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martes, 11 de mayo de 2010

Paleta y muerte (Parte 1/3)

-1-
 
·······-          ¿No crees que deberíamos animarla a salir un poco más? – Comentó Pablo, mientras comenzaban a degustar el postre. Ruth ya había terminado de comer y, como siempre, se había levantado y había regresado a su habitación. A veces cerraba la puerta tras de sí, pero aquel día la mantenía abierta, por lo que podían observarla desde la cocina. Marisa levantó la cabeza. Sin duda, la observación de Pablo la había sorprendido.
·······-          ¿Y eso a qué viene ahora? Ruth es así. Lleva así desde pequeña.
·······-          Sí, pero, no sé… Me duele verla y pensar en lo que pueda llegar a convertirse.
·······-          Puede convertirse en una gran artista. Ya ves que se pasa el día pintando. ¿Has visto lo que pinta? – Preguntó Marisa, con un extraño refulgir en su mirada. Pablo sintió una punzada de culpabilidad.
·······-          No… Pero, me refiero a que me duele verla tan sola, tan callada. Ya sabes, tan metida en su mundo. ¿A ti no te pasa?
·······-          Posiblemente, en su momento. Pero me he acostumbrado.
·······-          ¿Y eso cómo se hace?
·······-          Para empezar, pasando un poco de tiempo en casa, con ella. Interesándote por lo que le interesa.
·······-          Me cuesta saber lo que le interesa si está así conmigo. – Reconoció él, mientras removía su postre helado para que se deshiciese.
·······-          Sí señor, estás hecho un padrazo. – Ironizó ella. – ¿Alguna vez has leído algo acerca de algún genio? No sé… Einstein, Lovecraft, por ejemplo.
·······-          No.
·······-          Se dice que también eran personas introspectivas, muy cerradas, sin apenas amigos. Gente demasiado dedicada a lo que dominaban. Ruth es igual. Sale cada cierto tiempo con sus amigos, para desconectar, pero la pintura es su vida. Y deberías apoyarle y darle fuerzas. Hoy en día no hay mucha gente que tenga claro qué quiere hacer de su vida. Y ella lo tiene.
·······-          Es que no creo que vaya a llegar a ninguna parte pintando.
·······-          Ese es tu problema. Tu hija se vuelca en algo hasta obsesionarse, y tú ni siquiera eres capaz de confiar en ella. – Apuntó Marisa mientras se levantaba de la mesa, se aproximaba al fregadero, y depositaba allí su plato sucio. Pablo permaneció en silencio unos minutos, pensando, y finalmente agarró su chaqueta y se dispuso a salir de casa rumbo a comisaría.

·
-2-

·······La comida había transcurrido con normalidad. Y eso a  pesar de que no era habitual que su padre comiese en casa. Cuando su madre se lo había confirmado aquella mañana, a Ruth le había variado el humor sin poder evitarlo. Casi siempre le ocurría así. Podía simular lo contrario, pero en realidad se sentía como si aquel hombre, pese a haberla visto crecer, nunca se hubiese preocupado por ella. En cualquier caso, decidió que ni siquiera merecía la pena seguir pensando en aquello. Se retiró a su cuarto y se acomodó en su taburete, frente al lienzo.
·······La tarde era clara, y una fresca brisa mecía levemente los árboles. La danza era lenta y cautivadora. Apenas se acumulaban nubes en el cielo, y las pocas que se distinguían parecían huir, presurosas. Un débil aroma a vegetación húmeda se mezclaba con el olor floral que las semanas de primavera parecían traer consigo. Para Ruth, aquel era el olor de mayo. El sol comenzaba a languidecer, y fuera reinaba un tranquilo silencio.
·······Apartó su mirada de la ventana abierta al tiempo que cerraba sus ojos y se concentraba. Aún podía escuchar nítidamente las voces de sus padres, pero segundos después habrían desaparecido y podría proseguir. Antes de que le llamasen a la mesa, se disponía a rematar los contornos con un lápiz blando. Nunca observaba el lienzo al hacerlo. Visualizaba la imagen que pretendía lograr en su mente y, de algún modo, había ido desarrollando la habilidad de plasmarla en el lienzo como si se tratase de un calco. No necesitaba tomar medidas ni efectuar cálculo alguno. Simplemente dibujaba y después, en ocasiones, remataba su labor con el pincel. Su madre, las pocas veces en que la había visto, solía decir que pintaba de memoria.


