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lunes, 21 de marzo de 2011

Un autógrafo


Simón dio un nuevo trago a su cerveza y se inclinó, dirigiendo su atención al otro lado de la barra. Eran las cuatro de la madrugada y el local, al que solía acudir casi todos los sábados, estaba ya más bien desierto. Sin embargo, justo al otro extremo de la barra, una mujer apuraba su copa con la mirada fija en el licor. Era pelirroja, a buen seguro teñida, y no demasiado delgada. Como detectando la atención de Simón, alzó fugazmente un rostro que reveló unos ojos color avellana que se posaron en él por un instante.
El “Best of you” de los Foo Fighters salía regurgitado de los altavoces, y Simón decidió evitar dilucidar lo que aquellos ojos podían haber querido susurrarle si fuesen labios. Se volvió y procuró  sumergirse de nuevo en la conversación que sus amigos mantenían.


Pocos minutos después, Simón salió al exterior a atender una llamada. La temperatura era casi gélida y agradeció haberse provisto de su larga cazadora antes de salir. Experimentó una ligera sensación de mareo al recibir el primer azote del viento. Una vez se hubo asentado, se extrañó al ver el nombre de Mónica iluminado en la pantalla: Su editora no era de las que trasnochaban.
-          ¿Diga?
-          ¿Qué tal, Simón? ¿Molesto? Perdona por llamar tan tarde.
-          No te preocupes, no me despiertas. ¿Pasa algo?
-          No es nada grave, tranquilo. Sé que es muy raro pedirte esto un sábado y a estas horas pero, ¿podrías pasarte mañana por la editorial?
-          Ni siquiera sabía que abríais los domingos. Claro, sin problema. Pero, ¿qué ha pasado?
-          Me han hecho una propuesta que te incumbe, pero prefiero hablarlo contigo mañana directamente. Si no hay inconveniente, vamos.
-          Eres una máquina. Hasta los sábados por la noche buscando negocio. ¿De verdad que no me puedes adelantar nada?
-          Es que el alcohol nubla las mentes. Es el mejor día para hacer negocios. – Rió ella. – Y sí, podría adelantarte algo. Pero prefiero dejarte con la mosca.
-          Yo también te quiero, Mona.
-          Venga, mañana nos vemos. ¡Pásalo bien! – Se despidió ella y colgó al instante.
Simón, por su parte, caminó de nuevo hacia el bar planteándose si retirarse ya a casa. No le entusiasmaba un madrugón en domingo, pero sabía que Mónica tenía que estar tras algo importante, y quería estar fresco por la mañana. Entonces, notó un contacto que aferró su brazo.
 
-          Perdona. ¿Tú eres Simón Somoza? ¿El escritor? – La voz procedía de su espalda y había adquirido un matiz casi histérico con la última pregunta. Simón se sorprendió casi más por ello que por el simple hecho de que alguien hubiese podido reconocerle. Acababa de ver publicada su primera novela pero no era, ni mucho menos, una personalidad.
-          El mismo. – Replicó él esbozando una ensayada sonrisa y volviéndose. Ante sí aparecieron aquellos ojos color avellana que sólo instantes antes había observado en el bar, ahora dotados de un brillo especial. La joven mostraba una sonrisa agradable que, sin embargo, bajo la mirada de la luna, revelaba que podía estar casi rondando la treintena.
-          Antes te había visto dentro. – Prosiguió ella, e inclinó la cabeza señalando la entrada del bar. – Pero no sabía si eras tú. Casi no me lo puedo creer. – Suspiró algo arrobada.
-          Eres de las primeras personas que me reconoce. No soy tan famoso. – Rió él.
-          ¿Me puedes firmar un autógrafo? – Pidió finalmente ella, sosteniendo un bolígrafo y lo que parecía una servilleta arrugada en su mano derecha. Su sonrisa inicial se mantenía intacta. Simón notó cómo algo, imparable, se hinchaba en su pecho.
-          ¿Me crees si te digo que es el primero que firmo?  – Accedió. Alcanzó con su diestra el “bic” roto que la mujer le ofrecía. - ¿Tienes el libro? Puedo firmártelo cualquier noche por aquí. Vengo casi todos los…

En aquel momento, Simón aproximó su mano izquierda hacia la desvencijada servilleta que le era ofrecida. Lo siguiente ocurrió demasiado deprisa, y Simón dispuso de escasos segundos para asimilarlo antes de perder el sentido. En un efímero instante, los ojos de aquella mujer se quedaron sin brillo y su sonrisa se desvaneció. Con un movimiento furtivo, desplazó su mano hasta colocarla frente al rostro de Simón y dio un soplido. De la servilleta surgió una polvareda blanquecina, y la visión de Simón comenzó a nublarse.

