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domingo, 26 de julio de 2009

"Kilómetro 67"

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·······Mi nombre es Miguel, y tras demasiado tiempo me he decidido a contaros mi historia. No espero que nadie encaje en la realidad racional mi testimonio. No espero que nadie crea mis palabras. Ni siquiera tengo la certeza de que puedan algún día tener un destinatario. De cualquier manera, me veo en la necesidad de exteriorizarlas de algún modo. Los secretos que perviven en el interior de una única persona tienen fecha de caducidad, y terminan perdiendo la esencia de su condición.

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·······Todo comenzó una madrugada seca y calurosa de principios de julio. Una madrugada como tantísimas otras. Nada deparaba algo extraordinario cuando abandoné el hotel donde trabajaba desempeñando labores de seguridad, hacia las seis de la madrugada. Ya a aquellas horas, el cambio de turno era casi una bendición, tras ocho horas sin descanso, y sin llevar tampoco a cabo una labor precisamente activa.

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·······Como era habitual, me detuve en una gasolinera justo a la salida de la ciudad, antes de enfilar la carretera que me llevaría a casa, hacia un ansiado descanso. Además de aprovechar para llenar el depósito, entré como cada mañana en la cafetería, ya repleta a aquellas horas de camioneros y viajantes, a muchos de los cuales ya conocía de ocasiones anteriores. Desde luego, aquel humilde local era ya un punto de reunión para todos ellos, y el éxito del mismo no debía atribuirse en absoluto al amargo café y las grasientas tostadas que se dispensaban. Sostuve una conversación más bien trivial con tres camioneros que se quejaban del mal estado de las carreteras de la región y apuré de un trago el café solo y siempre cargado que, esperaba, me ayudarse a activarme en el trayecto en coche hasta mi domicilio.

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·······Cuando ya me despedía del resto de los presentes, dispuesto a abandonar el establecimiento, noté en mi bolsillo la continua y, cada día más terrible, vibración de mi teléfono móvil. El último nombre que querría ver plasmado en la pantalla apareció ante mis ojos como una mala pesadilla que se atisba tras las ventanas de la morada de lo onírico. Barajé durante largos segundos la posibilidad de ignorar simplemente aquella llamada, pero necesitaba respuestas, y era consciente de que podían llegar incluso tras una llamada tan aparentemente molesta como aquella:

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-         ¿Diga?

-          Miguel, soy Lucía.

-          Sí, sé quién eres. De momento el móvil sigue reconociendo tu número. – Espeté sin más, generando un silencio al otro lado de la línea que sin duda había esperado percibir. Después, la voz al otro lado surgió en tono sensiblemente más elevado.

-          Mira, tío. Tu ironía no te va a solucionar nada esta vez.

-          ¿Y esta llamada? ¿Me va a solucionar algo?

-          No lo sé…

-          ¿Qué quieres?

-          Verte… Mira, Miguel, sé que no he llevado bien todo esto. Sólo quiero intentar explicártelo mejor, en persona. Creo que al menos te debo eso.

-          A mí ya no me debes nada, aunque sí quiero escuchar esas explicaciones. Pero dudo que pueda entenderte ya.

-          Por lo menos déjame intentarlo.

-          Llegaré a casa en un rato, puedes pasarte cuando quieras.

-          ¿Vienes del curro? ¿Por la AS-320?

-          Supongo. Tengo el platillo volante en doble fila, pero es que no quiero sembrar el pánico.

-          Bueno, me alegra verte algo más animado. Sólo lo decía porque han dicho en la radio que ha habido un accidente en la AS-320, hacia el kilómetro 67. Así que ten cuidado.

-          No te equivoques, tengo los ánimos por los suelos. Por cierto, ¿desde cuándo vuelves a preocuparte por mí? – Repliqué. El silencio que se instaló al otro lado de la línea fue finalmente interrumpido por un prolongado suspiro.

-          Esto no es difícil sólo para ti, Miguel, yo también…

-          Ya, seguro… - Interrumpí, aunque su voz siguió modelando palabras que oí sin escuchar. – Bueno, tengo que coger el coche. Nos vemos luego. – Me despedí, y me dispuse a colgar. Pero la voz de Lucía, frenética, logró incluso sobresaltarme.

-          ¿Miguel? ¡¡Miguel!! ¿Estás ahí? Si estás ahí todavía dime algo, por favor. ¡Por favor! ¡¡Miguel!! ¡Contesta, Miguel! – Algo en aquel tono me provocó un escalofrío. Quizás fue simplemente el contraste: hacía menos de un minuto habíamos estado conversando en un tono más o menos relajado y ahora parecía que la persona a la que había amado, a la que aún amaba, paseaba despreocupadamente por los lindes de la cordura. Convencido de que ya había tenido bastante por aquella mañana, puse fin a la llamada.

