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martes, 31 de octubre de 2017

Las lágrimas de Shiva (César Mallorquí)


Hay novelas que simplemente llegan cuando tienen que llegar. Historias que a priori no parecen demasiado, que lees casi por curiosidad, siguiendo la pura recomendación de una buena amiga. Aún sabiendo que no va a gustarte del todo, que no es tu género, o que aquello de las novelas juveniles ya quedó muy atrás. 


Y por supuesto, te equivocabas. “Las Lágrimas de Shiva”, esa trama ambientada en el mismo año de la llegada del hombre a la Luna, tiene casi todo lo que puede pedírsele a una novela juvenil. Para empezar, ha conseguido volver a despertar en mí a ese niño que todos llevamos dentro, esa curiosidad exacerbada y tan especial que después el tiempo va minando. No importa que yo sea prácticamente un hijo de los 90 y mi niñez se haya ido hacia otra época. Porque me he visto en ese Javier, nuestro protagonista, en este exilio forzado a tierras cántabras que le toca vivir.


Me he visto en sus inseguridades, en sus inquietudes, en ese apetito lector casi voraz, en esa obsesión por el misterio con el que se encuentra. Casi he caminado a su lado escudriñando cada rincón de la señorial Villa Candelaria, ese caserón con tintes góticos que le acoge, y que alberga un gran misterio en forma de trama familiar. Casi he disfrutado de ese microcosmos doméstico, de esa calma entre lecturas, zurcidos, e inventos imposibles que es la vida diaria de los Obregón: sus tíos y esas cuatro genuinas primas.



No dejamos de estar ante una de esas historias de madurez. Lo que César Mallorquí parece pretender representar aquí es precisamente ese escalón, el breve salto que nos propulsa hacia la adolescencia. Su maestría es disfrazar eso que hemos visto tantas veces plasmado de este modo: enredado en una trama que aúna romances, una gran leyenda, literatura y sobre todo, mucho misterio. Y su maestría es, sobre todo, que nos lo creamos. Trasladar esa inocencia, esa ilusión, y esa curiosidad infinitas a cada personaje y a cada descripción.


Leer “Las lágrimas de Shiva”, más que leer a César Mallorquí, es leer a Javier. Un niño que ha vivido una aventura, que ha crecido, que ha aprendido y que pretende contárnoslo. Y eso es lo mejor de la novela. Porque a veces, y aunque sea un espejismo, a todos nos apetece volver a pensar, sentir, y vivir como niños.

6 comentarios:

  1. Tiene algo muy especial eso de volver a sentirse niño o adolescente lector, es casi como si te renovara.
    Me apunto a echarle un vistazo.
    Besines

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    1. Sin el casi, te diría. En cierto sentido te renueva. Y muy bien qué viene a veces :)

      Besines!

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  2. Pues no soy yo muy amiga de la literatura juvenil pero tal como pintas éste... Besotes!!!

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    1. Yo también soy cero de juvenil, Álter, pero mira. A veces fuera de la zona de confort también nos esperan sorpresas agradables.

      Un besín.

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  3. Suena delicioso. Qué fantástico cuando damos por sentado ciertas cosas que pensamos que nos llegaron ya un poco tarde, y de pronto nos sorprenden, devolviéndonos esa sensación de descubrimiento de cuando casi empezábamos a soñar despiertos con la lectura en nuestros inicios.

    Un abrazo, feliz finde ;)

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    1. Lo has descrito perfectamente, Ray.

      Son lecturas que rejuvenecen un poco en cierto modo, y nos trasladan a esa ilusión de antaño que se va diluyendo un poquito con el tiempo en todos.

      Un abrazo, y gracias! :)

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