Matemos al tío (Rohan O´Grady)

El arribar de una embarcación marca la escena inicial y a la vez ese nexo que une indefectiblemente dos vidas. En este caso, dos vidas jóvenes. Estamos ante dos muchachos, Christie y Barnaby, que por distintos motivos terminan en el mismo lugar: una apacible isla canadiense.

Quizá convenga comenzar deteniéndonos ahí, en ese escenario en el que O´Grady nos sitúa su acción. Un marco muy en la línea Agatha Christie, cerrado y más bien aisaldo, con pocos personajes interactuando aunque bien delineados. Un lugar con sus leyendas, que conserva ese cariz de los territorios que parece que se han quedado anclados atrás en la vertiginosa carrera del tiempo. Además de a Barnaby y Christie como voces protagonistas, nos encontraremos con un buen puñado de pobladores de la isla, casi todos ancianos y dedicados poco más que al cuidado de sus tierras. Así que todo, incluso la propia economía que adivinamos en nuestra isla, se antoja casi un circuito cerrado.

Y en esa burbuja bucólica se colarán varios personajes más, los que nos proporcionarán la dosis de intriga que parece impulsar toda la trama. Descubriremos que Albert, el imponente montado encargado de velar por la ley y el orden, es en realidad un hombre solitario, más bien débil y atrapado en un mal de amores que canaliza desde la epístola y el silencio. También nos toparemos con un mutilado puma y, sobre todo, con el intrigante tío de Barnaby, un hombre misterioso y lector del Marqués de Sade que parece tener oscuros intereses hacia la figura de su sobrino Barnaby. El muchacho, pronto lo averiguaremos, es legítimo heredero de una fortuna. Incapaz de sacarse de la cabeza la idea de que su tío pretende matarle para apoderarse de ella, recurrirá a la ayuda de su nueva amiga Christie.

Y ambos trazan un plan. Inocente, infantil, pero de una lógica aplastante: si consiguen matar antes a su tío, nadie podrá cargarse a Barnaby ni cobrar un duro. Y ahí tenemos nuestro argumento. “Matemos al tío” es una novela elegante, que comienza con mucha calma y adquiere agilidad sobre todo en su segunda mitad, cuando la sucesión de planes homicidas de uno y otro lado se va desarrollando. Merece mención la apuesta de O´Grady por el diálogo en esta historia. No solo inserta un delicioso humor entre todos los elementos que ya hemos visto, sino que consigue “redondear” a sus personajes, profundizar en ellos y mostrárnoslos a través, sobre todo, de esas conversaciones a dos, a modo de confidencia, entre Barnaby y Christie. Quizá no terminé de verla tan gótica como se anuncia, pero sí tengo que destacar esa intriga sostenida y un encanto genuino en su estilo, notorio casi desde las primeras páginas. Una buena novela para alejarse, al menos por un rato, del vertiginoso día a día.