De óxido y hueso (2012)

Amor y drama. Óxido y hueso. Cuatro palabras que llamaron mi atención la primera vez que me topé con este filme, y que anoté. Y mi curiosidad se fue incrementando a medida que la gente comenzó a hablarme de ella: “De óxido y hueso”, este filme del francés Jacques Audiard, que parecía prometer una historia de amor diferente.

Y en ese sentido, la verdad es que la cinta cumple esa idea que, en cierto sentido, yo había preconcebido. Es distinta. Es la historia de Alain, un hombre a cargo de su hijo. Un hombre a quien la miseria fuerza a irse a vivir a casa de su hermana. Un hombre que, desde ahí, tratará de encauzar de nuevo su vida. También es la historia de Stéphanie, una cuidadora de orcas que se cuela en esa vida por casualidad. Dos vidas que se tocan, que, adivinamos, podrían llegar a fundirse como en cualquier historia romántica que se precie. Hasta que un terrible accidente sacude una de esas dos vidas, la de Stéphanie, que desde una nueva soledad imprevista tendrá que replantearse su existencia hasta en los aspectos más básicos.

Tenemos una historia de amor como hilo conductor. Pausada, como las buenas historias de amor. Atípica e imperfecta, sobre todo imperfecta. Porque nuestros dos protagonistas lo son. Stéphanie, una Marion Cotillard sublime y decisiva, lo es porque el destino se lo ha impuesto. Y Alain, encarnado por un esmerado Matthias Schoenaerts, también lo es a su manera. Tanto, que fui incapaz de empatizar con él durante gran parte del filme. Tanto, que me avergonzaría ser el hombre que él llega a ser en ciertos momentos.

Pero poco importa, porque la historia sigue. Con sus giros. Con dos protagonistas que evolucionan de modos distintos y creíbles. Y con una carga de dramatismo que es una constante. Diría que, si cogiésemos la estructura de una comedia romántica y sustituyésemos el componente de comedia por uno dramático, tendríamos lo más parecido a lo que nos propone aquí Jacques Audiard. Un drama crudo, complicado, ante el que es imposible no sobrecogerse a veces. Con el que es imposible no emocionarse, enrabietarse, o sonreír con los destellos de luz que vienen, como casi siempre en la vida real, en forma de pequeños detalles.

Un drama romántico destinado a ser una de esas películas que no dejan a nadie indiferente. Me gusta esta visión de Jacques Audiard. Me gusta que no todo sean príncipes y hermosas princesas. Me gusta que rompa con muchos clichés, que lo que a veces tendemos a ver imperfecto tenga una oportunidad. Me gusta ese realismo, la posibilidad de que las cosas puedan torcerse hasta límites imprevistos. Y me gusta la píldora de optimismo dentro del drama. La superación de Stéphanie. Que la esperanza de su sonrisa, pese a todo, pueda mantenerse un poco viva.

Me ha gustado, en definitiva, este filme que no olvida las calles oscuras y tortuosas que conducen a veces al amor. Que no prescinde del sufrimiento, ni de las lágrimas. Que no se olvida de los grises. Porque, como canta Ricardo Arjona, estas nubes, las grises, también forman parte del paisaje.