Páginas

jueves, 28 de octubre de 2010

Invierno


       Por fin había llegado el invierno. Para quedarse. Habían regresado las lluvias, el viento feroz, las nubecillas de vaho, residuos de las palabras. Incendios en las conversaciones a pocos grados de temperatura.
       Por fin se había ido el calor, y las calles repletas de críos ociosos. Y las toallas extendidas sobre la arena, y las minifaldas, aunque no tanto. Por fin las playas se habían quedado vacías, desiertas, olvidadas. Habían desaparecido las terrazas en los bares, y agonizaban las canciones del verano. Por fin se habían ido las noches interminables, y el color.
       Quizás por eso me gusta el invierno, de la misma manera que una fotografía en blanco y negro. Respiran la misma suerte de misticismo. El color, a veces, sólo disfraza la esencia de las cosas.
·

miércoles, 13 de octubre de 2010

La mejor sonrisa


Sara observó con contrariedad el abundante número de informes que se apilaban al extremo de la mesa. La oficina se había sumido en el silencio del fin de turno. Los teléfonos habían dejado de sonar, casi todos los ordenadores habían cesado en su zumbido perpetuo, y los ventiladores ya hacía rato que no funcionaban.  Sara aún mantenía la luz encendida y su despacho se había convertido en la luminosidad que disentía de la calma, el silencio y la soledad. Echó un fugaz vistazo a su reloj de pulsera para recordarse que hacía veinte minutos que debía haber abandonado el edificio.
Aquella quietud la intranquilizaba de modo inexplicable. Ella no quería calma, necesitaba ajetreo. Necesitaba que los teléfonos sonasen, que el teclear de sus compañeros en sus ordenadores le perforase los oídos y de vez en cuando alguien tropezase con alguna de esas horribles papeleras metálicas. Necesitaba que el mundo le recordase cada poco que continuaba girando. Pensaba en eso cuando comenzó a escuchar los pasos desde el final del pasillo. Parecieron sacarle de aquel pequeño y absurdo trance, y regresó a la anodina labor de archivar informes.