Antonio avanza sobre la arena, templada en la noche de verano. Puede vérsele aquí muchas noches: una silueta camuflada con la oscuridad que camina sorteando el frío de las garras del mar.
En su mente, se dibujan los rasgos sutiles de un rostro, unos ojos color castaño, unos labios esbozando una discreta sonrisa. También resuena una voz, más bien aguda. La melodía de una risa lejana en el tiempo, algo distorsionada, como arrastrada por el viento desde un pasado impenetrable.
Celia se había ido hacía cinco años, cuando nadie lo esperaba. Su piel no había tenido tiempo siquiera de comenzar a arrugarse, y en ella aún se distinguía una inocencia casi infantil. Antonio atesoraba su recuerdo como lo único que aún le quedaba de ella, pero aquel rostro había perdido nitidez con el paso de los años. El tiempo era como una densa nube que le alejaba de sus recuerdos. Y recordar a Celia era como viajar a ese pasado inaccesible, revivir los tiempos felices.
Por eso le gusta este lugar. Esta playa, de madrugada, le ayuda a recordarla. Le gusta porque las olas emulan el compás de su respiración, y porque la brisa se empeña en acariciar su rostro como ella solía hacerlo, con sus largos dedos.
Lucía, sin embargo, avanza hacia la orilla, hasta que sus pies descalzos se ven cubiertos por las aguas. Allí la brisa va secando las lágrimas que surcan su rostro, y el frescor del mar serena su ánimo.
Le gusta este lugar, aunque no acude muy a menudo, solamente cuando siente que no puede más. El tacto de la arena húmeda en sus pies y la tranquilidad del lugar le ayudan a liberar su mente y a aclarar sus ideas.
Se sorprende al comprobar que no está sola: y observa como otra figura avanza en la penumbra. La luna llena proyecta algo de luz, y el rostro de aquel hombre va definiéndose a medida que se acerca, pese a que su mirada se mantiene aún clavada en la arena. Sus facciones son bruscas, casi angulosas, aunque conforman una armonía extraña. Cuando pasa a su lado, él ensaya una fugaz sonrisa y le da las buenas noches. Lucía, sin embargo, distingue algo en él, quizá en el brillo de sus ojos, que le hace creer que, como ella, ha estado llorando sobre la arena.
Quizá para asegurarse, quizá simplemente para verle de nuevo, se gira hacia él y casi espera descubrirle aún mirándola. Cuando lo hace, él ya se ha alejado unos metros, pero aún la observa. Sin dejar de avanzar, le dedica de nuevo aquel amago de sonrisa.
Antonio se aleja, sintiéndose un poco menos solo. Nota una presión extraña, casi olvidada, en el pecho. Se pregunta si el tiempo, al debilitar sus recuerdos, no estará simplemente reclamándole al presente. Instándole a dejar de anclarse en un pasado que no puede manejar.
Lucía, algo avergonzada, se vuelve de nuevo hacia el mar. Intuir la tristeza de aquel hombre, y su regalo en forma de sonrisa, la han hecho verse menos sola. Alza el rostro, otea la inmensidad y no puede evitar pensar en cómo sería su vida junto a otra persona distinta. Quizás alguien como aquel hombre, capaz de tragarse su sufrimiento para sonreírle, y no alguien como Santi, que sólo sabe golpearla y menospreciarla cuando las cosas van mal.
Normalmente aquí, frente al negro manto que es el mar, Lucía siempre halla fuerzas para soportar más golpes, motivos para olvidarlo todo y volver a empezar. Sin embargo, desconoce que, a partir de esta noche, la brisa y el mar no traerán más que frescor a esta recóndita playa.
Te ha quedado un relato en tono grave, casi solemne, pausado y reflexivo. Y lejos de apelmazarse con todo esto, mantienes el ritmo.
ResponderEliminarMe ha gustado.
Besos
¡Me alegro! Gracias por la lectura ;)
EliminarCuando creemos que la vida no puede darnos una segunda oportunidad, se muestra ante nosotros otra senda que nos invita a vivir nuevas experiencias. Lucía y Antonio, descubrirán que una nueva vida es posible. Precioso relato y preciosas fotos. Perdón por mi tardanza en visitarte. Besos
ResponderEliminarAna
Estoy contigo, Ana. Esa segunda oportunidad siempre llega justo en el momento en que no la esperamos.
ResponderEliminar¡Besos, y gracias!
Quizás no es sólo una segunda oportunidad, ¿y si es sencillamente esa persona la que en realidad estábamos esperando? La que estaba destinada a formar parte de nuestra vida y no la mera ilusión vivida con la anterior. En este mundo todo tiene un por qué.
ResponderEliminarComo siempre magistral recital de sentimientos que nos llevan a la autoreflexión. Corto pero intenso.
Un beso Rober!!! Un placer leerte!!!
Muchas gracias Ana!! Un placer verte por aquí, también ;)
Eliminar¡Besos!