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viernes, 24 de octubre de 2008

El andén número tres

Una estación. Una como cualquier otra, tan vacía de madrugada como cualquiera a aquellas horas. Luis y Cristina, una joven pareja, toman asiento en uno de los bancos que se distribuyen a lo largo del andén número tres, aguardando la llegada del tren que transportará a Cristina hasta su casa. Ambos, agotados, no pueden evitar que sus párpados caigan cubriendo sus ojos durante la espera.

Cuando Luis se despierta, la estación se encuentra sumida en la oscuridad, y Cristina no está a su lado. Al principio todo se antoja un error, cualquier caprichosa casualidad, pero a medida que vuelan los segundos, el más subversivo y atávico de los pánicos se instalará en él. Y cuando un impuntual tren se detiene al fin junto al andén, lo último que Luis imagina es que pueda acercarle hacia una verdad. Hacia una terrible e inesperada realidad...



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Cuando se despidieron del cielo infinito que les observaba, aún encontraron tan sólo la frialdad de su negritud. La madrugada estaba avanzada, pero aún habían de consumirse varias horas hasta que el sol despuntase, emergiendo en el horizonte. Volaba el difícil invierno del 2003, como evaporándose sobre los, siempre incandescentes, fogones del tiempo.




La estación, como cada noche a aquellas horas, se mostraba desierta y solitaria. Parecía también dormida, reponiendo fuerzas, presta para el vertiginoso ritmo con el que el día siempre la despertaba. Los pasos de Luis y Cristina desafiaron al silencio cuando penetraron en ella, y rápidamente se propagaron reflejándose sobre la vasta estructura de hormigón que soportaba la bóveda. Una cubierta ya agrietada que les refugiaba y les privaba de cualquier visión exterior.


La pareja dirigió sus pasos a lo largo de todo el andén número tres, que parecía resguardarse tras la sombra proyectada por una ancha escalera que comunicaba con el nivel superior, a través del que se podía acceder a otros andenes más lejanos. Cuando hubieron llegado aproximadamente a la mitad de la dársena, decidieron tomar asiento en un banco cercano.



- ¿Qué hora es? - Preguntó Cristina en un suspiro.

- Las seis. Aún falta más de una hora.

- Joder...

- ¿Estás segura de que no hay ninguno nocturno? En fiestas suelen poner. - Dijo Luis, masajeándose las sienes, y bostezando.

- No, he mirado antes de salir. Eso sería prestar un servicio a los ciudadanos. - Replicó con ironía, hundiendo su rostro en el pecho de Luis y acomodándose en él.

- No irás a dormirte. - Adivinó él mientras extraía un cigarrillo del bolsillo izquierdo de su chaqueta y se hacía con un mechero al mismo tiempo.

- Eso pretendía. - Dijo ella simplemente.

- Pues al menos pon la alarma del móvil o algo así, porque yo estoy muerto también, ¿eh? No creo que aguante despierto. - Era completamente cierto. Había salido de casa a las cinco de la tarde, y se había reunido con Cris una hora después en aquel mismo lugar. Llevaban algo más de doce horas fuera, y ambos estaban destrozados. Ella no respondió y él tampoco exigió ninguna respuesta. Luis dejó volar su mente hacia lo que el futuro podría depararle, y notó la respiración sobre el pecho que acompasaba la suya propia hasta que el calor y la nicotina le adormecieron.


Se despertó tranquilamente y, esperando a que sus ojos penetrasen en la oscuridad y le permitiesen atisbar más allá, consultó su reloj. Fue casi un acto reflejo. Eran las seis y veintitrés minutos, y sin embargo se sentía como si hubiese descansado toda una noche. De inmediato, buscó el esbelto cuerpo de su chica, primero a su lado y después al otro extremo del banco, pero ella no estaba allí. Desperezándose, se puso en pie y comprobó de nuevo la hora. En efecto, eran las seis y veintitrés, y el tren que Cristina debía coger no llegaría hasta las siete en punto. ¿Dónde podía haber ido?



No necesitó dar más de unos pocos pasos para percatarse de que algo andaba mal. La estación, ya de por sí lúgubre, ofrecía una impresión de mayor tristeza y soledad cuando se veía privada de iluminación eléctrica, como era el caso. Extrañado, y elucubrando que quizá Cristina hubiese ido al baño, recorrió el apartado andén en dirección a los servicios. La quietud era absoluta, sólo interrumpida por el evanescente eco de sus propios pasos y por el silbido del viento que impactaba contra las gruesas paredes. Avanzaba casi a tientas. La estación era un intrincado conjunto de sendas sumidas en una oscuridad caliginosa, y Luis tan sólo podía guiarse por el indeciso haz que las luces de emergencia proyectaban.



