La casa del trueno (Dean Koontz)

La novela que hoy comparto con vosotros es de esas que me sirven como primer acercamiento hacia un nuevo autor. En este caso, nos vamos a las letras de Dean Koontz, otro de los grandes referentes contemporáneos en esto del terror. El por qué un loco fan del género como yo no había buceado aún entre sus novelas es un misterio. Bueno, no es un misterio pero que mejor no preguntéis porque haré la cobra. “La casa del trueno” es la elegida y vamos al lío.

La llamada Casa del Trueno que da título a esta novela es un escenario. Un lugar en el que Susan, nuestra protagonista, ha vivido en el pasado una experiencia terrible. Cuando Susan, ya en el presente, despierta de un coma tras un aparente accidente de tráfico, se asomará de nuevo a aquel terror. Comenzará a ver a aquellas mismas personas que la acompañaron en la Casa del Trueno. Ahora se han convertido en doctores, enfermeros, o ayudantes del hospital en el que está ingresada. Toda una pesadilla que, a medida que Susan va recuperando la memoria, irá tomando tintes macabros.

Quienes ya han leído más novelas del autor de Pensilvania, coinciden en que quizá esta no sea su mejor historia. Y seguramente no lo sea, porque no estamos ante una de esas novelas redondas, perfectamente uniformes y equilibradas. Sin embargo, Koontz sí que muestra indicios, detalles de esos que hacen al lector querer otorgar una segunda oportunidad. Una historia que prácticamente se sustenta en un par de personajes principales: Susan, de un lado, cuya mentalidad escéptica y científica tendrá que enfrentarse a hechos no demasiado explicables, y el misterioso Dr. McGee, de otro, ese médico que atiende a Susan en su convalecencia y que parece mostrar por ella un interés mayor que el que exige la simple relación médico – paciente.

Koontz hace uso aquí de varios recursos para sembrar una intriga tan deliciosa como creciente en esta historia. Uno de ellos, y en el que por propias carencias siempre suelo fijarme, son los diálogos. Dean Koontz construye conversaciones ágiles, que fluyen de forma natural y que plasman la personalidad, ese humor irónico, incluso esa intimidad creciente que se va generando entre Susan Y McGee. Diálogos creíbles, en definitiva, que casi actúan como un auténtico gancho para el lector. Otra faceta en la que Koontz se luce son esas escenas cumbre en las que impera la tensión, esas en las que el lector casi puede intuir cómo entiende cada autor el terror. Y Koontz ni se apresura ni se corta aquí un pelo, sugiere lo justo para activar la imaginación del lector y se mantiene firme cuando tiene que mostrar y resultar explícito para impactar. Gustará a algunos, repelerá a otros, pero nadie quedará indiferente cuando el terror impera y eso habla de efectismo.

Yéndonos ya a los puntos flacos, como decía la novela está algo lejos de ser inolvidable y lo es por varios detalles. El primero de ellos, a buen seguro el más aparente, es el desenlace que nos aguarda. Es cierto que cierra bastante bien casi todos los flecos de la historia pero, quizá por lo imprevisible, yo al menos fui incapaz de anticiparlo, no deja de resultar extraño y un punto forzado. Ello unido a un tempo un tanto irregular y a algunos tramos algo repetitivos, lastran una pizca el regusto que nos deja la novela.

En definitiva, un prometedor acercamiento a Koontz, un autor más que interesante con el que sin duda repetiré. Y una novela que si os va esto del terror psicológico, también un punto claustrofóbico, os regalará un buen rato de lectura pese a las carencias. De lo del final, que siempre es algo personalísimo, tendréis que leer para juzgar.