Fue, en 2006, la novela que hizo al zaragozano David Jasso un hueco en el panorama literario de nuestro país. Es una novela de terror, como casi todas las que vamos compilando en el Desván, pero muy diferente. En “La Silla” no hay zombies, ni vampiros homicidas, ni uno de esos asesinos en serie que persigue al protagonista minándole la vida. Tampoco hay fantasmas, extraños rituales o casas encantadas. El desencadenante, el catalizador, es algo mucho más posible y tangible. Más habitual.
Daniel Lonces es un escritor de novelas de terror. Es joven, pero ha publicado un par de novelas que han obtenido el beneplácito de la crítica. Vive con su mujer y su hijo en una hermosa casa. Su vida está casi en su punto álgido. Sólo dos preocupaciones copan sus pensamientos: su matrimonio y el desarrollo de su nueva novela. Su mujer le ama y él… bueno, digamos que intenta convencerse de que también la ama a ella.
Respecto a la novela, una mañana Daniel decide experimentar algo: pide a su esposa que le ate, le inmovilice y le amordace en una silla. Ha llevado a la protagonista de la novela a esa situación y, ahora, quiere saber qué se siente para poder plasmarlo en su historia. Reacia, su mujer obedece y lo deja a solas. Cuando, pasadas unas horas, Daniel la llama para que le desate, sólo obtiene una respuesta: un fortísimo golpe y un grito. Después, silencio. Atrapado, y con la única compañía de su hijo, que sólo gatea por la casa, Daniel tendrá que sobrevivir al horror que le espera.
Pese a lo cerrado de la propia trama el autor recurre a la propia psicología de su personaje para enriquecer la historia y darle un ritmo casi cinematográfico en ciertas partes. Sin excesivos remiendos, con una prosa sencilla y ágil, David Jasso reinventa, a su manera, el concepto de terror psicológico planteado hasta ahora. Un poco de originalidad y aire fresco.
Me llama la atención, pero reconozco que este tipo de historias me producen una angustia terrible. Espero que acabe bien. la leeré. Besos
ResponderEliminarAna
El final no es precisamente "bonito", al menos al uso, aunque también tiene sus matices de esperanza y fortaleza. Más si cabe teniendo en cuenta que la historia es, digamos, bastante cruda.
ResponderEliminar¡Un beso, Ana!