·
Cuando recuperó de nuevo el sentido, Simón yacía sobre una mullida cama. Intentó distinguir algo a su alrededor, pero la lacerante luz de la mañana se derramaba hacia el interior a través de la ventana. Así que todo lo que le mostraba su visión eran sombras borrosas y titilantes siluetas.
Lo primero que pasó por su cabeza fue que todo tenía que haber sido un mal sueño. Sufría un punzante dolor de cabeza. En ocasiones le ocurría tras padecer una pesadilla o un sueño especialmente intenso. A su alrededor, las formas comenzaron a delimitarse y Simón reparó en que estaba en su propio cuarto. No sentía las manos. Al otro extremo de la cama, de pie, observándolo, se encontraba aquella mujer. Pese a la penumbra, sus facciones dibujaban un rictus tranquilo y una especie de sobria sonrisa. Su rostro emanaba tranquilidad, pero también satisfacción, y ello molestó a Simón. Fue a gritarle, abrió la boca para hacerlo, para pedirle explicaciones. Quería saber qué hacía allí, cómo había entrado en su propia casa y por qué no podía moverse. Pero no consiguió articular palabra.
Así se sucedieron algunos minutos, en un silencio peculiar. Con aquella mujer estudiándole, casi a su lado aunque oculta entre la oscuridad de la estancia. A continuación, fue ella quien comenzó a moverse. Avanzó bordeando la cama, y se adentró en la luz que se filtraba a través del ventanal. Después volvió a perderse en la negrura. No había pronunciado palabra. Simón observó cómo se retiraba hacia el pasillo y cerraba la puerta tras de sí. Después de unos instantes de duda, el escritor comenzó a agitarse furiosamente. Si había un momento en que podría escapar, liberarse, tenía que ser aquel. Al menos, si fuese el protagonista de uno de sus propios relatos, sin duda sería aquel.
Pero no había nada de qué liberarse. En realidad, Simón descubrió que su cuerpo respondió con la primera orden que transmitió su cerebro. Se giró sobre el lecho y su mano diestra pasó a reposar sobre su vientre. Seguía sin sentirla, porque posiblemente habría estado yaciendo sobre sus manos. Comenzó a mover lentamente los dedos hasta que notó su sensibilidad de vuelta. Simón se incorporó sin comprender, y observó sus piernas y el resto de su cuerpo. No había ataduras, nunca había estado tan libre.
El primer pensamiento sensato que salió de la mente de Simón aquella mañana fue  que era domingo. Y que, por tanto, tenía que ir a la editorial, como le había prometido a Mónica la noche anterior, justo antes de toparse con una super-fan que, presuntamente, le había drogado o algo parecido. Si es que, realmente, aquella escena había tenido lugar, cosa que aún no tenía muy clara. Sí. Aquella era una forma perfectamente razonable de empezar aquel domingo.
Simón se enfundó en las mismas ropas de la noche anterior y observó el despertador. Sólo faltaban cinco minutos para mediodía. Si Mónica aún seguía en la editorial, se la encontraría con un machete presto para ser utilizado, Simón no albergaba duda de ello. Así que se aseó contrarreloj, preparó el café matinal sin el cual nunca había sido capaz de vivir y abandonó su apartamento.
Sólo cuando se hubo encontrado en el exterior, sumergido entre los olores aún vivos del mercado, cayó en la cuenta de que se había olvidado por completo de aquella mujer. La había visto abandonar la habitación, pero ni siquiera había comprobado si se encontraba en algún otro lugar de la casa antes de salir. Tardó solo un par de segundos en convencerse de que no le importaba. Aquel era el día más surrealista que recordaba haber vivido.
·
Los resplandores de las rotativas policiales le hicieron comenzar a correr nada más divisarlos, desde el principio de la calle. No había demasiados transeúntes, pero Simón nunca había imaginado que sería tan difícil abrirse paso entre ellos. No vio el cordón policial que se había establecido, pero un rollizo agente se encargó de detenerle, casi violentamente, antes de rebasar el límite.
 
-          ¿Qué pasa? ¿Qué ha pasado?
-          Ya lo ve, un incendio. No puede avanzar más, caballero. El área está acordonada.
-          Pero, ¿por qué?
-          No lo sabemos, lo estamos investigando. – Afirmó el agente haciendo uso del perfecto tono oficial de un discurso memorizado. Simón alzó su rostro y atisbó más allá de la figura del agente: del minimalista edificio que albergaba la editorial surgía una colosal columna de humo de tono oscuro.  Las llamas surgían de las ventanas como garras anaranjadas que buscasen plasmar su huella negra sobre la fachada. El calor que emanaba del lugar se dejaba notar incluso desde la posición de Simón, y los ojos comenzaban ya a irritársele.
-          Oiga, agente. – Suplicó Simón con la voz quebrada. - ¿Se sabe si hay víctimas? Allí dentro había una persona a la que conozco y…
-          No tenemos constancia de que haya víctimas. Quizá su compañera haya conseguido salir a tiempo. ¿Por qué no lo comprueba y se tranquiliza un poco, señor?

Aunque el tono del agente desagradó a Simón, hizo lo que el hombre le pedía. Extrajo su teléfono móvil del bolsillo y aguardó mientras los tonos se sucedían. El teléfono temblaba al compás de su descontrolado pulso. Finalmente, la voz de Mónica apareció al otro lado de la línea.