De pronto percibió un sonido tímido y prolongado, como distante. En un principio no se detuvo, pero, a medida que avanzaba, el débil sonido fue dando paso a un estruendo, como si el foco que lo emitiese estuviese próximo. Esta idea intranquilizó a Luis. Dejó de caminar, aguardando casi un instante de lucidez que le permitiese identificar cual podía ser el origen de aquel fragor. Instante que no llegó.



Temeroso, concentró su atención en intentar vislumbrar algo entre la vasta penumbra, cualquier indicio de movimiento que explicase todo aquello. El sonido ahora se asemejaba a un lamento, y parecía desplazarse hacia su posición, a través del andén. Pero la calma, la ausencia de cualquier movimiento, imperaba.



Quizá por ello reaccionó con rapidez cuando una de las luces de emergencia, arañando la oscuridad, desveló la presencia de aquella figura. Fue un efímero instante, pero la mente del joven recogió su aspecto, como si de una terrible instantánea se tratase.



La silueta que avanzaba a la carrera hacia él parecía haber sido escupida directamente por las más profundas y subversivas sombras. Su tez se mostraba renegrida hasta el más horrible extremo, casi como si todo su cuerpo estuviese recubierto de alguna oscura sustancia oleaginosa. Los ojos aparecían vacuos: dos desiertas cuencas blanquecinas destacando entre la oscuridad, en repulsivo disentimiento con todo lo situado en derredor. No se adivinaban labios, únicamente una deformada cavidad bucal, que como en perpetuo grito escupía aquellos sonidos, los más horripilantes que Luis había percibido jamás. Estridentes y atropellados, como una amalgama de intensos llantos, lamentos, súplicas, que esbozaban la más fiera desesperanza.


Luis emprendió de inmediato una vertiginosa carrera sobre sus propios pasos de nuevo hacia el otro extremo de la dársena, pese a saber que allí no hallaría escapatoria posible. Nuevamente tomó las luces de emergencia como firme referencia, y movió sus piernas al ritmo más frenético que fue capaz de mantener. Quizá fue debido a su concentrado afán en perseguir la línea de ridículas luces, o quizás fue el temor el que le impidió hacerlo. Lo cierto es que prefirió no mirar atrás durante su trepidante huída.



Y fue entonces cuando los vio, cual si fuesen dos luminosos ojos inmaculados rasgando violentamente la penumbra: Los potentes faros del tren que se había detenido en mitad del andén, y que le cegaban en su atropellado avance obligándole a entrecerrar los ojos. Tras de sí, aquello parecía vomitar casi en su oído los horribles rumores. Cuando hubo rebasado la posición de los gemelos haces de luz, torció su mirada hacia su izquierda y, prácticamente, se arrojó al interior del vagón a través del primer rectángulo de luz amarillento que apareció ante sus ojos. Después, se movió a gatas y trastabillándose hasta refugiarse en una esquina alejada de la puerta, la más cercana a la cabina del tren. Estaba exhausto.


Cuarenta y cinco minutos después, el tren llegó a la parada en la que Cristina debía haberse apeado. El trayecto se prolongó durante a lo que Luis le pareció una eternidad, y transcurrió entre interminables reflexiones. Incontables veces se preguntó que habría ocurrido, o si simplemente todo no se debería a una alucinación baladí. Inmerso aún en sus pensamientos, y con los nervios aún vivos, comenzó a caminar de forma casi automática entre las calles.



Sintió un peculiar alivio al toparse con los contados transeúntes que deambulaban, desvelados, ya a aquellas tempranas horas por las calles. Se alegró al encontrar al fin personas como él, y al abandonar la negrura en la que aquella estación se había convertido. Inspiró profundamente, como si quisiese disfrutar del aire fresco que transportaba los acres olores de la mañana. Parecía haber salido a la superficie tras haber hecho una breve visita al más insondable averno.



La puerta de cristal del portal de su novia estaba completamente abierta. Quizá alguien estuviese desempeñando labores de limpieza en el edifico. Ascendió ágilmente a través de los escalones que tantas veces había contado, hasta llegar al tercer piso. Se arrimó a la puerta sobre la que se elevaba una dorada E y llamó al timbre. Cristina abrió la puerta pocos segundos después, descubriendo su semblante en el zaguán, sereno y algo más pálido de lo usual. Al instante se retiró hacia el interior de la vivienda dejando la puerta de madera entreabierta, sin mediar palabra, y Luis la siguió a través del angosto pasillo apenas iluminado hacia la salita.



