Cinco tumbas sin lápida (Tony Jiménez)

El Shelter Mountain al que nos traslada Tony Jiménez es uno de esos lugares especiales.  No solamente porque parece un escenario excelente,  un marco propicio para la historia que nos va a brindar.  Más allá,  sin duda tiene un aura especial,  esa especie de alma de lo atávico,  de los enclaves que de algún modo se han quedado atrapados en algún momento del tiempo.  Un pueblo pequeño con pocos habitantes y esos lazos casi familiares que los unen a todos.  Pocas cosas pasan en Shelter Mountain que no se conozcan,  que no se extiendan,  pocos secretos hay que perduren.

George,  que es el protagonista de esta novela sorprendentemente amena,  guarda unos cuantos.  Su perfil no es novedoso,  los que somos avezados al género casi lo calamos desde los primeros capítulos: Escritor de éxito en pleno bloqueo creativo,  sumido en el luto tras la muerte de su gran amor,  e incapaz de enderezar el rumbo, ni en lo profesional ni en lo personal. Sin embargo,  intenta hacer el esfuerzo,  dar el añorado paso al frente.

En este caso eso implica un "rewind",  una reinvención,  un retorno a su pasado y a ese lugar en el que se forjó,  halló la felicidad para no tardar en perderlo prácticamente todo.  Sí,  ese lugar es Shelter Mountain,  el inquietante Shelter Mountain que se pondrá patas arriba con la vuelta de George.  No solo sus habitantes,  algunos recelosos y otros casi entrañables,  tienen la culpa de esa suerte de incomodidad.  La llegada de George coincidirá con una serie de desapariciones y de brutales  asesinatos que recargarán página tras página una atmósfera cada vez más opresiva.

Una novela cuya mayor virtud ya desempolvaba al principio: es tremendamente llevadera y accesible,  casi hasta hipnótica en algún tramo de la narración. Un pequeño caramelo para todos los aficionados a ese terror tan King de los pequeños pueblos,  de los pocos personajes polarizados y bien pulidos,  pero que también se mueve entre lo íntimo: las visiones,  lo onírico, los recuerdos,  el duelo,  o el temor ante una página en blanco.  La mención y la evocación al de Maine es casi obligada con cada guiño que el autor nos plantea,  y no son pocos.

Una línea que muta en parte en las escenas cumbre,  especialmente a medida que el final se hace inminente.  Aquí el terror se torna más visual,  más violento,  como si nos llegase a golpetazos.  Y conservando además ese poso entre excesivo y superficial que nos retrotrae al cine,  a todas aquellas producciones más bien de serie B que presentaban carencias,  pero gozaban también de un incuestionable encanto.

La mezcla resulta en una novela,  la primera y mi primera de Tony Jiménez,  que es como poco prometedora.  Sin grandes alardes,  seguramente con más carencias de las que este humilde lector ha sabido ver.  Pero cuando te tocan ahí,  en ese género y en ese tipo de historia que te apasiona,  simplemente disfrutas.  Es lo que a mí me ha ocurrido con "Cinco tumbas sin lápida", una de esas historias que me ha gustado leer y que,  como a veces decimos los lectores,  me encantaría haber sabido escribir.