Reservoir Dogs (1992)

Quentin Tarantino es otro de los directores que aún no tenían su hueco en este pequeño Desván que vamos llenando de historias. Algunos ya sabéis que no es especialmente Santo de mi devoción. Demasiados bandazos, demasiadas películas que me han dejado bastante frío. Aunque también es justo decir que he disfrutado con algunos de sus filmes. Con aquellos “Malditos Bastardos” más recientemente, por ejemplo. O con la película que hoy he decidido traerme, la primera y de las más conocidas de toda su filmografía.

“Reservoir Dogs”, que veía la luz a principios de los 90, nos traslada a la historia de un crimen: Un atraco que no ha salido como era esperable y que fuerza a los atracadores supervivientes, nuestros protagonistas, a emprender la huída. Personajes que se ocultan tras coloridos apodos buscando el anonimato.

Y personajes que terminan reencontrándose en lo que parece ser una nave industrial, desierta y abandonada. Aquí surgen un par de recursos a través de los que Tarantino nos irá cohesionando y completando su historia. El primero y fundamental está en unos diálogos abundantes, certeros, dinámicos, ardorosos. Pero sobre todo eficaces como pocos, porque nos van perfilando una historia que no hemos visto. No hemos visto un solo diamante, ni un policía, ni ningún tiroteo aún, pero ya sabemos que nuestros trajeados criminales sospechan de un “topo” entre ellos que les ha tendido una trampa.

El segundo recurso, también fantásticamente explotado, son unos flashbacks que terminarán de rematar toda la trama trasladándonos al pasado de nuestros Señores de colores, y a sus vidas previas al fatídico golpe. El filme tiene una considerable carga violenta que fue muy criticada en su día, y nos ofrece un puñado de escenas que hoy en día hemos llegado a asociar con Tarantino, como esos ya inconfundibles planos desde el maletero. 

Mención por último para un reparto genuino y muy equilibrado, con nombres como Harvey Keitel, Tim Roth, Michael Madsen o un soberbio Steve Buscemi, aunque confieso que lo de este último es más bien debilidad personal. Cada uno encarna personalidades, motivaciones y principios distintos que impregnan esos diálogos.

Quizá ahí esté, precisamente, una de las claves para que nuestros protagonistas “choquen” y nos precipiten hacia hora y media de conversaciones más que relevantes. Buscando el final de una historia que seguimos sin haber visto, pero cuyo final ya necesitamos.