Hilos
En el fondo, la vida parece basarse sólo en tejer. En confeccionar nuestro disfraz. Luchamos por lo que queremos o por lo que creemos querer, con la paciencia y la perseverancia de la abuela que pretende regalarle a su nieto un jersey por su cumpleaños. Y guste o no el regalo finalmente, experimentamos la llana sensación de haber concluido lo que empezamos. Lo que un día nos propusimos terminar.
En realidad, no importa demasiado si al chaval de cinco años le ha gustado o no su regalo. Dentro de un año, siendo bastante optimista, el crío descubrirá un nuevo obsequio que le animará y, seguramente, el jersey terminará arrojado en cualquier rincón. La abuela contemplará cómo su esfuerzo ha resultado inútil. Si avanzásemos otro año más, el muchacho habría crecido y ni siquiera podría vestir aquel jersey en el que su abuela había puesto tanto empeño.
Quizás ya entrando en la pubertad, aquel joven descubriría la prenda en una de las limpiezas rutinarias de su cuarto, o en el fondo de algún cajón. Quizás incluso recordase vagamente su dibujo descolorido en la pechera. Quizá tratase de conservarlo, pero no tardaría en darse cuenta de lo absurdo de su intención, pues lo que un día había sido un elaborado y colorido jersey se habría convertido en una tela inútil: los hilos ya se habrían roto.
Existen otros hilos que tardan más en hilvanarse. Aunque es un proceso casi inconsciente, rayano en lo automático. Apenas nos damos cuenta de que nuestra vida gira en torno a ellos, pero están ahí, y nos reportan las mejores prendas, los vestidos más valiosos. Quizá por eso nos convencemos de que son algo así como indestructibles, inmunes a la vacua caducidad que lo impregna todo.
Cuando llega el silencio, tan firme como injusto, llega la hora de asentar los pies en el suelo. Es mejor no buscar causas. Quizás simplemente el egoísmo pondera. Es mejor dejar las cosas como están. El tiempo es el juez más justo.
Cuando atrae a la decepción, y es esa estrella brillante que nos había guiado la que falla, encontramos pocos huecos a los que aferrarnos. Conservamos pocas fuerzas para el necesario Gran Salto. Albergamos esperanzas al tiempo que las quemamos, mucho antes de que arraiguen.
· ¿Es entonces cuando esos otros hilos han terminado también por deteriorarse?
...De Buenos Aires a Madrid
sólo hay un charco
y desde tí hacia mí
no salen barcos...
(C. Chaouen)
La vida es una gran tela de araña en la que que cada hilo tiene su función, y como tejedores de esos hilos una vez que dejamos un hilo y pasamos a otro, el antiguo forma parte también de esa tela, un hilo por el que quizás con el tiempo volvamos a caminar.
ResponderEliminarComo siempre Rober, sabes poner nombre a los sentimientos más íntimos. Dificil que una no se sienta identificada con alguno de ellos durante alguna época de su vida.
Un abrazo amigo!!!!!!
Muchas gracias, y gracias siempre por pasarte y comentar Ana ;)
ResponderEliminarTienes razón, quizás haya hilos que un día creemos descartar, pero que quizás terminemos de hilvanar más adelante.
¡Un beso!