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martes, 26 de abril de 2011

Atardecer


Atardecer. Esa explosión cálida de colores que da la bienvenida a la Luna. Como si fuese un foco, luminoso, que la hiciese destacar cada vez que entra en escena.
Desde la distancia, mirar al cielo se asemeja a observar la inmensa paleta de un artista al que nadie ve. Cuando la noche ya acecha, nos muestra su gama de rojos, púrpuras y naranjas. Cada día es distinta, con tonos más difusos o más potentes. A veces pienso que ese pintor invisible trabaja durante la noche para sorprendernos, al día siguiente, con sus colores.

Atardece en un lugar especial. Porque, como cualquier obra, nos transmitirá algo distinto dependiendo del cristal tras el que la contemplemos. No hace falta demasiado: el incómodo asiento trasero de un autobús puede ser un lugar privilegiado para vernos absorbidos por el cielo. Pero hoy he preferido un lugar especial, ¿quién no tiene alguno? Ese rincón, paraje, que para mí ha adquirido un significado, una Razón. Eso que lo vincula, de algún modo, a alguna parte de ese fino hilo en el que nos mecemos en la vida.


En mi caso, este lugar está ligado a mi pasado. La parte de ese hilo que observaría, quizás algo deshilachada, si echase la vista atrás. Hace pocos días regresé, casi por casualidad, y me di cuenta con tristeza de que casi lo había olvidado. Hacía varios años que no ponía un pie sobre la roca, que no avanzaba a través del angosto puente con la absurda sensación de ir a precipitarme al agua en cualquier momento.  Sí, hacía tiempo que no me detenía a contemplar el pequeño castillo que domina aquella parte del pueblo. No había perdido su encanto.
La última vez que había estado aquí, observando el cielo, bullía en dudas sobre lo que me quedaría por venir, por vivir. Aún mantenía casi intacta el alma de un crío, y lo que hoy me puede preocupar en aquel momento no llegaba ni a planteármelo. También podía percibir el olor dulzón a vainilla de un perfume y, cuando alguna caprichosa racha de viento lo permitía, unos largos azabaches llegaban a enredarse entre mis cabellos. O unos fugaces labios se posaban sobre mi cuello para provocarme un escalofrío imposible de describir con palabras.
Hoy, tiempo después, el tono del cielo colorea el lugar de un modo muy similar al de aquella remota tarde. Algunas de aquellas inquietudes y preocupaciones se han ido desvaneciendo con los años. Otras han surgido. Quizás menos, pero se antojan mucho más “reales”. Hoy el único perfume lo arranca el viento de cada flor que me rodea, y llevo un jersey de cuello alto. Sin embargo, me sorprendo al bajar la vista y descubrir, reflejada en el río, una sonrisa. No me atrevería a decir si más o menos amplia que la que lucía aquella otra tarde, pese a la inquietud.

Creo que las personas cambiamos cuando algo agita nuestro hilo. Nos adaptamos para aferrarnos a él y no vernos caer. Lugares como éste nunca cambian. Parecen mantener a buen recaudo todo lo que hemos sentido en ellos, esperando nuestro regreso.
En cualquier atardecer.


Fotos desde:

· farosdelmundo.com

· lamula.pe


4 comentarios:

  1. Los lugares, efectivamente no cambian, pero nosotros pasamos por ellos y al final dejaremos de hacerlo porque somos mortales, pero un atardecer, un paisaje, un bosque siempre continuarán ahí por siempre jamás.
    Saludos
    Ana

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  2. Ojalá tengas razón y los humanos, en nuestro egoísmo, no terminemos por cargarnos lugares así con nuestro "progreso", Ana.

    Gracias por la visita, un beso!

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  3. Es agradable poder leerte Rober, porque tienes un toque mágico para abstraer al lector de todo lo que le rodea y hacerle partícipe de todo aquello que describes; de tu "pluma" si hoy día se utilizase tal elemento, sale pura poesía, lo cierto es que me rindo ante tu gran talento amigo mio y desde mi más humilde opinión te digo sinceramente que "tú si que vales".

    Un abrazo y gracias por mantener vivo el gusto por leer siempre cosas que merecen la pena.

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  4. Muchas gracias siempre a ti por leerme, Ana :) Con comentarios así da gusto escribir! Me alegro que hayas podido "meterte" tanto en la historia porque es cuando en realidad se disfruta al máximo de lo que leemos.

    Un beso!

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