·
·······Había comenzado a estudiar Bellas Artes aquel mismo año. Jamás había tenido que tomar una decisión más fácil. Había estado plenamente segura de que quería pasarse la vida allí sentada, trasladando lo que pasaba sobre su mente a un lienzo en blanco. La idea le resultaba atractiva hasta el extremo. Si una vida podía transcurrir de aquel modo, sin más preocupaciones que las ordinarias, utilizando las imágenes que llegaban a su mente para crear una realidad capaz de fascinar a quien supiese interpretarla, si esa forma de vida era real, la quería para sí. Aunque a veces pensaba que sería incapaz de sostenerla, y acabaría como tantos otros artistas cuando perdían su musa.
·······Apartó todos aquellos pensamientos que interferían en su labor, y comenzó deslizar lentamente el lápiz sobre la tela.


-3-
·······Pablo detuvo su vehículo frente al semáforo cuyo disco rojo se había iluminado hacía apenas segundos. Si todo iba bien, no tendría necesidad de volver a detenerse antes de llegar a su casa, al final de la estrecha avenida que comenzaba a enfilar. Con los dedos, comenzó a tamborilear en el volante, aguardando.
·······Su tarde había sido bastante frenética. Pocos minutos después de acomodarse en su despacho para repasar papeleo atrasado, le habían comunicado que el inspector Sánchez estaba preparado para verle. Lo había olvidado por completo. Había citado a Sánchez aquella tarde para que le pusiese al día acerca del que habían bautizado como “Caso Falange”. Entre despacho y despacho, en la comisaría no parecía hablarse de otra cosa. Desde hacía más de once meses, habían comenzado a registrarse denuncias en relación con la desaparición de algunas jóvenes de la ciudad. No eran demasiadas, pero las edades de las desaparecidas prácticamente coincidían, con lo que habían detectado un perfil en riesgo. Todas eran jóvenes de entre quince y diecisiete años. Nada habría ido mucho más allá de no ser por los cadáveres. Habían comenzado a aparecer hacía poco más de un mes en algunos rincones apartados, y el pánico, disparado por la prensa, era patente en las calles.