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·······A tan tempranas horas, el tráfico era muy fluido y apenas había transeúntes por las aceras a los que prestar especial atención, lo cual restaba aún más dinamismo a la, ya de por sí, rutinaria actividad de la conducción. El tramo hasta mi casa era, por fortuna, corto. No obstante, aquella mañana me estaba costando más de la cuenta mantener mi atención en la carretera. No sólo por el sueño. También lo achaqué a la conversación con Lucía, que copaba casi exclusivamente mis pensamientos.

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·······Traté en repetidas ocasiones de centrar mi atención en la conducción, sin éxito. Hacia la mitad del recorrido, la carretera se adentraba en un pequeño pero frondoso bosque, que parecía cernirse con sus ramas sobre los visitantes motorizados. Allí, las pobladas copas de los árboles actuaban como un eficaz filtro que apenas permitía el paso de la luz y del calor. El asfalto era una constante película húmeda rodeada de oscuridad. Activé las luces largas, que en un instante neutralizaron la eficacia de las de cruce. Los párpados comenzaban a pesarme, y aumenté el ritmo de mis parpadeos para tratar de mantenerme alerta.

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·······Inevitablemente, volví a preguntarme cómo el vínculo que me había unido a Lucía durante más de dos años podía haberse deteriorado de modo tan acusado sin que siquiera nos hubiésemos percatado de ello. ¿O era únicamente yo el que no me había dado cuenta? Ella en las últimas semanas se había mostrado implacable ante mis súplicas, como movida por una extraña convicción que no podía haber surgido de la nada, de un día para otro. Quizás al fin y al cabo el torreón se había ido desgastando con el paso de los días y los vientos, tan lentamente que no había merecido mi atención hasta ahora que podía contemplar una construcción agrietada y abandonada. O quizás no había querido verlo pese a que ahora advertía un montón de señales que ella podía, o no, haberme dirigido cuando aún no era demasiado tarde. Quizás. Necesitaba demasiadas respuestas que, por muchas preguntas que formulase, sabía que jamás obtendría.

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·······El primer volantazo brusco hizo deslizarse la parte trasera del vehículo, sin control, sobre el asfalto, invadiendo el carril contrario. El sobresalto fue suficiente para convencerme de que no podía seguir conduciendo en aquellas condiciones. Una vez hube recuperado el control del vehículo y me hube repuesto también del susto, me detuve en el arcén justo al comienzo de la curva siguiente.

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·······Me apeé y caminé unos pocos metros por la vía, asegurándome de que no corría ningún peligro. Comencé a respirar profundamente sintiendo cómo el aire, con su poderoso olor a vegetación, penetraba en mis pulmones y cómo el pequeño paseo activaba un poco mis músculos alejándolos de su letargo. Cuando ya me sentía dispuesto a proseguir el camino, reparé en el extremo contrario de la carretera, más húmedo aún que en el que me encontraba. Unas marcas oscuras de neumáticos atrajeron mi atención por su trayectoria, que se orientaba hacia fuera de la carretera. Sin embargo, nada en aquella zona parecía hacer suponer que algún conductor se hubiese precipitado bosque abajo fuera de la calzada. Necesité aún de unos metros más para descubrir una zona devorada completamente por la penumbra y tan envuelta en la vegetación de la zona que, de no haber sido por la trayectoria plasmada por los neumáticos en el asfalto, me habría pasado inadvertida. Allí, una parte del quitamiedos había cedido y colgaba a merced del viento hacia el exterior. Un tanto alterado, me aproximé corriendo al lugar y traté de atisbar en la negrura que se sucedía en pendiente bajo mi posición. En un primer momento fui incapaz de distinguir cosa alguna, pero pasados algunos segundos surgió la silueta de un vehículo volteado sobre la ladera, empotrado contra lo que parecía ser un árbol.

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·······Tardé unos segundos en reaccionar. El impacto de la situación parecía haber paralizado mis músculos y mi capacidad para controlarlos. Aún aferrado al firme de la calzada, tanteé el terreno de la pendiente, tratando de averiguar si habría algún modo de descender la empinada ladera sin irse al suelo y terminar en el fondo del valle. Mis pies resbalaron en la tierra dispersa y apenas pude mantener el equilibrio. Con toda aquella oscuridad, era imposible distinguir nada más que vagas siluetas. Estaba casi convencido de que aún guardaba en la guantera una vieja linterna, por lo que decidí regresar al coche para buscarla y pedir ayuda. Trepé a través de la zona en que el quitamiedos había sido casi arrancado y avancé al trote hacia él.

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·······Pero en el lugar donde lo había detenido, ya no había ningún vehículo.

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·······Frené en seco mi avance, de nuevo como si mis músculos se hubiesen congelado. En ese instante, ni siquiera barajé la posibilidad de que algo demasiado extraño estuviese sucediéndome. Pese a que estaba seguro de haber dejado el coche justo en aquel lugar, y a que no había escuchado sonido alguno de su motor al arrancar. En un lugar silencioso y poco transitado como aquel, me resultaba extraño no haberlo percibido si alguien se lo hubiese llevado. Rebusqué casi de forma inconsciente en mis bolsillos, buscando mi teléfono móvil, con la esperanza de que no lo hubiese arrojado a cualquier rincón en los asientos traseros, como siempre hacía. Por supuesto, en aquella ocasión había seguido el mismo ritual.

