El manantial (1949)

"...Es un conflicto antiguo. Tiene otro nombre: lo individual contra lo colectivo..."

Hoy vamos a embarcarnos en uno de esos viajes hacia los clásicos que de vez en cuando me gusta recordar en el Desván. Y nuestro destino está bastante atrás en el tiempo. Hay que retrotraerse hasta 1949 para encontrarnos con “El manantial”, esta película de King Vidor que bebe de una novela homónima de Ayn Rand. Una novela publicada a principios de década, en 1943, y que es una de las obras más reconocidas de la pensadora rusa.

Lo primero a esbozar, revelando solo lo esencial, sería el contexto que envuelve toda esta historia. Porque sin ese marco no tendríamos historia, nada de lo que va a ocurrir tendría sentido si lo extrapolamos a otro escenario distinto. El cuadro que nos presenta “El manantial” es el de una sociedad en la que la esfera privada del individuo se ve siempre sepultada por el interés común del resto de la sociedad. Cualquier anhelo, cualquier pretensión individual es considerada poco menos que como un atentado hacia el orden vigente. Y tenemos varios detalles de los que no son baladís. Tenemos, por ejemplo, influyentes periódicos en poder de poderosos empresarios. Tenemos ese afán de control de la población a través de los medios de comunicación, algo que vislumbramos en un par de momentos. Tenemos unas reglas marcadas y un miedo patente a desafiarlas, un matiz constante de conservadurismo.

Y tenemos un par de protagonistas que, a su manera, van a ir a contracorriente. El caso de Howard Roark, un Gary Cooper ya algo alejado de sus mejores papeles, es muy gráfico. Howard es un arquitecto empeñado en ser original e innovador. Dispuesto a desafiar los patrones y los postulados clásicos que, como veremos, aún predominan en el campo arquitectónico. Howard apostará por una simbólica modernidad, y por una firmeza absoluta en unos ideales que busca preservar por encima de todo. Será expulsado de su universidad y tendrá que enfrentarse a un camino en el que ya podemos imaginar múltiples escollos. Desde el olvido hasta la creciente crítica.

En ese camino se cruzará la segunda gran protagonista, Dominique Francon (Patricia Neal), una crítica arquitectónica fascinada primero por las ideas de Howard y luego por su propia personalidad. Más encadenada a esos cánones de la sociedad que se nos presenta, su idilio y su aproximación a Howard la harán debatirse constantemente entre los dos extremos: el peligro por desafiar lo socialmente impuesto, pero a la vez la necesidad de hacerlo. Algo que la convertirá en un personaje tremendamente impulsivo, tan impredecible como contradictorio.

Una película francamente amena que casi nos encierra en una sociedad en apariencia muy distinta a la que compartimos hoy en día, pero con algún aspecto en común que no deja de dar que pensar. Y más allá de todo ese plano social, tenemos una de esas historias de búsqueda de identidad, de perseverancia, de fidelidad hacia las convicciones por muchos obstáculos que las hagan tambalearse.