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lunes, 14 de septiembre de 2009

"El patio"

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········Hay lugares especiales, capaces de alterar una parte, a veces íntima, de nosotros mismos. Esta suerte de postulado tenía para mí la misma fuerza que cualquier aseveración científica, teórica pero nunca puesta personalmente en práctica. Cuando aquel atardecer observé el patio a través de la película de polvo que tornaba opacos los cristales de la ventana, todo cobró una nueva dimensión.

········

········Había sido un largo y tedioso viaje, y los preparativos habían resultado tan frenéticos que me había visto casi forzado a alojarme en aquella vieja pensión ante la alta ocupación que traía consigo el período estival. Acostumbrado a hoteles lujosos y confortables, el contraste era demasiado severo como para hacer gala siquiera de un ápice de buen humor. El propietario, un hombre que rondaría los 50 años, adusto y con un rostro anguloso, pareció mostrar cierto recelo ante mi traje de ralla diplomática, como no queriendo creerse que alguien como yo pudiese terminar en un antro como aquel. Apostaría incluso a que dada la situación aplicó una tarifa sensiblemente superior a la habitual, pero sumirme en una discusión era lo último que deseaba en aquel momento.


········

········Una vez me hube instalado y hube dispuesto el equipaje, decidí buscar un lugar donde cenar y, fue entonces, al pasar frente a la ventana de la modesta habitación que me había sido asignada, cuando reparé en aquel patio.

········

········Moría el día y quizás por ello un manto lúgubre parecía extenderse entre los árboles y cernirse sobre los decrépitos bancos y los ya oxidados columpios. Un inmenso charco de agua dividía lo que en tiempos había sido una cancha deportiva. Ahora, todas las líneas que deberían delimitarla habían desaparecido consumidas por el polvoriento borrador de los años, y tan sólo dos bajas canastas, ya sin sus respectivos aros, se mostraban como un incompleto legado en apariencia olvidado. Enmarcado por una fría e imponente verja, el patio concentraba una no despreciable cantidad de basura, en especial latas descoloridas de refrescos. Me pregunté por un instante cuánto tiempo llevaría aquel lugar sumido en su caliginosa soledad, y salí de la pensión.

········

columpio
········

········Disfruté de una aceptable cena en un cercano restaurante regional, y tras pasear durante cerca de tres cuartos de hora por la zona, decidí regresar para descansar. El día posterior se adivinaba agotador, no sólo por la conferencia a la que había sido invitado como ponente, y que había supuesto el motivo fundamental de mi viaje, sino también a causa de que debía comenzar a recabar las primeras informaciones para mi próximo artículo. Habitualmente, mis artículos solían girar en torno a temas históricos, la Historia Contemporánea siempre había sido mi mayor fuerte. En aquella ocasión, sin renegar del todo de este enfoque, había planteado mi trabajo de forma distinta.

········

········

········Me desperté sobresaltado ya avanzada la madrugada. Un repetitivo y chirriante sonido había perturbado mi descanso. Molesto, me incorporé en la cama y aguardé unos segundos, desperezándome y tratando de identificar aquello que me había despertado. Parecía provenir del exterior. Iniciando un proceso cargado de la mecanicidad que implica la rutina observé el despertador mientras me ponía en pie.  Eran las cuatro y nueve minutos. Arrastrando mis pies por la fría superficie del suelo, me aproximé a la ventana.

········

········Uno de los focos que estaban destinados a iluminar el patio aún funcionaba, aunque tan sólo arrojaba un trémulo haz de luz amarillenta e intermitente sobre lo que, en tiempos, habría sido la pista deportiva. Fue por ello que tuve que permanecer durante varios segundos frente a la ventana para tomar conciencia de lo que la caprichosa iluminación parecía querer revelarme.

