La nieta del señor Linh (Philippe Claudel)

Si algo he descubierto en este mundo literario virtual de la blogosfera son pequeñas historias. Novelas no demasiado conocidas, que quizás no habrían llegado a mí de otro modo, y que se han convertido en pequeñas joyas. La novela que hoy rescato del Desván es precisamente de éstas.

“La nieta del señor Linh”, del francés Philippe Claudel, nos narra el drama del señor Linh, un hombre que lo ha perdido prácticamente todo. Salvo a su nieta, poco más que un bebé, a quien siempre lleva en brazos y promete proteger por encima de cualquier otra cosa. Ambos comparten un pasado que se nos irá dibujando trágico, roto por la crudeza de la guerra.

Su historia arranca con un éxodo del que el señor Linh es partícipe. Obligado a abandonar su país, atravesará el mar para verse destinado junto a un grupo de refugiados. Sirviéndose de un narrador en tercera persona omnisciente, Philippe Claudel nos guía hacia el intimismo de nuestro protagonista. Sus reflexiones hacen que casi le imaginemos desconcertado, extraño en un país desconocido y un territorio incógnito. Preocupado únicamente por dispensarle los mejores cuidados posibles a su nieta.

Pero la vida del señor Linh le deparará un agradable cambio de rumbo: una tarde, mientras explora la ciudad, conocerá al señor Bark. Poco a poco, seremos testigos de la admirable amistad que comienza a cimentarse entre estos dos hombres. No importan las palabras. No importa el escollo que dos idiomas diferentes constituyen. Nuestros dos ancianos se escuchan, se apoyan, comparten, se emocionan.

Esta pequeña novela es el retrato de una entrañable amistad que Claudel traza de una forma bastante particular, me ha llamado la atención. El ritmo que imprime a esta trama es pausado, y bastante homogéneo. Su estilo es sobrio y muy directo, casi minimalista. Comandado por frases cortas y sencillas que golpean al lector, y parecen incluso estar envueltas en una sonoridad especial.  

Hoy os invito a un viaje literario de esos breves, pero que merecen la pena. Porque si algo consigue esta escueta novela es calar en el lector, llegando a emocionar. Claudel nos aproxima a nuestro protagonista hasta casi situarnos a su lado. Y como testigos, es inevitable no empatizar con él y apenarse, sonreír, o enternecerse ante las vivencias del señor Linh.  Alguien que, cuando cerramos el libro, sentimos que casi conocemos. Como si se tratase de un viejo y entrañable amigo.