Gran Hotel Budapest (2014)

La semana pasada hablábamos de Stefan Zweig en el Desván, y hoy vengo precisamente con una película que tiene bastante que ver con el austríaco. Hoy nos vamos con una de esas películas que llamó al timbre de mi curiosidad casi desde el primer instante en que entró en mi órbita, desde el primer tráiler pre-película que me “colaron” en el cine. Su estética y su promesa de sonrisas eran más que tentadoras. Me la perdí en las salas pero me hice esa promesa de no olvidarla en el formato doméstico. Y aquí estamos.

La aproximación que Wes Anderson nos hace con “El Gran Hotel Budapest” a la Europa de los años 30, un trasfondo tan incierto como convulso, puede parecer un tanto accesoria. Relegada a un segundo plano por el componente más cómico, una carga de humor que no solo es constante, sino que predomina sobre el resto de elementos en esta producción.

Y sin embargo, si por algo destaca “El Gran Hotel Budapest” es, precisamente, en ese aspecto ambiental que adivinamos muy trabajado. Una atmósfera inspirada en esa obra de Stefan Zweig. Y es que parece que Wes Anderson bebió precisamente de ese mundo que nos tejía el vienés para inspirarse a la hora de desarrollar los escenarios y alguna de las situaciones que se nos presentan.  Tenemos incluso un personaje, en los primeros compases de la cinta, que es un auténtico guiño hacia el autor.

El filme cuenta con un reparto casi de vértigo, con nombres como Bill Murray, Jude Law o Adrien Brody que es imposible pasar por alto aunque desempeñen roles más bien secundarios. Las interpretaciones están a la altura, y sin embargo diría que no está aquí el punto fuerte de esta película. Y es algo positivo, que me ha gustado encontrarme. Porque es un ejemplo de que el cine es más que rostros conocidos y grandes interpretaciones. También necesita de buenas historias, guiones efectivos, escenarios que no dejen frío al espectador. Proponer, simplificándolo en dos palabras, cosas diferentes.

Y eso es lo que consigue (creo que con solvencia) aquí Wes Anderson. Apoyándose en el humor, en la ironía, en varias píldoras que coquetean con lo satírico y entierran casi todo el dramatismo que podría acompañar a una historia así. Y sin dejar de lado lo afectivo, esa parte tan humana que sustenta, casi retroalimenta, a los dos indiscutibles protagonistas: Gustave (Ralph Fiennes), ese conserje del prestigioso Hotel Budapest que se verá envuelto en una auténtica intriga al recibir una inesperada herencia. Y Zero Moustafa (Tony Revolori), que llegará a ser mucho más que ese siempre dispuesto ayudante que comienza siendo.

Una película que seguramente no pasará a la historia, ni es absolutamente redonda o perfecta, pero a la que es un gustazo asomarse. Por esa estética que nos propone aquí Anderson, por todas las referencias, y por esa carga de humor que articula toda la historia y mantiene al espectador en una sonrisa casi constante.