········

········Un intenso punto de luz roja, similar al generado por cualquier tipo de láser, atrajo de inmediato mi atención. Al escudriñar más en la oscuridad, intuí la silueta de un hombre, posiblemente un mendigo, que sostenía una colilla. En un principio supuse que el sonido procedería de allí, pero el hombre permanecía en silencio y prácticamente inmóvil. Entonces, casi cuando ya me disponía a regresar a mi lecho, detecté un movimiento continuo justo al otro extremo del patio. Una vez mis ojos se hubieron acostumbrado a la escasez de iluminación en aquel punto, traté de asimilar la escena que aparecía ante mí, sin llegar a comprenderla ni lo más mínimo: Un crío, cuyos pies ni siquiera rozaban el suelo, aferraba con fuerza las herrumbrosas cadenas que configuraban el descuidado columpio, y se balanceaba con despreocupación lentamente, como dejándose llevar por las secuelas de un virulento impulso que ya se había casi consumido.

········

ventana
········

········Intrigado, a punto estuve de abandonar la habitación y bajar hasta el patio, pero la pereza y el frío nocturno me contuvieron, primero frente a la ventana, y más tarde entre las sábanas. Procuré quitarle la mayor importancia posible al hecho, pero lo cierto es que tardé bastante en conseguir pegar ojo. Minutos después, mientras me encontraba ya en estado de duermevela, cesó al fin el chirriante sonido. Casi inconscientemente, mi cabeza se llenó de preguntas que suplicaban respuestas. ¿Qué hacía aquel niño en aquel lugar y a aquellas horas intempestivas? ¿Se habría perdido? Si era así, quizás llevase horas rondando por los alrededores. Experimenté una súbita punzada de culpabilidad que se desvaneció muy pronto. Mi cuerpo pedía un descanso, y la jornada que se avecinaba sería dura.

········

········

········Durante la mañana posterior, me encontré bastante desconcentrado, como perdido en el rumbo de mis funciones. Mi intervención en la conferencia fue escueta, y el resto de participaciones de los demás ponentes se prolongó aún más de lo estipulado. Lo único que deseaba era regresar a la pensión y descansar un rato antes de comenzar con el tema del artículo. Así lo hice, sin siquiera darme una ducha, y pocas horas después abandoné de nuevo el viejo edificio, grabadora en mano y con la libreta que habitualmente usaba para tomar mis notas.

········

········Mi destino era Los Tilos, una urbanización ubicada a las afueras de la ciudad, no excesivamente lejos de donde me encontraba. Hacía varias décadas, se había producido allí un brutal asesinato que había conmocionado a toda la región. Mi idea era rescatar todos los testimonios, restituir todo recuerdo y toda huella que el tiempo aún no hubiese borrado.

········

········Cuando, ya entrada la noche, me apeé de nuevo en la parada de bus próxima a la pensión, mi humor estaba seriamente mermado. Me había pasado la tarde de casa en casa, incluyendo aquella en la que habían acaecido los hechos, que desde entonces jamás había conseguido venderse. Pero nadie quería hablar, y cada vez que había intentado presentarles el recuerdo de aquel fatal suceso, lo alejaban con un portazo, dejándome resignado frente al diván. En lugar de regresar de inmediato a la pensión, decidí cenar algo en el primer restaurante con que me topé, y después tomé una copa en un pub cercano que se agotó más tarde de la cuenta. Allí entablé conversación con un extraño anciano, de aspecto desaliñado, que me contó gran parte de su vida en pocos minutos. Cuando me preguntó dónde me alojaba, y alegando que conocía el lugar y, además, le caía de camino, se ofreció a acompañarme. No rechacé su invitación. Me vendría bien una conversación durante el corto camino, por superficial que fuese.

········

········De vez en cuando le observaba, y él me miraba con unos extraños ojos grandes y marrones. Una abundante barba poblaba parte de su cara y abrigaba su cuello. Su sonrisa era franca, sincera, y sus dientes, completamente irregulares, hacían de ella una mueca extraña y, en cierto modo, triste. Tenía una curiosa cicatriz triangular sobre su ceja derecha que, según me había comentado, se había hecho ya en su infancia.

········

noche 2
········

········Cuando le anuncié que ya había llegado a mi destino, se despidió con un tímido gesto con su diestra y unos murmullos amables y, para mi sorpresa, se internó hacia la oscuridad que impregnaba el patio, frente al vetusto edificio en que yo dormía. De reojo vi su oronda silueta dejarse caer en un banco cercano. Desconcertado, comencé a caminar hacia el portal de entrada, pero algo me detuvo.