·
El pequeño café estaba ubicado en una recóndita callejuela del barrio antiguo. No era nada del otro mundo, pero Mónica lo había propuesto porque allí gozarían de tranquilidad. No hacía falta ser un genio para intuir que, aquel día, ambos la necesitaban.
-          Empieza tú. Aunque no vaya a creérmelo. – Pidió Mónica. Habían esperado a que las dos tazas de café se encontrasen casi vacías para sacar el tema. Y así lo hizo Simón, relatándole el episodio de la noche anterior, su encuentro con la mujer, y el extraño desenlace acontecido aquella mañana.
-          Ni siquiera puedo asegurar que no haya sido todo sólo un sueño. No sé qué pensar. – Concluyó.
-          Vale. Me toca. Anoche tuve un sueño extraño. No sueño demasiado, y no suelo acordarme, pero el de ayer fue distinto. Y absurdo. Yo estaba en el salón de tu casa, de pie, frente a una de tus estanterías. De pronto, uno de los libros que contenía salió despedido e impactó contra el suelo. Al aproximarme me di cuenta de que era tu libro. Al arrimar la mano para recogerlo, comenzó a arder, sin más. Di un grito y, después, sólo recuerdo haberme despertado agitada e inquieta. Nunca me había pasado nada así y nunca he creído en los presentimientos o algo por el estilo. Pero es que no parecía un presentimiento. Era, más bien, algo físico. No sé explicarlo de otra manera.
-          Y… ¿Solo por eso evitaste salir hacia la editorial? ¿Por ese sueño?
-          Sí. Creo que no espero que lo entiendas. Fue una especie de interpretación. Anoche estuve negociando con el representante de otra editorial, más grande, que trabaja a nivel nacional. Quieren publicar tu novela en un formato más barato. Es lo que ayer tenía que decirte. Y, cuando vi arder el libro, creo que pensé que era una especie de “señal”. Como alertando de que no íbamos a hacer lo correcto.
-          Y seguiste el impulso. – Afirmó él. – Sea lo que fuere, o como fuere, de haber llegado a la editorial estaríamos muertos. Y estamos los dos aquí.
-          Supongo. Pero no entiendo nada. – Suspiró Mónica. – Y, en fin, esta es mi historia.
-          Bueno. Tal vez es mejor así. A veces ocurren cosas por las que es mejor no preguntarse demasiado.
-          Imagino que…
·
Echando la vista atrás hacia el principio de aquel día, Simón no encontró mejor frase que la que Mónica había pronunciado a continuación, para su propósito. Así que abrió su propio libro por la primera página y escribió: “A una desconocida amiga, a quien debo seguir aquí. Porque imagino que siempre hay y habrá cosas que se nos escapen.”
Después, Simón colocó de nuevo el tomo en ese hueco de la vasta estantería que siempre había aislado del polvo. La oferta para adquirir su obra era más generosa de lo que habría esperado. Aún así, no había dudado en rechazarla en la decisión más irracional de toda su vida.
Y, aún entre divagaciones, se encaminó hacia su cuarto, casi esperando no hallarse sólo en la estancia.

Imágenes:

http://firmaleasantamarta.org/
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http://blog.yaaqui.com/

6 comentarios:

  1. Interesante relato que te hace reflexionar acerca de aquellas cosas o hechos inexplicables que a veces nos ocurren y a los cuales no deberíamos darles muchas vueltas, sino aceptarlos tal y como vienen.
    Como siempre logras sorprender al lector porque tus finales pocas veces pueden descifrarse a través del argumento, mantienes la intriga hasta el final y eso es algo dificil de conseguir.

    Un abrazo Rober!!!!

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  2. Muy buenas, Ana! Muchas gracias por pasarte a comentar como siempre.

    Bueno, intento "retorcer" siempre un poco los finales de los relatos. Aunque este me ha quedado bastante sencillo en comparación con otros, pero me alegro que te haya gustado de todos modos.

    Sí que hay cosas, al menos, dificiles de explicar. Y para encontrar una explicación que, quizás, no nos satisfaga, creo que a veces es mejor afrontarlas tal como vienen. Siendo conscientes de que han estado ahí, pero sin darles demasiadas vueltas.

    ¡Un beso!

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  3. Vengo aquí desde el blog de Ana "La bitácora del miedo" Espero poder visitarte a menudo. Te invito a que vengas a mi casa cuando quieras.
    Chao
    Ana

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  4. Un placer, Ana.
    Muchas gracias por pasarte y dejar tu huella también en este rincón. Será un placer leerte de vez en cuando, no lo dudes.
    Un beso y bienvenida!

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  5. Tarde pero...

    Muchas veces la vida la decidimos por impulsos o por decisiones "poco razonables", y en esos momentos es mejor no darles muchas vueltas...

    Los finales sencillos y sin mucha vuelta también tienen su encanto ;) como siempre me ha encantado tu relato, quedas con la sensación "extraña" que da el pensar, sentir o vivir hechos inexplicables.

    Un beso

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  6. ... siempre :P

    Graciñas por leerme guapa ;)

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