La soga (1948)

Hace no tanto aún que me traía a Hitchcock al Desván y hoy regreso con él y con otro de sus clásicos. Esta vez fue Atalanta quien me propuso que le echase un vistazo a “La soga”, el filme que hoy os traigo.

“La soga” es, en esencia, la historia de un crimen perfecto. La escena de la que parte la película nos muestra a nuestro asesinado, David. Y quienes perpetran el crimen no son otros que sus propios amigos, sus compañeros de facultad: Brandon, un John Dall altivo, hedonista e insensible cuya fachada y confianza parecen inquebrantables. Y Phillip, su compinche y su gran contraste, pues desde el principio le vemos nervioso e inseguro. Phillip parece sólo una sombra a voluntad de Brandon.

Tras cometer un crimen ya de por sí absurdo, a Brandon se le ocurre el mejor modo de dar un paso más allá y conseguir que su hazaña sea perfecta. El crimen perfecto. Y así, entre las primeras discusiones y desavenencias con Phillip, vemos cómo lo dispone todo de un modo que no dista de la irracionalidad del propio crimen. Organizará así una cena a la que asistirán varios conocidos y familiares del ya difunto David. Una cena que se servirá sobre el propio arcón en el que han escondido su cadáver. Y entre los asistentes está (porque no podía faltar) James Stewart encarnando esta vez a Rupert Cadell, un profesor escéptico y observador que no tardará en comenzar a sospechar del comportamiento de sus anfitriones.

Y así transcurre toda la película, en un espacio cerrado, de modo casi teatral. En un mismo apartamento, en apenas tres habitaciones que empiezan a poblarse de invitados. En el ambiente formal, casi exclusivo, que envuelve a cada uno de ellos. Es una historia sin acción, en la que el diálogo es prácticamente el único recurso del que Hitchcock se sirve para guiarnos e intrigarnos. En la que vamos saltando de conversación en conversación y con cada una descubrimos un pedazo de cada personaje.   

No se queda el filme en una simple trama de intriga, siéndolo y cumpliendo como tal. Va un poco más allá, como casi siempre consigue Hitchcock, a destellos, en sus películas. Sólo que aquí queda quizás más patente y descubriremos que las tertulias abordan temas más transcendentes y capitales de lo que podríamos esperar. La naturaleza de la propia violencia, o el egoísmo humano en contraposición con la propia igualdad que nos impone el hecho de ser eso: simplemente humanos.