Alguien ha dejado un curioso regalo esta noche en el desván. Y aunque todos podéis disfrutarlo, este relato es para alguien en especial. Esa persona sabe quién es, y sabe el porqué de este relato. Podéis poneros cómodos en la habitación 112.
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Había sido un día horrible. El viaje se había hecho eterno y pesado debido al temporal que venía azotando la región desde principios de semana. María, empapada, cruzó como una exhalación el vestíbulo y saludó con un discreto movimiento de cabeza, casi automático, a la demacrada mujer que la observaba. Como la había observado siempre que había atravesado la puerta de entrada durante los dos años que llevaba en aquel lugar.
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El edificio de la residencia universitaria tenía dos pisos, y para acceder al segundo de ellos había que ascender a través de unos cuantos miles de escalones. Para culminar aquel gran día, el ascensor estaba fuera de servicio.
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Cuando hubo llegado a la segunda planta, respiraba aceleradamente, y lo único que deseaba era traspasar la puerta de su cuarto para poder dejarse caer sobre el lecho, cerrar los ojos y descansar. Poner así fin a aquel mal día y despertarse, horas después, con el firme convencimiento de que sólo había sido eso: un mal día. Milagros como ese le proporcionaban motivos para abrir los ojos cada mañana.
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El estrecho pasillo se hallaba entre penumbras, y sumido en un silencio contra el que tan sólo las gotas de agua que se precipitaban hacia el suelo desde sus prendas se atrevían a enfrentarse. Aquel acompasado ritmo era casi imperceptible, pero en la quietud destacaba como el brillo de una única estrella en el cielo nocturno. No se apreciaba movimiento alguno. Aún restaban algunos días para el comienzo de las clases, pero los partes meteorológicos pronosticaban una intensa tormenta de nieve para el fin de semana, y María no había querido arriesgarse a verse el lunes sin posibilidad de tomar el autobús, como cada comienzo de semana. Además, de paso, podría dedicar más tiempo al estudio. Con la mínima actividad en la residencia, y escasas distracciones, seguro que le resultaría más sencillo.
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Cuando la llave giró y María empujó la puerta de la habitación 111, la última del pasillo, el aire cálido del interior la golpeó y la hizo retroceder. Fue como un eructo del averno. Elucubró que todo sería fruto de la calefacción, y de las dos semanas durante las que aquella estancia había permanecido prácticamente cerrada. No le dio gran importancia. Como tampoco se la dio al hecho de que las cortinas que vestían la ventana se estuviesen moviendo cuando había entrado, pese a que ésta se encontraba aparentemente cerrada. Tras algo más de dos años en aquel lugar, aquello se había tornado en una menudencia. Como todo lo que caía en garras de la rutina. Siempre había sucedido ocasionalmente, desde los primeros días en que incluso había llegado a inquietarla. Ahora, era ya motivo de todo tipo de bromas entre sus amigas. La joven arrojó su mochila hacia cualquier rincón de la habitación y se dejó caer de espaldas sobre la cama con todo su peso. El somier protestó, y el blando colchón impulsó levemente su cuerpo de nuevo hacia arriba. Escasos minutos después, María ya dormía.
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Un frío gélido y penetrante hacía temblar su cuerpo. Vestía un jersey y una gruesa cazadora además de su pijama, pero las prendas no parecían proporcionarle abrigo alguno. Un efímero vaho blanco capturaba su aliento al respirar por la boca. La estancia estaba en silencio, por lo que podía percibir sin problemas su propia respiración. Pero había otro sonido más, que parecía destacar imponiéndose a cualquier otro. Era un llanto, femenino, inconfundible. Transmitía una increíble sensación de tristeza al principio, pero progresivamente se iba convirtiendo en algo desgarrador, mucho más terrible y angustioso. Era eso lo que había incitado a María a dejar lo que estaba haciendo, no recordaba qué, para prestarle atención. Parecía surgir de algún lugar cercano. A medida que se aproximaba hacia la pared opuesta, la certeza de que aquel sonido procedía de algún punto de la habitación contigua fue "in crescendo". Sabía que no podía existir tal estancia, sabía que su habitación era la última del pasillo, pero aún así se arrimó a la pared. Un agujero, de no mayor diámetro que un ojo humano, la perforaba en un punto que debería estar cubierto por el escritorio. Pero no lo estaba, porque en aquel lugar ya no había ningún tipo de mueble: ni cama, ni armarios, ni mesilla de noche... tan sólo las paredes desnudas. Se agachó y aproximó su rostro a la blanca pared, atisbando a través del extraño agujero con su ojo derecho.
