, Stieg Larsson nos empezaba a demostrar que no hay título al azar en la saga Millennium, y todos tienen un porqué. Al menos en mi caso, intentar dilucidar a qué podía aludir el título se convirtió en una extra de curiosidad. Tenía ante mí el primero de los enigmas que nos brinda esta segunda parte de la saga sueca, y ni siquiera había abierto aún el libro. 

La historia que nos plantea Larsson en este caso viene de la mano de dos nuevos personajes: Dag Svensson y Mia Bergman, que entrarán a formar parte de la plantilla de la revista Millennium en la que Mikael Blomkvist trabaja. Dag y Mia preparan un libro y algunos artículos acerca de la prostitución y la trata de personas en Suecia, que amenazan con caer como una bomba entre la opinión pública. Sin embargo, todo se complica cuando Blomkvist encuentra a sus nuevos compañeros asesinados en su vivienda.

No nos olvidemos, por supuesto, de Lisbeth Salander, quien ha decidido poner tierra de por medio entre ella y Mikael. Al comienzo de la novela nos la encontramos en la paradisíaca isla de Granada, pero terminará incomprensiblemente implicada en los asesinatos de Dag y Mia. Toda la policía sueca, por un lado, y Mikael Blomkvist, por otro, se lanzarán en su busca, aunque con objetivos bien distintos.

Como ya se desprende de la sinopsis anterior, en esta segunda parte de la trilogía el personaje de Lisbeth Salander se convierte en la auténtica Piedra de Rosetta de la trama. Apreciamos su evolución, no hay que olvidar que la joven ha pasado de llevar una vida humilde a convertirse poco menos que en una millonaria de la noche a la mañana. Conocemos mucho más de sus manías y obsesiones, pero sobre todo de su pasado. Un pasado que no tardará en revelársenos como el más que posible catalizador de la personalidad, cuanto menos peculiar, de Salander.

Sin embargo, el periodista Mikael Blomkvist se antojará muchísimo más plano y predecible para quien ya haya leído “Los hombres que no amaban a las mujeres”, e incluso parece quedar relegado a un segundo plano en algunos puntos de la trama. Bien es cierto que, aún “en la sombra”, no deja de ser un personaje sin el que la novela no sería tal. 

Prolongando la tendencia narrativa de la primera Millennium, esta novela pierde bastante en ritmo. Hay fragmentos que sí nos traerán retales de su predecesora, sobre todo a medida que nos precipitamos hacia el final. Y es que el final, evidentemente abierto, es de esos vertiginosos que nos impulsarán a leer sin hacer una pausa, y sin siquiera intentar dilucidar qué puede ocurrir. Simplemente nos arrastra y, como lectores, dejamos que nos lleve la corriente y nos quedamos con un agradable regusto. Casi olvidamos el buen puñado de “paja” que, seamos sinceros, hemos devorado.

Larsson combina dos elementos en esta novela. Por un lado, una buena historia, creíble, a partes compleja y que, aún con altibajos, logrará enganchar a muchos amantes de la intriga y la novela negra. Por otro, Lisbeth Salander: diferente, impredecible y más misteriosa a medida que descubrimos, precisamente, sus secretos. Un personaje formidable que Larsson explota al máximo y pasa de enriquecer la historia a ser algo muy próximo a su más pura esencia.

Recomendable aunque, como ocurre a veces con esto de las series literarias, no llega al nivel de la primera entrega. Le sobran bastantes páginas y, aunque Salander es magnífica, quizás he echado un poco de menos a Mikael Blomkvist en esta ocasión.