Tenemos que hablar de Kevin (Lionel Shriver)

Más allá de nuestra idea preconcebida, o de lo que nos avanza cualquier sinopsis oficial, el lector lo nota. Desde las primeras líneas, desde las primeras cartas entre Eva y Franklin, ya intuimos que algo no va bien con su hijo Kevin. Desde que sabemos que es un hijo no del todo deseado. Desde que Eva nos hace testigos de sus primeras travesuras, cada vez menos inocentes. Pasar una página es empaparse cada vez más de esa sensación: algo marcha rematadamente mal con Kevin, en Kevin, pero seguimos pasando páginas, ansiosos por saber.

Poco importa que sepamos lo que Kevin ha hecho antes de la página treinta. Porque aunque crudo y casi inconcebible, esa suerte de clímax no es un desenlace. Tampoco la prosa epistolar de Eva, divagante durante el primer tercio del libro, supone freno alguno. Ni siquiera sus frases complejas, a veces casi interminables, aglutinando comas y paréntesis, ni su aparente desorden al saltar de un tema a otro nos disuaden de seguir pegados a las páginas.

Porque lo que hace a “Tenemos que hablar de Kevin” una novela inolvidable es, en parte, ese modo de contarnos una historia. Cartas que se amoldan más bien a la estructura de un diario, salpicadas por las aceradas reflexiones de Eva. Y que demuestran que lo de despejar una línea argumental común, sencilla y lineal no siempre es necesario para transmitir. Eva nos habla de la educación, de su particular maternidad forzosamente alejada de cualquier cliché, de la sociedad americana actual, o de la vida misma. Y se desnuda ante el lector, que atisba su evolución y, a través de sus ojos, la del resto de personas que la rodean. Eva que es impulsiva, impredecible, y demasiado egoísta. Franklin, siempre empeñado en salir vencedor en esa misma batalla por el egoísmo, y que está rematadamente ciego cuando se trata de Kevin. Y el propio Kevin, que es poco menos que un misterio.

No es la típica historia de personajes, aunque estén bien construidos. De hecho, es de esas en las que no he podido empatizar con ninguno de los principales, cada uno insoportable a su manera. Algo que no me ha impedido disfrutar con la historia. Porque aquí Shriver transmite, sobrecoje, logra impactar. Y sobre todo consigue que tardemos mucho tiempo en olvidarnos de Kevin.