Death Melody

Desde aquella tarde, siempre había velado las noches hasta que mis ojos, sedientos tras haber agotado todas sus lágrimas, se rendían ante el cansancio.

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Nada era igual desde que Laura se había ido. Jamás lo habría previsto. Desde hacía meses, las garras de la rutina se habían cernido sobre nosotros y la relación ya no marchaba igual. Nos habíamos distanciado bastante y las continuas y escandalosas discusiones en las que nos enzarzábamos no habían hecho más que ir alejándonos día a día.

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Quizá por ello me sorprendí tanto sufriendo y llorando a mares cuando estaba ya a punto de finalizar su sepelio. No la quería, ni creía amarla... pero mientras su nicho era cubierto por ladrillo me di cuenta, demasiado tarde, de que la necesitaba de algún modo, pese a todo.

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Desde entonces todo ha sido un tormento... cada día y, sobre todo, cada noche, ha sido una eterna marcha por un desierto que no terminaba nunca y me consumía por dentro día tras día. He enloquecido observando cómo el minutero del antiguo reloj de la salita tardaba horas en desplazarse. Me he encerrado en mi mundo en una soledad total... no me queda nadie. Moriría por volver atrás y cambiar tantas cosas... o simplemente por dejar de padecer esta tortura. He tenido un filo a milímetros de mis brazos, de mis venas, en varias ocasiones, pero siempre ha habido algo que me impedía perforar mi propia piel... Su voz me lo susurraba en sueños. Cada noche, cuando al fin me rendía ante el cansancio, podía verla frente a mí como tantas veces en vida: tocando en aquel enorme piano y acompañando la melodía con su suave y meloso canto.

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Pero esta noche, al despertar, ni su voz ni la triste melodía cesaron. Esperé... quizá las notas estuviesen aún rebotando entre las paredes de mi mente, al fin y al cabo. No fue así y tras pocos segundos abandoné mi lecho y, cual siervo hipnotizado, caminé embelesado hasta hallar el lugar del cual la música procedía.

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Cuando llegué a la antigua salita, decorada exquisitamente ya por los anteriores propietarios, mis extremidades parecieron ceder ante el temblor provocado por el fuerte descenso de temperatura que de pronto se había producido. Jamás había observado aquel lugar en la penumbra... Las oscuras sombras que se proyectaban desde el exterior hacia el suelo parecían ir a cobrar súbitamente vida en cualquier momento. Se cernían sobre la casa, expectantes, como un depredador lo hace sobre su presa. Todo ello ante tanta calma lograba provocarme una sensación de inseguridad tan agobiante que mi respiración se aceleró hasta resultar incómoda.

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Y entonces la vi, con sus débiles manos sobre aquel piano, vestida de un esplendoroso blanco que acompañaba a su rostro lívido como la nieve. Sus ojos, cerrados, mostraban unos párpados teñidos de un suave color morado. Las comisuras de sus labios mostraban el mismo tono. Mostraba una sonrisa... quizá irónica, no podría asegurarlo del todo al no poder apreciar su mirada. Su cabeza se movía lentamente al compás de su voz, dulce pero firme. No tardé en cerciorarme de que a pesar de escuchar su voz... sus labios jamás se separaban el uno del otro.

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A pesar de que mi garganta está reseca y el miedo comienza a apoderarse de mi cuerpo, seguiré sentado, observándola, día y noche... hasta que se digne a despedirse como nunca tuvo ocasión de hacer... Con una simple mirada bastaría.