········

········El inconfundible sonido del bote de una pelota pareció perforar mis oídos. Procedía de mi izquierda, del oscuro patio, y hacia allí me volví. Un niño, esbelto, sostenía una pelota que cada cierto tiempo dejaba caer al suelo. Me miraba con una media sonrisa y unos brillantes ojos negros que disentían con su tez y acentuaban su tono pálido.

········

········Nada en aquella figura, ni en la expresión de su rostro, me amedrentaba y, sin embargo, algo que no sé explicar me atemorizaba lo suficiente como para no permitirme hablar, ni siquiera acercarme a aquel crío. Mi única reacción fue darme la vuelta hacia el hombre que me había acompañado. El incandescente punto de un cigarrillo encendido era lo único que señalaba su posición.

········-          Oiga… ¿y este crío? ¿Le conoce? – Logré articular con nerviosismo. La respuesta tardó unos segundos en llegar, liderada por la voz ronca y quebrada del anciano.

········-          ¿Usted también puede verlo? Viene aquí todas las noches. – Contestó alegremente.

········-          ¿Cómo todas las noches? ¿Acaso no tiene familia?

········-          Todas las noches desde 1948 – Se limitó a replicar, y el alegre matiz de su voz se tornó en una escandalosa carcajada que parecía huir a toda prisa de la cordura. Decidí en aquel punto no continuar conversando con aquel loco. Al darme la vuelta el chico no estaba allí y la pelota yacía abandonada en un rincón. No le di mayor importancia. Cuando entré en el edificio, los ecos de aquella descontrolada risa aún parecían reverberar y extenderse por las calles.

········

········

········Cuando un sonido seco y regular me despertó aquella noche, giré todo mi cuerpo hacia los números luminosos. No me sorprendió, y por otro lado me aterró, que fuesen las cuatro y nueve minutos de la madrugada. En aquella ocasión no era el vaivén de algún columpio lo que percibían mis oídos. Eran pasos, procedentes del pasillo, a los que a tramos regulares acompañaba otro sonido, sensiblemente más potente y, dadas las circunstancias, bastante más inquietante: un sonido como de una pelota de plástico al impactar contra el suelo. Me llamó poderosamente la atención que los sonidos no provocaban ningún tipo de eco en un angosto corredor como aquel. Parecían neutros, nítidos, como pretendiendo llegar sin traba alguna a mis oídos. A medida que se sucedían los segundos, parecían surgir de una posición más cercana a la mía, viéndose incrementado su volumen en una relación inversa con mi calma y mi tranquilidad. En un extraño alarde de fuerza de voluntad, abandoné de un salto el lecho, prendí la luz, y salí hacia el pasillo. A medio camino cesó todo sonido, y al abrir la puerta hallé en el suelo, en el umbral, un papel pulcramente doblado.

········

bombilla5xd
········

········Se trataba de una fotografía en blanco y negro que retrataba a un niño aterrado, sosteniendo una pelota. Tras de sí, aparecía lo que se antojaba una cancha y, más allá, un solitario par de columpios en apariencia en buen estado. Reconocí las facciones del niño casi al primer golpe de vista, aunque necesité de más tiempo e imaginación para identificar el fondo de la imagen con lo que hoy quedaba de aquella suerte de esplendor. En el margen superior, figuraba una fecha escrita a bolígrafo azul: 1948. Faltaba la parte derecha de la foto, que parecía haber sido arrancada. Me dejé caer sobre el duro colchón, sin tumbarme, y me masajeé las sienes. Creo que, por primera vez en mi vida, me pregunté si estaba volviéndome loco. Tras unos minutos intentando dar con cierta lógica para todo aquello, consulté la hora de nuevo y me dispuse a hacer una llamada telefónica bastante arriesgada. Sobre todo a aquellas horas intempestivas.

········-          ¿Diga? – Una voz soñolienta surgió al otro lado de la línea.

········-          ¿Bermejo? Soy Luis. Siento despertarte, pero necesito que me hagas un favor.

········-          ¡Me cago en la puta Luis, que son casi las cinco! ¿No podías haber esperado tres horas?

········-          Lo siento. De verdad te digo que es importante. – Insistí. Y debió de percibir realmente el matiz de urgencia en mi voz, porque no replicó con protesta alguna al margen de un aislado gruñido de disgusto.

