-1-
·······- ¿No crees que deberíamos animarla a salir un poco más? – Comentó Pablo, mientras comenzaban a degustar el postre. Ruth ya había terminado de comer y, como siempre, se había levantado y había regresado a su habitación. A veces cerraba la puerta tras de sí, pero aquel día la mantenía abierta, por lo que podían observarla desde la cocina. Marisa levantó la cabeza. Sin duda, la observación de Pablo la había sorprendido.
·······- ¿Y eso a qué viene ahora? Ruth es así. Lleva así desde pequeña.
·······- Sí, pero, no sé… Me duele verla y pensar en lo que pueda llegar a convertirse.
·······- Puede convertirse en una gran artista. Ya ves que se pasa el día pintando. ¿Has visto lo que pinta? – Preguntó Marisa, con un extraño refulgir en su mirada. Pablo sintió una punzada de culpabilidad.
·······- No… Pero, me refiero a que me duele verla tan sola, tan callada. Ya sabes, tan metida en su mundo. ¿A ti no te pasa?
·······- Posiblemente, en su momento. Pero me he acostumbrado.
·······- ¿Y eso cómo se hace?
·······- Para empezar, pasando un poco de tiempo en casa, con ella. Interesándote por lo que le interesa.
·······- Me cuesta saber lo que le interesa si está así conmigo. – Reconoció él, mientras removía su postre helado para que se deshiciese.
·······- Sí señor, estás hecho un padrazo. – Ironizó ella. – ¿Alguna vez has leído algo acerca de algún genio? No sé… Einstein, Lovecraft, por ejemplo.
·······- No.
·······- Se dice que también eran personas introspectivas, muy cerradas, sin apenas amigos. Gente demasiado dedicada a lo que dominaban. Ruth es igual. Sale cada cierto tiempo con sus amigos, para desconectar, pero la pintura es su vida. Y deberías apoyarle y darle fuerzas. Hoy en día no hay mucha gente que tenga claro qué quiere hacer de su vida. Y ella lo tiene.
·······- Es que no creo que vaya a llegar a ninguna parte pintando.
·······- Ese es tu problema. Tu hija se vuelca en algo hasta obsesionarse, y tú ni siquiera eres capaz de confiar en ella. – Apuntó Marisa mientras se levantaba de la mesa, se aproximaba al fregadero, y depositaba allí su plato sucio. Pablo permaneció en silencio unos minutos, pensando, y finalmente agarró su chaqueta y se dispuso a salir de casa rumbo a comisaría.
·
·
-2-
·······La comida había transcurrido con normalidad. Y eso a pesar de que no era habitual que su padre comiese en casa. Cuando su madre se lo había confirmado aquella mañana, a Ruth le había variado el humor sin poder evitarlo. Casi siempre le ocurría así. Podía simular lo contrario, pero en realidad se sentía como si aquel hombre, pese a haberla visto crecer, nunca se hubiese preocupado por ella. En cualquier caso, decidió que ni siquiera merecía la pena seguir pensando en aquello. Se retiró a su cuarto y se acomodó en su taburete, frente al lienzo.
·······La tarde era clara, y una fresca brisa mecía levemente los árboles. La danza era lenta y cautivadora. Apenas se acumulaban nubes en el cielo, y las pocas que se distinguían parecían huir, presurosas. Un débil aroma a vegetación húmeda se mezclaba con el olor floral que las semanas de primavera parecían traer consigo. Para Ruth, aquel era el olor de mayo. El sol comenzaba a languidecer, y fuera reinaba un tranquilo silencio.
·······Apartó su mirada de la ventana abierta al tiempo que cerraba sus ojos y se concentraba. Aún podía escuchar nítidamente las voces de sus padres, pero segundos después habrían desaparecido y podría proseguir. Antes de que le llamasen a la mesa, se disponía a rematar los contornos con un lápiz blando. Nunca observaba el lienzo al hacerlo. Visualizaba la imagen que pretendía lograr en su mente y, de algún modo, había ido desarrollando la habilidad de plasmarla en el lienzo como si se tratase de un calco. No necesitaba tomar medidas ni efectuar cálculo alguno. Simplemente dibujaba y después, en ocasiones, remataba su labor con el pincel. Su madre, las pocas veces en que la había visto, solía decir que pintaba de memoria.