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En un principio no pudo distinguir nada, porque una densa nube gris parecía interponerse entre ella y el otro lado, pero el llanto se mostraba casi tan cercano como si ella misma estuviese llorando. Ahora era algo constante y mostraba una reiteración ilógica, como si se tratase de un mero efecto recogido en una grabadora de las antiguas, y alguien estuviese rebobinando y dándole al "play" de modo incesante. Entonces, una figura irrumpió desde lo más profundo de la oscura nube, y con un movimiento furtivo avanzó hacia María. Parecía una mujer, rubia y de ojos muy claros. Su pelo parecía muy sucio y desaliñado. Portaba lo que quedaba de un vestido, rasgado y destrozado. Y, de pronto, la figura se vio envuelta en llamas. María retrocedió y ahogó un grito. El llanto no había cesado.
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María ya se encontraba sentada sobre el lecho cuando comenzó a adquirir conciencia de lo que había sucedido. Algo a la derecha de su cuello latía frenéticamente. Tenía el pulso disparado y respiraba agitadamente y con dificultad. Cuando se hubo tranquilizado un poco y se hubo dado cuenta de que el llanto aún no había cesado, torció su rostro y miró hacia la mesita. El despertador sonaba. Alargó su mano y acalló aquel llanto.
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Nada habría ido más allá si aquel sueño hubiese sido algo aislado, pero se repitió, noche tras noche. Una recurrente pesadilla que ocupó los pensamientos de María durante el resto de semana. A la segunda noche, la muchacha apartó el escritorio de la pared aprovechando la ausencia de su compañera de cuarto para descubrir que no existía agujero alguno. Cuando sus amigas llegaron a la residencia, el lunes, decidió comentarles lo sucedido. Ninguna de ellas pareció inquietarse demasiado ni darle demasiada importancia. Todo sería fruto del estrés, pensaban, y cuando los exámenes terminasen todo volvería a la normalidad. Pero cuando le habló sobre el tema a Alba, su compañera de habitación, reaccionó de modo diferente. Alba era una joven extraña, bastante cerrada y solitaria, pero con el paso del tiempo María había logrado transformarla un poco, o al menos que perdiese en parte aquel miedo frente a ella. A Alba le apasionaban temas extraños. Tenía su estantería repleta de gruesos y antiguos tomos relacionados con las ciencias ocultas, y la colección iba, cada vez más, en aumento. Enseguida le planteó su peculiar concepción de los sueños. Para ella no eran, ni mucho menos, algo casual, sino que podían interpretarse incluso cuando eran rematadamente ilógicos. Ella mantenía que el sueño de María si tenía cierta coherencia, y a juzgar por su contenido podía ser una especie de aviso. Para ella, ciertas circunstancias del pasado podían quedar suspendidas en el tiempo, y transmitidas hacia el futuro a través de los sueños. María nunca había escuchado una hipótesis ni siquiera parecida. Sin embargo, no acogió aquella idea como una estupidez. Al contrario. Por algún motivo, llegó a obsesionarse con ella.
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En los servicios no había calefacción, y el agua fría sobre su rostro parecía casi gélida, pero consiguió despabilarla un poco. Llevaba toda la mañana entre apuntes de Doctrina Católica y no había conseguido pegar ojo en toda la noche. El examen estaba bastante próximo y le preocupaba, pero necesitaba urgentemente horas de sueño. Se secó con una toalla y emprendió el camino de vuelta a su habitación. La tarde tocaba ya fin, y el corredor a aquellas horas siempre estaba precariamente iluminado, porque hasta las nueve de la noche no se encendían todas las luces. En un primer instante pensó que se trataría de alguna compañera, pero al acercarse su opinión cambió.