········-          Muy bien. Tú dirás. – Accedió.

········-          Necesito saber qué sucedió en el lugar en el que estoy en 1948.

········-          ¿Y por qué ha tenido que suceder algo? Creo que hay algo que se me escapa…

········-          Aún no puedo contarte nada. ¿Puedes ayudarme?

········-          ¡Siempre igual!... No lo sé, no te prometo nada. Dime el lugar concreto y cuando tenga algo te lo hago llegar. Si es que en realidad hay algo.

········Tras la conversación con Bermejo, puede que ya más tranquilo, o completamente exhausto, logré conciliar el sueño.

········

········

········Pese a que el viaje en tren de vuelta a casa había sido largo y tedioso, no había dormido ni un minuto. Aún así, recopilé la suficiente fuerza de voluntad como para no dejarme caer en la cama nada más llegar. Me serví un whisky con hielo y conecté mi ordenador portátil para consultar mi correo de la redacción, casi esperando encontrar decenas de mensajes de lectores indignados por mi artículo del viernes. Probablemente los habría, pero pasaron a un segundo plano cuando leí el nombre de Bermejo en el último e-mail de la bandeja de entrada:

········

········“Te adjunto un montón de artículos en prensa de la época y alguna fotografía que he rescatado de la hemeroteca. Pero, por si no estás muy por la labor de leer todo (como buen hombre ocupado que eres, jeje) te diré que en el lugar que tanto te interesa se produjeron series periódicas de ejecuciones durante el apogeo de la Dictadura Franquista, que más o menos coinciden con la fecha que mencionas. Si estás más interesado, tocará leer el resto. Espero que te sirva. Y recuerda que ya estás tardando en contarme de qué va todo esto”

········

········Con una extraña mezcla de excitación y temor, comencé a hojear someramente los documentos en pdf que mi buen amigo me remitía en el e-mail. Tras echar un vistazo a algunos de ellos, una imagen me paralizó y me hizo detenerme en uno en particular. La fotografía que acompañaba la noticia mostraba al mismo niño con la misma pelota que yo había visto, junto a otro hombre que lo encañonaba con un fusil. Alterado, extraje de mi cartera la fotografía que había encontrado a la puerta de mi habitación la última noche antes de mi partida y la comparé con la que se mostraba en el monitor del portátil. Eran similares, salvo por la mitad que faltaba.

········

periodismo

········Como si los tristes tonos sepias de la fotografía fueran espías del pasado, recorrí con las yemas de mis dedos toda la superficie de la imagen, buscando algo que, estaba convencido, se me escapaba.

········

········La pieza que restaba del rompecabezas apareció cuando reparé en la otra figura que aparecía en la pantalla: la del hombre que apuntaba al niño con el arma. Estudié cuidadosamente su figura y su semblante. Bajo su cabello, visiblemente encrespado, aparecía una extraña cicatriz de forma triangular.


4 comentarios:

  1. Andaaaaa... a mi me ha caído bien el viejo tarumba ^^
    no lo tenía leído, será que al hablarme del relato y tal, se me hacía familiar y tal. Pensé que en la otra mitad de la foto aparecería otra cosa que ahora te diré :P No lo pongo aquí par ano dar pistas por si alguien lo lee, o qué se yo.
    Me suenan las fotos... turururuu :)
    Yo máaaaas!!

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  2. Inquietante la figura del anciano que esconde más de lo que se aprecia a primera vista. Existe una delgada línea entre la razón y la locura, un mundo en el que algunos se refugían para no sentir remordimientos por los propios actos de uno.
    Enhorabuena Rober!!!!!

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  3. Muchas gracias, Ana, ya sabes que cada detalle en cada relato esconde múltiples interpretaciones, es la particular "magia" que practicamos los que nos gusta escribir, creo que me entiendes perfectamente.

    Gracias de nuevo por tu visita :)

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  4. Es un placer leer buenos relatos y los tuyos lo son, además me tengo que poner al día pues he visto que tienes bastantes relatos que no había leído pues pensaba que los tenías puestos en el foro y he visto que no es así.
    Un abrazo!!!!!

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