"El alma que vistes" (Francisco Palacios Gómez)

La novela que hoy me decido a presentaros en este Desván es de esas que es complicado ubicar. De esas historias que parecen beber un poco de varios géneros, hasta formar lo que es una mezcla bastante particular. Novela, y pequeña sorpresa, que llega de nuevo desde la autoedición. Y una de esas historias conformada por más historias. Pero vayamos por partes.

“El alma que vistes”, de Francisco José Palacios Gómez, es esencialmente la historia de dos gemelas. Nos tropezamos con Julia y Ángela, que son físicamente muy parecidas, pero que difieren precisamente en eso, en ese alma que ambas visten. Ángela es una niña presumida y más bien despistada. Julia es curiosa e imaginativa. Seremos testigos de su evolución, y de cómo el tiempo va distanciándolas poco a poco y acentuando esas diferencias.

La novela se articula en tres partes, que casi nos marcan el compás de esa evolución. Las dos primeras son más realistas, con cierto toque de intimismo, y se asocian a dos personajes de importancia radical en la vida de estas particulares gemelas. Su abuelo, de un lado, de quien tienen concepciones bien diferentes, y Mario por otro, un joven que se convertirá en el clímax del distanciamiento entre Julia y Ángela. La tercera parte rompe un poco con lo anteriormente planteando, y vira hacia algo más próximo a la fantasía. Es un cambio brusco, pero que al concluir la novela comprendemos que no lo es tanto. Que estaba casi sugerido en los pequeños relatos que el autor intercala en esta trama.

Unos relatos que interrumpen la narración, pero lo hacen de forma muy casual, una de las cosas que más me han gustado de “El alma que vistes”. Nos llegan en forma de historia narrada por alguno de los personajes, o incluso fruto de la pluma de Julia, cuya imaginación e inventiva natas la convertirán en escritora y amante de las letras, en ese delicioso resquicio casi a metaliteratura que nos regala el autor. Relatos que nos llegan sin que nos demos cuenta para cobrar un significado inesperado hacia el final de la historia. No niego que esta alternancia entre relatos y la historia principal, por así denominarla, desconcierta un poco al principio. Pero es sólo hasta que el lector se ubica, deja pasar las páginas, y va sumiéndose en la trama que el autor tiene la intención de transmitirnos.

Pequeñas historias en las que, por ejemplo, viajaremos  a “Santa fortuna”: un pequeño pueblo del interior de España en que todos sus habitantes se hacen ricos de la noche a la mañana, corrompiéndose. Nos toparemos con “La Carbonera” y “La Inflexión”, y la crudeza de sus historias. Conoceremos a “aquellos que vivieron” con una extraña enfermedad, la lentina, que les convierte en una carga hasta que cambian las leyes del universo en un interesante ejercicio casi de ciencia ficción. El contrapunto de romanticismo nos llega con el amor eterno de “La señal púrpura”. E incluso hay lugar para algún destello de terror psicológico “en el silencio de la noche”. Relatos, todos ellos, con un mensaje a descubrir.

Aunque hay bastantes secundarios, estamos ante una de esas historias que se sustentan en un puñado de personajes. Cayendo en el error de sintetizarlo en exceso, quizás tan sólo en dos, en esas dos gemelas que se van desarrollando a medida que devoramos páginas, para ir perfilándose como protagonista y antagonista de la historia. Porque casi es imposible no odiar a Ángela, calculadora y materialista, y es imposible que Julia, en su sensibilidad, creatividad y madurez, no despierte nuestra simpatía.

Una historia esbozada y construida con una prosa ágil y natural, nada recargada. Con un ritmo extraño, pero que ha conseguido sin duda mantenerme atento a lo que se desarrollaba entre páginas. Y una historia que tiene su escollo o su acierto, a gusto del lector, en un remate final con unos tintes fantásticos singulares, de los que el lector debe impregnarse. Si consigue abrirse a esto que Francisco Palacios nos propone, disfrutará con esta novela. Ahí está el riesgo en una historia que quizás no convenza a todo el mundo, pero que a mí me ha atrapado.

Y tras el disfrute, mi sincero agradecimiento al autor por el envío del ejemplar.