Cuando se adentró con tímidos pasos en la estancia, también iluminada de modo rácano, distinguió las suaves curvas que delimitaban el cuerpo de Cris recortadas en el sofá. Lo miraba fijamente, como queriendo articular unas palabras que no llegaba a pronunciar. El sonido del teléfono sobresaltó a Luis, aunque ella no pareció siquiera percatarse de la llamada, y el muchacho observó extrañado como se sucedían seis tonos sin que demostrase intención alguna por atenderla. Acto seguido, saltó el contestador.



- Hola. Soy Alba. En este momento no estamos en casa, pero si lo crees necesario puedes dejar un mensaje después de la señal, y te devolveremos la llamada. Gracias.

- Buenas noches, señora Martínez. Verá, soy el comisario Urquijo, le llamo desde la Comisaría de Policía. Siento causarle molestias a estas horas, pero el asunto reviste importancia. Verá usted. Esta noche se ha registrado una explosión en la Estación de RENFE de la ciudad, por causas que aún no hemos podido concretar con certeza. Existen víctimas y hemos estado realizando las primeras investigaciones más superficiales en el terreno, y tras hallar algunos restos de documentación identificativa, temo que uno de los dos cuerpos encontrados podría pertenecer a su hija, Cristina Vázquez Martínez. Siento tener que comunicárselo de este modo. Contactaremos nuevamente con usted en cuanto dispongamos de más información. Sentimos de veras tener que informarle de esto.



- Intenté ayudarte... - La voz de Cris sonaba temblorosa y apesadumbrada, y ahora que la luz procedente del pasillo iluminaba en parte su rostro, éste se presentaba dotado de un candor inmaculado, de una lividez extrema. - Intenté ayudarte pero te empeñaste en escapar...


Aquel 9 de noviembre de 2003, a las seis y cincuenta y ocho minutos, el vagón delantero del primer tren de la línea 7 hizo explosión cuando se detenía en el andén tercero. Alguien había colocado un artefacto explosivo de escasa potencia, pero la suficiente como para terminar con la vida de dos jóvenes: Cristina Vázquez Martínez y Luis Suárez Rubio, que dormían en un banco cercano.



Hoy, el andén se encuentra en desuso careciendo de cualquier tipo de actividad ferroviaria. Como si quisiera enterrarse el recuerdo de lo que un día acaeció. Sin embargo, en las gélidas noches de invierno, hay quien aún escucha extraños lamentos que parecen manar de ninguna parte. Y varios empleados afirman haber distinguido, en plena noche, dos siluetas que se mueven irregularmente de forma casi espasmódica, como imágenes desterradas de otro tiempo que se abren camino hacia el presente. Dos siluetas juveniles. Dos siluetas que atraviesan, corriendo, el andén número tres.

7 comentarios:

  1. ***

    Pri!!!!!!!!!!!!!! xDDDD

    Ays... diox... que relatos que me escribes más malos pa la salud xDDDD

    Ya no tengo más palabras que decirte niño!! Como siempre "mola mil", me tensionaste un poquito jajaja triste final...

    Me quedo con la última fotuka que es muy guapa, porque la tercera me quitaría el sueño xDDDD

    Un besito Rober....

    ~Mua~

    ***

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  2. Petardooo!! mñana te leo que tengo la mañana libre ^^

    No me va el msn!! :( estaré un rato en skype. Besicos bombóooooooon

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  3. Y ahora qué? O.O
    Aiiiiissss!! >_< Siempre igual, dejando much espacio para que nuestras ideas juguen con tus relatos, buscando explicaciones, buscando un final...
    Entonces... la figura que asustó a Luis era Cristina? O.O

    Ya me contarás xD O sino ya te sacaré el tema en algún momento ^^
    Toda la listaaaa :)

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  4. De eso se trata también un poco, Duendecilla, de que el relato os aporte algo y también os haga cavilar :P

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  5. ¬¬
    Me lo tomo como un: tienes razón pero por no dartela no te digo ni sí ni no. xD

    Mucísisisiisisisimos besos y mimos ^^

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  6. Este relato tuyo no lo había leído y me ha gustado mucho la carga emocional que tiene y que tan bien has plasmado. Nos llevas por unas sendas que no auguran el impactante final pues hubiera jurado que Luis estaba tan vivo como yo ahora, eso es lo que hace grande a un relato, el romper todos los esquemas del lector que se prepara para un determinado final.

    Enhorabuena Rober!!!!!

    Un abrazo amigo!!!!

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  7. Otro abrazo para tí, Ana

    Ya sabes que siempre valoro y agradezco mucho todos tus comentarios :)

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