El vigilante (Peter Terrin)

Trasegando entre esto de las distopías, lecturas con las que siempre disfruto, di hace bien poco con esta que hoy os traigo al Desván. “El vigilante” es una novela realmente atípica, de esas de reseña difícil y recomendación, como poco, arriesgada. Llega de la mano del belga Peter Terrin y fue galardonada en 2010 con el European Union Prize for Literature.

La historia es de las que, a priori, resultan más que tentadoras. Conocemos a Harry y a Michel, que actuará aquí como narrador principal. Ambos son vigilantes en el parking de un exclusivo edificio. Ambos están, en realidad, atrapados en ese parking, porque sabemos que algo ha ocurrido en el exterior aunque no sepamos exactamente qué. Algo trascendente en cualquier caso, algo que se nos antoja indudablemente grave cuando los sibaritas residentes, uno tras otro, comienzan a abandonar el edificio.

Nuestros vigilantes, sin embargo, permanecerán en sus puestos, aferrándose a la posibilidad de un ascenso en la compañía. La novela es extraña desde el principio, irregular en cuanto a ritmo y, sobre todo, íntima y claustrofóbica. La ambientación fluctúa entre ese espacio oscuro, cerrado y aislado que es el parking y el misterio de ese mundo exterior, que desafía la curiosidad del lector y con el que el autor se permite incluso jugar en varios momentos de la narración. Pese a ello, en esa dualidad Terrin siembra magistralmente su terreno, construye su universo.

Porque el auténtico catalizador y la base en estas páginas está en el aislamiento, en la soledad. Y en torno a ella, de forma más o menos simbólica, orbita todo lo que va a ocurrir. Brevísimos capítulos en los que el autor intercala recuerdos, pensamientos, incluso la imaginación de Michel con los acontecimientos que nos narra. Vemos plasmados múltiples aspectos psicológicos muy humanos: la reticencia hacia la novedad, la condena casi automática hacia eso que llega para romper el molde. Una inclinación, que se nos va haciendo cada vez más paranoica a medida que pasamos páginas, a justificar, a construir porqués incluso cuando no existe una verdad clara. A reinventar esa realidad, incluso fabricarla antes de amoldarnos a ella. También atisbamos el poder de la influencia, la manipulación casi como necesidad, ese impulso a buscar la aceptación y el control a través del contagio de ideas. La férrea rutina, el autoconvencimiento, la terquedad que implica la pérdida de perspectiva.

Todo ello y más para construirnos un retrato muy personal y nada descabellado de la soledad, una soledad tan distinta y tan impuesta. Una novela que se desmarca desde el principio, que mantiene con altibajos un particularísimo suspense, y que termina dándonos un campo a la reflexión tan fascinante como, por qué no, actual. Desconfiad de esa etiqueta que nos la enmarca en la ciencia ficción. Es solo estética, un contexto, únicamente una excusa. Tras el envoltorio hay un caramelo que tiene más bien poco que ver con lo ficticio.