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·······Resignado, decidí aplazar el hacerme la pregunta de qué es lo que debería hacer en aquel momento para más tarde. Me aproximé de nuevo a la ladera y comencé a descender, procurando dirigirme hacia la posición del vehículo siniestrado, y tratando de sujetarme, hundiendo mis brazos en el terreno ya superado, para evitar precipitarme sin control. Lo conseguí durante los primeros metros, pero después tuve que lanzarme hacia el vehículo para no continuar descendiendo ladera abajo. Acto seguido y aferrado a él, rodeé el coche lentamente hasta posicionarme a la altura de su parte delantera. Mis gritos hacia quien quiera que aún se encontrase en su interior, si es que era así, no eran correspondidos con respuesta alguna. No obstante, sí llegaba hasta mis oídos un extraño zumbido amortiguado procedente del interior, que me invitaba a pensar que sí pudiese haber alguien atrapado. Puede que estuviese inconsciente, y de ahí que no respondiese a mi llamada.

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·······Un dolor punzante y más intenso de lo que había imaginado se instaló en mi codo tras conseguir hacer trizas una de las ventanillas. Comprobé que, pese a que era incapaz de abrir la puerta, el cierre no estaba echado. Eché un fugaz vistazo al interior, pero la oscuridad era casi total y apenas me permitía vislumbrar alguna sombra en el interior. Atisbé una figura en el lado opuesto, el del acompañante. Ahora el zumbido era más claro. Me puse de nuevo en pie y me hice camino como pude hacia la otra puerta delantera. En este caso, la puerta si cedió, al menos parcialmente, al tercer intento. Lo suficiente como para poder adentrarme a través de ella.

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·······Un refrescante aroma a pino, similar al del ambientador que solía utilizar en mi coche,  me golpeó al entrar. Si existía algún otro olor diferente, se veía completamente eclipsado por esta fragancia. Convencido de que no podría hacer gran cosa en tal situación de penumbra, rebusqué en mi bolsillo izquierdo, del que extraje un pequeño mechero. En aquel momento, me habría reído de cualquiera que aseverase que fumar Camel no tendría nunca ningún beneficio.

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·······De pronto, como en un instante de lucidez, el zumbido se transformó en palabras. La intensidad de las mismas era ridícula, pero por alguna razón, en aquel momento, no me pasaron inadvertidas. Sostuve el encendedor en mi diestra y guardé silencio, intentando comprender aquellas palabras. No me llevó más que unos pocos segundos conseguirlo:

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-          ¿Miguel? ¡¡Miguel!! ¿Estás ahí? Si estás ahí todavía dime algo, por favor. ¡Por favor! ¡¡Miguel!! ¡Contesta, Miguel!

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·······Me estremecí. Aún no sé cómo mi trémulo pulgar atinó después a encender la llama, para mostrarme aquel cuerpo, tendido sobre el salpicadero a tan sólo centímetros del mío. Su tez, más que pálida, era ya blanquecina, y en su rostro se agolpaba una gran cantidad de sangre reseca, que recubría gran parte de su frente, su cavidad nasal y sus mejillas.

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·······Incapaz de asumir aún la verdad que se mostraba ante mis ojos, recorrí con temblorosas manos las flácidas facciones de mi propio rostro.

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·······Desde entonces, paso las noches vagando por esa maldita curva del kilómetro 67, aunque son pocos los que aún pueden verme. La mayor parte de mí se extinguió aquella mañana en la carretera. Ahora sólo me quedan recuerdos, los mismos que conservaba en aquel amanecer. El ser humano neutraliza sus recuerdos con otros, y así muda su traje y se viste de felicidad. Nadie puede imaginar lo que es estar estancado en un instante, sin posibilidad de acoger nuevos recuerdos. Sin un cuerpo que aloje un alma vacua.

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·······Y sin oportunidad de tachar y volver a escribir.

3 comentarios:

  1. :::

    Como de costumbre... Genial!!!! NO me cansaré nunca de leer tus relatos...describes tan bien todo, que haces que parezca que todos estamos allí viviendo ese justo momento.

    Te felicito.

    Besines **Muaka**

    :::

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  2. Muy bueno el relato , el final es raro , pero esta bien jejjejej me recuerda a las peliculas de ese estilo . La manera de describir el entorno es muy buena, casi me siento como el protagonista ejejeej.

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  3. Uuuuh, me sabía el final, por aquel día en tu portal que Rebeca y Luis estubieron preguntandote... por ese fallo en los nombres xD Pero aun así (sabiendome el final) a estado bien. Además, sabes de sobra, que muchas veces me sabía el final ñeñeñeñe. De aquellas que no tenias el desván, y que subias relatos por partes :P
    Cariño, que te amo :)

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