“…Al principio, el pueblo acogió al Anderer como a una especie de personalidad. Por lo demás, en todo aquello había algo mágico. La gente de aquí no es de carácter abierto. Seguramente, en parte se debe a nuestro paisaje de valles y montañas, bosques y gargantas, y a nuestro clima de lluvias, nieblas, heladas, tormentas de nieve y grandes calores. Y la guerra, por supuesto, no arregló las cosas. Cerró las puertas y las almas todavía más y les echó un candado, poniendo lo que contenían a cubierto de la luz...”
Claudel lo ha vuelto a hacer. Volvió a aparecer, después de tanto tiempo. Sin un motivo aparente, sin un interés particular. En uno de esos momentos en que tendemos a invocar a la casualidad por no hurgar en más porqués. Había tenido tan solo un acercamiento previo al francés, aunque cómo olvidarlo. Claudel, como empezaba diciendo, lo ha vuelto a hacer y me ha dejado exactamente el mismo poso, la misma mezcla de sensaciones, la misma impresión de que algo ha cambiado en el lector tras pasar la última página.