Hotel Transilvania (2012)

Iluminemos un poco hoy este pequeño Desván, porque hoy toca animación. Un género que hacía ya algunas semanas que no se colaba por aquí. Y no precisamente porque no haya habido películas. Ahí ha estado diciembre, mes de locura por antonomasia en lo que se refiere a este tipo de filmes. El que hoy os traigo se anticipó un poco a esa vorágine y se estrenó a finales del pasado octubre en nuestro país. Después, fue nominado al Globo de Oro como mejor película de animación, aunque no pudo competir con la indomable muchacha del pelazo anaranjado. Así que, ya puestos un poco en antecedentes, viajamos hasta un hotel de lo más particular. 

Un hotel en el que los huéspedes son esos monstruos tan célebres que todos conocemos: hay zombis, hombres-lobo, un hombre invisible, nuestro particular Frankestein, y hasta el mismísimo Bigfoot. ¿Quién está detrás de tan llamativo hotel? Pues nada menos que el conde Drácula, que habita en él junto a su hija Mavis.

Este es un hotel de monstruos y para monstruos, porque en la visión que “Hotel Transilvania”  nos propone, está claro que nuestros monstruos no van a ser especialmente terroríficos. De hecho, son ellos quienes en realidad tienen miedo de los humanos, a quienes ven poco menos que como asesinos despiadados. Así que, con esta pequeña vuelta de tuerca, podéis imaginar lo que ocurre cuando aparece Jonathan, un muchacho humano que se cuela en el hotel y se encapricha con la joven Mavis. 

El argumento, quizás, es lo menos llamativo en esta película. No porque sea una mala historia, sino porque la hemos visto hasta en la sopa. Nuestro Drácula es un padre sobreprotector que impide que su hija salga fuera del castillo en que habitan, temiendo lo que pueda sucederle. Y nos encontramos con una Mavis que siente precisamente esa necesidad de libertad, de explorar mundo. La casual llegada de Jonathan será el catalizador definitivo, y nuestro Drácula tendrá que debatirse entre sus prejuicios más férreos y la felicidad de la pequeña Mavis. 

Así que, como supondréis, estamos ante una historia no demasiado insólita. Cumple en eso que siempre digo que hay que pedirle a una película de animación: entretiene, roba sonrisas y es sencillo empatizar, de alguna u otra manera, con los personajes. Perfecta para una tarde en familia, pero sin ir más allá. Puede hacer las delicias de los fans del terror, que verán en estos simpáticos personajes algunos guiños y detalles hacia los personajes y criaturas originales.

Para lo peor, en este caso, me quedo con los destellos musicales que nos cuelan. Algo bastante habitual en mis últimas incursiones en animación. Totalmente horrendos y en este caso, además, doblados, con el consiguiente riesgo de que la cosa suene peor que si fuese yo quien cantase. Ni siquiera el ritmo se me ha pegado. Debo estar haciéndome mayor… 

¡Oooy oy oy oy, lo que nos ha diiiiiicho!