·
·······Los cuerpos hallados, según le habían informado, tan sólo presentaban un par de peculiaridades. Todos ellos mostraban signos de violencia y se veían privados de la mitad de uno de sus dedos índices. Ello había desconcertado a Pablo desde el principio. Cuando además le comunicaron que había una serie de signos dibujados en los cadáveres, y observó que coincidían en los cuerpos de todas las víctimas, comprendió que todo aquello merecía una dimensión mayor de aquella en la que había enfocado la investigación. No buscaban a un asesino en serie solitario. El perfil parecía asimilarse más al de un comportamiento sectario. Quizás un grupo organizado que utilizase las falanges de los dedos amputados para algún tipo de ritual. Últimamente aquellos casos parecían estar experimentando un macabro auge en todo el país.
·······Todo aquel tema había adquirido una dimensión importante en la mente de Pablo, hasta el punto de que había llegado a obsesionarse con aquel caso. Pocas veces en su carrera le había sucedido lo mismo con otros casos. Todo aquello era distinto a lo que se había enfrentado a lo largo de todos aquellos años como comisario. No existían pruebas, ni una simple huella, ni un pelo en los cadáveres, ni resto alguno de ADN. Así que Pablo no sabía qué dirección seguir, pese a que dedicaba varias horas cada día a reflexionar y conjeturar, y tenía plena confianza en el comisario Sánchez, a quien había asignado el caso.
·······El estruendoso y prolongado sonido de una bocina de camión a su espalda le sobresaltó. El semáforo ya estaba en verde, y Pablo soltó el embrague y pisó furiosamente el acelerador, maldiciendo mientras recorría los últimos metros que le separaban de su hogar. Al final de la calle, torció a la derecha y estacionó el vehículo frente a la puerta del garaje, como cada noche solía hacer.
·······La casa estaba ya en penumbra cuando cerró la puerta tras de sí. Seguramente, Marisa estaría acostada leyendo. Se quitó la chaqueta, la colgó, y se dirigió hacia la cocina. Pese a que había cenado en comisaría, se sentía hambriento, y siempre se agradecía una cerveza fresca antes de irse a dormir. Se hizo con una y se dispuso a preparar un sándwich. Miró hacia atrás. La puerta del cuarto de Ruth aún se encontraba abierta, como cuando él se había ido, y desde su posición podía apreciar los débiles y cuidados movimientos de su hija manejando el pincel. Recordó súbitamente la conversación que había mantenido con Marisa aquella misma mañana y se aproximó, procurando no hacer ruido, situándose ante la puerta. Durante algunos segundos tan sólo observó.
·······-          Buenas noches, hija. – Saludó.
·······-          ¡Joder, qué susto! Hola, Pablo. – Respondió Ruth. El hecho de que siempre le llamase por su nombre, y nunca se hubiese dirigido a él como “papá” desde que era una niña era otra de esas cosas que le molestaban.
·······-          ¿Cómo ha ido la tarde?
·······-          Pues normal. Como todas. ¿Tú en comisaría? ¿A cuántos pobres mendigos habéis apaleado hoy? – Preguntó con sorna. Ruth nunca había simpatizado con la labor de su padre, ni con el colectivo policial en general. Pablo no pasaba demasiado tiempo con ella, pero en el poco que compartían había aprendido que responder a aquellas provocaciones sólo empeoraba las cosas entre los dos.
·······-          ¿Qué dibujas? – Quiso saber él con curiosidad, dando un inocente paso hacia el interior del cuarto de su hija. Ella no pudo evitar esbozar una expresión de profunda sorpresa.
·······-          ¿Desde cuándo te interesas tú por mis obras?
·······-          Bueno… dicen que nunca es tarde, ¿no? – Explicó él mientras apuraba un trago de cerveza. Ruth no se mostraba demasiado convencida, pero finalmente accedió.
·······-          Mira. Éste mismo lo he terminado hace tres días. No tengo ninguno más reciente terminado. ¿Qué te parece? – Preguntó, un tanto animada. La expresión de Pablo era prácticamente de estupor. Ruth presenció cómo se quitaba las gafas, las limpiaba con su camisa y se las volvía a poner, sin dar crédito a lo que veía.
·······-          Ya sé que es bueno, pero no hace falta que sobreactúes, ¿eh?
·······-          Es precioso. – Concedió sin entusiasmo Pablo, que parecía estudiar el cuadro de forma detenida. – ¿Y dices que esto lo has dibujado hace tres días?
·······-          Ajá. –Admitió ella. Pablo miró alternativamente el cuadro y a su hija y suspiró. Decidió que a la mañana siguiente tendría que hablar con el inspector Sánchez.

4 comentarios:

  1. jaja lo cortas en lo mejor (logicamente) ... pero yo y mi cabeza o mejor mi cabeza y yo apostamos fuerte por una hipotesis de continuacion... que no desvelare para no dar pistas ;)

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  2. Jajaja.

    Gracias por comentar como siempre Rebe :)

    En la siguiente parte se aclara un poco todo, pero tendréis que esperar unos días :)

    Besitos!

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  3. Magnífico Rober!!!! El relato promete por la tensión que ingeniosamente introduces desde el comienzo a través de Ruth. Las descripciones de las acciones más cotidianas son pura poesía, que quieres que te diga amigo, que es un placer leerte y que espero que algún día alguien descubra el gran potencial que llevas dentro.
    Espero leer pronto la segunda parte.
    Un beso, Rober.

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  4. Muchísimas gracias, Ana. Con comentarios así da gusto escribir, de verdad.

    Gracias por pasarte siempre :)

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