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Caminaba de espaldas a María, y en su misma dirección. Cuando se sumía en la oscuridad podía parecer cualquier estudiante que se alojase en el edifico, pero en los tramos en los que la luz la iluminaba, María podía distinguirla. Su cabello rubio, sucio, casi blanco, caía irregularmente sobre sus hombros y descendía a través de su espalda casi hasta su trasero. Aunque desde la lejanía le había parecido un pijama, o algún tipo de camisón o prenda fina, su cuerpo estaba cubierto únicamente por algunos harapos, que con la incidencia de la luz se mostraban renegridos en algunos bordes. Avanzaba pausadamente. María aceleró el paso, venciendo el temor que la invadía, y miró hacia atrás para comprobar si alguien más podía estar viendo lo mismo que ella, pero el pasillo estaba desierto. Cuando volvió a mirar al frente, se encontró exactamente con lo mismo. La joven se había esfumado. María se detuvo unos segundos y pestañeó, sin estar segura de si realmente había visto a aquella muchacha al final del pasillo. Cuando regresó a su cuarto y cerró la puerta tras de sí, un par de golpes secos la sobresaltaron. La ventana estaba abierta de par en par, y una caprichosa brisa alborotaba las cortinas hacia el interior. Los postigos impactaban contra la pared. La corriente acariciaba su rostro, aún húmedo, provocándole una fría sensación. María avanzó decidida dispuesta a cerrar la ventana, que daba a un patio interior. El cielo comenzaba a adoptar el tono azul oscuro que el crepúsculo traía consigo en invierno. Entonces, súbitamente, la vio caer, a su izquierda. La misma silueta femenina, lánguida, se precipitó hacia el patio desde algún lugar más allá, en la fachada, articulando un grito que reverberó en los oídos de María. Ella se apartó de un salto de la ventana y cayó al suelo, muy cerca de la pared, temblando y sollozando.
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- ¿Diga?
- María. Soy yo. - La voz de Raúl se apreciaba clara al otro lado de la línea. Raúl era periodista, y amigo de María desde Bachillerato. Tras presenciar la imagen de la caída de aquella mujer desde su cuarto, su amiga no había podido soportar más aquella situación y le había telefoneado para contárselo todo. Raúl había intentado tranquilizarla un poco y se había comprometido a tratar de buscar alguna explicación, y a telefonearla en cuanto supiese algo.
- Ah... Raúl. No te había reconocido por la voz... ¿Qué tal?
- Bueno, como siempre, ya sabes. Verás... creo que tengo algo de lo que me pediste.
- Cuéntame.
- No es demasiado, pero creo que puede interesarte. ¿Sabías que en tu residencia hubo un incendio hace unos años?
- No tenía ni idea. - María tragó saliva. - ¿Cuándo?
- En el 72. Verás, he estado buscando en la hemeroteca y todos los rotativos regionales recogieron la noticia en su día.
- Y... ¿se quemó toda la residencia?
- ¡Qué va! Sólo una habitación. La última. La 112. Parece que el fuego se originó hacia media noche y... ¿María? María, ¿estás ahí? - Se interrumpió Raúl. Pero María ya no podía oírle. Su teléfono móvil había resbalado de su diestra y había caído estrepitosamente al suelo. María tardó unos segundos en abandonar su súbito estado de parálisis y recuperarlo.
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Susana reconocía a aquella joven. La había visto en numerosas ocasiones deambulando por el edificio. Como conserje, cada día respondía montones de preguntas en relación con la situación de las habitaciones en el edificio: familiares que querían encontrar la habitación de sus hijos, nuevos universitarios que llegaban por primera vez... todo aquello se había integrado en su día a día como la ducha matinal de rigor. Pero durante los casi cuarenta años que llevaba desempeñando su labor en aquel edificio, nadie le había preguntado nunca por la habitación 112. Por eso, cuando aquella muchacha lo hizo, invirtió unos segundos en estudiarla minuciosamente.
