El marciano (Andy Weir)

Poco suelo fiarme en general de las comparaciones oficiales, de esas integradas en las propias sinopsis o de esas replicadas por doquier. Con la novela debut de Andy Weir, me he encontrado sin embargo con una, creo, más que acertada. Porque más que a la propia etiqueta de ciencia ficción, creo que “El marciano” se amolda estupendamente a esa línea que marcaba aquel inolvidable “Robinson Crusoe” de Defoe.

Al menos esa es la primera impresión una vez digerida esta historia. La de Mark Watney, un astronauta que tras un accidente en una misión espacial será dado por muerto y se verá inevitablemente atrapado en Marte. Tras el shock inicial, Mark se verá forzado a planificar, a hacer uso de sus conocimientos para ir cimentando su inesperada subsistencia en el planeta rojo.

La novela se apoya sobre todo en un acertadísimo formato de diario con el que el lector se aproxima al personaje de Mark Watney, absoluto pilar en la fórmula por la que apuesta aquí Weir. Un golpe de intimismo con el que el autor plasma estupendamente no solo el perfil de su protagonista, su audacia, su particular sentido del humor y sus motivaciones. También es un fenomenal retrato de la soledad, del aislamiento, y de los mecanismos que como humanos siempre utilizamos como parche, elevados aquí por supuesto al extremo.

“El marciano” también nos brinda una perspectiva externa en alternancia con esos capítulos en los que la visión de Watney es casi omnipresente. Conoceremos así como viven esta historia los técnicos de la NASA en la Tierra, sus intentos por comunicarse con Watney e idear un plan de rescate que parece casi imposible. También nos pondremos en la piel del resto de miembros supervivientes de la expedición inicial de Watney, les acompañaremos en la particular culpabilidad de haber dejado a un compañero aislado en un terreno tan desconocido como hostil. También tienen hueco los mass media, el uso y la dosificación de la información, el tratamiento mediático del caso de Watney en la Tierra, donde se verá trasladado casi al estatus de celebridad nacional.

Confieso que uno de los impulsos que me lanzó a esta lectura fue desde luego la próxima y anunciada adaptación cinematográfica. Y una de las cosas que más me han llamado la atención es que me he encontrado con una historia que, salvo en el último tramo, se me ha antojado muy poco cinematográfica, mucho menos visual de lo que me esperaba. El ritmo es más bien pausado, quizás en consonancia con esa soledad interminable de Watney, y la novela no escatima en explicaciones técnicas y científicas que, si bien necesarias y aclaratorias, no dejan de lastrar en cierto modo la agilidad de la lectura en varios momentos.

Una historia y un “marciano”,  en definitiva, mucho más humanos y mucho más íntimos que lo que tenía por preconcebido. Y un Weir que apunta a otra diana, a hacer ciencia ficción de otro modo, apostando más por la densidad, por un sustento sólido para su historia, que por el más asequible y extendido page-turner.