·
·······Había comenzado a estudiar Bellas Artes aquel mismo año. Jamás había tenido que tomar una decisión más fácil. Había estado plenamente segura de que quería pasarse la vida allí sentada, trasladando lo que pasaba sobre su mente a un lienzo en blanco. La idea le resultaba atractiva hasta el extremo. Si una vida podía transcurrir de aquel modo, sin más preocupaciones que las ordinarias, utilizando las imágenes que llegaban a su mente para crear una realidad capaz de fascinar a quien supiese interpretarla, si esa forma de vida era real, la quería para sí. Aunque a veces pensaba que sería incapaz de sostenerla, y acabaría como tantos otros artistas cuando perdían su musa.
·······Apartó todos aquellos pensamientos que interferían en su labor, y comenzó deslizar lentamente el lápiz sobre la tela.
-3-
·······Pablo detuvo su vehículo frente al semáforo cuyo disco rojo se había iluminado hacía apenas segundos. Si todo iba bien, no tendría necesidad de volver a detenerse antes de llegar a su casa, al final de la estrecha avenida que comenzaba a enfilar. Con los dedos, comenzó a tamborilear en el volante, aguardando.
·······Su tarde había sido bastante frenética. Pocos minutos después de acomodarse en su despacho para repasar papeleo atrasado, le habían comunicado que el inspector Sánchez estaba preparado para verle. Lo había olvidado por completo. Había citado a Sánchez aquella tarde para que le pusiese al día acerca del que habían bautizado como “Caso Falange”. Entre despacho y despacho, en la comisaría no parecía hablarse de otra cosa. Desde hacía más de once meses, habían comenzado a registrarse denuncias en relación con la desaparición de algunas jóvenes de la ciudad. No eran demasiadas, pero las edades de las desaparecidas prácticamente coincidían, con lo que habían detectado un perfil en riesgo. Todas eran jóvenes de entre quince y diecisiete años. Nada habría ido mucho más allá de no ser por los cadáveres. Habían comenzado a aparecer hacía poco más de un mes en algunos rincones apartados, y el pánico, disparado por la prensa, era patente en las calles.
········La casa estaba ya en penumbra cuando cerró la puerta tras de sí. Seguramente, Marisa estaría acostada leyendo. Se quitó la chaqueta, la colgó, y se dirigió hacia la cocina. Pese a que había cenado en comisaría, se sentía hambriento, y siempre se agradecía una cerveza fresca antes de irse a dormir. Se hizo con una y se dispuso a preparar un sándwich. Miró hacia atrás. La puerta del cuarto de Ruth aún se encontraba abierta, como cuando él se había ido, y desde su posición podía apreciar los débiles y cuidados movimientos de su hija manejando el pincel. Recordó súbitamente la conversación que había mantenido con Marisa aquella misma mañana y se aproximó, procurando no hacer ruido, situándose ante la puerta. Durante algunos segundos tan sólo observó.
jaja lo cortas en lo mejor (logicamente) ... pero yo y mi cabeza o mejor mi cabeza y yo apostamos fuerte por una hipotesis de continuacion... que no desvelare para no dar pistas ;)
ResponderEliminarJajaja.
ResponderEliminarGracias por comentar como siempre Rebe :)
En la siguiente parte se aclara un poco todo, pero tendréis que esperar unos días :)
Besitos!
Magnífico Rober!!!! El relato promete por la tensión que ingeniosamente introduces desde el comienzo a través de Ruth. Las descripciones de las acciones más cotidianas son pura poesía, que quieres que te diga amigo, que es un placer leerte y que espero que algún día alguien descubra el gran potencial que llevas dentro.
ResponderEliminarEspero leer pronto la segunda parte.
Un beso, Rober.
Muchísimas gracias, Ana. Con comentarios así da gusto escribir, de verdad.
ResponderEliminarGracias por pasarte siempre :)