- Aquí sólo hay 111 habitaciones. Parece mentira que después de unos años por aquí aún no lo sepas, chica. - Respondió de mala gana.
- Lo que parece mentira es que llevando décadas trabajando aquí, usted no sepa lo que pasó en 1972. - Replicó, beligerante, ella. La mujer guardó unos instantes más de silencio, durante los que sus ojos verdes parecieron querer escudriñar más allá de lo posible en los suyos.
- Ven conmigo. - Accedió finalmente.
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Aquella huraña mujer avanzaba por el corredor de la segunda planta rápidamente, con excepcional agilidad para la edad que aparentaba. Viraba con convicción cada esquina, como si tuviese la absoluta certeza de que nadie iba a cruzarse en su camino. Era aproximadamente la hora de la cena, y los pasillos solían estar, por consiguiente, abarrotados habitualmente. No obstante, todos los corredores estaban desiertos aquella noche. La mujer prosiguió su camino sin mediar palabra, con María justo a su espalda, hasta llegar al extremo del pasillo, y aminorar su marcha a la altura de la puerta del cuarto de María. Entonces, se aproximó a la pared y María, curiosa, se detuvo. Fue a decir que aquella era su habitación, pero prefirió, sin saber porqué, callar. Entonces, la mujer comenzó a golpear la pared, y a andar flemáticamente en paralelo a ella hacia el extremo del pasillo. Los golpes eran secos y regulares, aproximadamente María escuchaba dos por segundo. De pronto, ante uno de los golpes, pudo percibirse un sonido más agudo y prolongado, y entonces la mujer se detuvo y se volvió.
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- Bienvenida a la habitación 112. - Proclamó con una sonrisa sardónica, que desapareció pronto en detrimento de un gesto melancólico más contraído. - Lo que sucedió en el 72 fue una tragedia para todos. Se declaró un incendio, muy extraño, del que nunca se halló una causa concreta. Murió una persona: una muchacha angelical que prefirió arrojarse al vacío antes que perecer devorada por las llamas. Las autoridades cerraron la residencia durante meses. Después, las actividades se reanudaron, pero la 112 era una herida abierta. Todo el que pasaba por delante pensaba en lo mismo. Por eso decidieron "esconderla", por así decirlo. No puede borrarse una habitación del mapa sin más, pero sí puede ocultarse y hacer como si no estuviese ahí, y es lo que se hizo. Tras el disfraz de esta pared, está la habitación 112.
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*_*
ResponderEliminarYa conoces mi cara!!
¿Tanto tiempo llevas investigando a esa chica? sh! jeje :P Está TODO perfecto!! La habitación, los pasillos, el baño sin calefacción!!! tú cuando hablas con ella lo haces con una libreta al lado para ir anotando, no? jaja.
En serio, no puede estar mejor!!!!!!! Seguro que se siente muy orgullosa de lo que has hecho por ella ^^ (yo lo estaría).
La única pega es que no sé si se atreverá a pasar de nuevo a la habitación, y más sabiendo que es verdad ¬¬ jajaja. A ver si por lo menos no duerme sola y así no le da miedo ;)
Uff
ResponderEliminaryo desdeluego no volvería a dormir agusto en esa habitación... por lo menos tiene compañeras de piso jajaja
Weno perdona la tardanza en pasarme por aquí pero ... he estado de "vagancia" jajaja
Muaka **Mua**
A ver quién duerme esta noche allí, sabes ¬¬
ResponderEliminar"Aquello se había tornado en una menudencia. Como todo lo que caía en garras de la rutina."
ResponderEliminar¿Todo? u_u
*_* q yuyuu >.< (no sé q más decirte, está geniall)
ResponderEliminar¡Woo! Me alegra que te guste ;)
ResponderEliminar¡Muchas gracias por pasarte!
¿Todo? ¬¬
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