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domingo, 11 de julio de 2010

La lechuza (Parte 2/2)

        Iris no volvió a ver a su abuela. Pasaron días hasta que sus padres reunieron voluntad para contarle qué había pasado realmente, aunque Iris sospechaba que algo no iba bien, porque siempre estaban muy tristes y silenciosos, incluso a la hora de comer. La abuela había muerto aquella misma noche en que Iris había mantenido su última conversación con ella. La muchacha se pasó varios días encerrada en su cuarto, sin salir apenas para comer e ir al baño. Sentía que había perdido mucho más que a un familiar cercano: había perdido a la única persona en la que podía confiar sin censuras cualquier cosa, incluso los pensamientos más íntimos. No le gustaban los funerales, pero pidió a sus padres ir al de su abuela sólo para comprobar que efectivamente hubiese algún tipo de cruz cercana a su lecho eterno.
        Iris era una persona de actuar, lo había descubierto junto con su abuela aquella última noche. Y en aquel caso no iba a ser una excepción.
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        Habían pasado dieciséis años, pero todo seguía prácticamente igual, salvo por que la hierba estaba alta y descuidada. La  casa, de la que Iris se había mudado junto con sus padres tras la muerte de la abuela, se conservaba muy bien, y en apariencia aún resistía los duros inviernos del norte. Nadie la había habitado desde entonces: sus padres habían perdido toda esperanza de poder venderla tras dos años de tentativas infructuosas.
        Comenzaba a llover con fuerza, pero a Iris no le importó, y prosiguió su avance entre la hierba que casi le llegaba por la cintura. Soplaba un leve viento que alborotaba sus cabellos color azabache y sus ropas. En algunas zonas, sus deportivas se hundían parcialmente en el terreno, pero a Iris ni se le pasó por la cabeza detenerse.
        Unos cinco minutos después de comenzar a andar, divisó El Rincón. Tampoco había cambiado demasiado desde la última vez. Atardecía, y los densos árboles comenzaban a proyectar las sombras. Las mismas sombras caprichosas de antaño. La solitaria cruz de Draco se alzaba y también plasmaba en la hierba su diminuta silueta aumentada. Era como un cartel que rogase silencio, que proclamase descanso eterno. Algún grillo madrugador comenzaba a pregonar su canto al cielo, aún tímido, en algún lugar cercano. Iris comenzó a avanzar más rápidamente, reparando en que si no se daba prisa la noche la alcanzaría entre la hierba.
        Cuando alcanzó la cruz de Draco, cerró un momento los ojos tratando de recordar dónde había enterrado aquella lechuza. Creía que había sido unos pasos a la derecha del infortunado murciélago, así que comenzó a andar despacio en esa dirección. Tras haber recorrido sólo unos pocos metros, notó que pisaba un terreno notablemente más elevado, se detuvo y retrocedió.
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        La nueva cruz disentía un tanto con su semejante, mucho más carcomida por el paso del tiempo pero aún firme. Aún así, Iris se sintió satisfecha y regresó al vehículo tras permanecer unos minutos en silencio, hechizada por aquel lugar tan especial. Su hechizo perduraba aunque casi todo a su alrededor hubiese caído en el olvido. Mientras avanzaba de regreso a través de la hierba, recordó la última conversación con su abuela: aquello de “actuar” u “olvidar”, y cómo su abuela le había asegurado que cada persona optaba por hacer una cosa u otra, y que no podía cambiarse porque formaba parte de nosotros. Iris, tras haberse empapado para colocar una simple cruz, pensó entonces que quizás su abuela se equivocaba.
        -          ¿Qué coño hacías? ¡Llevas media hora ahí arriba! – La reprimió Rubén, que ocupaba el asiento del conductor. Iris estaba empapada, y cuando aproximó su rostro al de ella para besarla suavemente en los labios, notó que también estaba helada.
        -          ¿En serio? ¿Tanto tiempo?
       -          ¿Por qué no me has dejado acompañarte? ¿Qué hay ahí arriba? ¿Un ex – novio salvaje o algo?
       -          No. – Rió ella. – Es demasiado largo y demasiado… increíble para poder contártelo. Prefiero guardármelo para mí. De verdad.
       -          Como digas. – Aceptó él. - ¿Nos vamos ya? – Propuso, mirando a Iris, que en aquel momento eliminaba el vaho condensado del cristal de la ventanilla con su mano, para poder tener una visión de la casa. – Vivías allí, ¿no?
        -          Sí. Cuando era una cría.
        -          ¿Con… tu abuela? – Indagó él temeroso. Con el tiempo había comprendido que aquel tema era delicado, casi tabú, para su chica.
        -          Murió allí. – Respondió ella, casi en un susurro. – Después nos fuimos y pusimos en venta la casa.
        -          Nunca me has contado… como murió. Aunque bueno, no me importa si no quieres hacerlo. Ya sabes que soy muy cotilla…
        -          Estaba muy enferma. Yo era una cría y no podía verlo, pero se consumía poco a poco. Un día una lechuza se posó en su ventana, y a la mañana siguiente murió.
        -          ¿Y… qué pinta la lechuza?
        -          Es una superstición. En los pueblos más antiguos de Asturias, se mantiene la creencia de que una lechuza cerca de una vivienda es un augurio de muerte.
        -          ¿Tú crees en eso?
        -          Ahora no. – Afirmó Iris, recordando en aquel momento la última expresión que había visto en el semblante de su abuela, mirando hacia la ventana aquella noche. Los ojos desmesuradamente abiertos, y un gesto en su boca que cada vez le parecía más de terror en sus recuerdos. – Pero creo que ella sí creía.
        -          Qué mal rollo. ¿Y tú viste a la lechuza?
        -          La había visto y me había dado mucho miedo. Cuando la abuela murió, estaba convencida de que la lechuza la había matado. Cosas de críos, ya  sabes. Así que me la cargué. Le pegué un tiro con la escopeta de mi padre. Cuando disparé me caí de culo, pero le di a la primera.
        -          Joder…
        -          Era una niña loca. En fín… ¿Nos vamos?
        -          Mejor nos vamos antes de que descubra que me acuesto con Terminator, sí.

4 comentarios:

  1. Dios! lo leí hace siglos jajaja pero se me olvidó comentar... sorry !!!

    Como siempre me gustó el relato pero me quedó un gusto asi.... un poco no se .... no quisiera encontrarme con esa niña jajajajajajajaja es una persona muy de actuar si señor, su abuela se lo dejo clarito :P

    Me gusta la forma de contarlo, haciendo que sean unos años después.

    Un besito

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  2. Un relato que invita a la reflexión más íntima de nuestros sentimientos hacia las cosas que no comprendemos. Me gusta la dualidad de "actuar" u "olvidar", aunque a veces se pueden hacer las dos cosas a la vez.
    Me ha llamado la atención la cruz que puso también a la lechuza, pues según la filosofía de Iris y su abuela éstas eran para aquellas personas o seres que habían muerto sin merecerlo, para que Dios les tuviese en cuenta. Es como si interiormente Iris supiese que "actuar" no había sido la elección más correcta.

    Como siempre un relato sorprendente y revelador!!!!

    Un beso Rober!!!!

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  3. Gracias por comentar como siempre Rebe ;) Quería un personaje un poquito "loco" o que cediese a lo correcto en esta historia.

    ¡Un besín!

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  4. Gracias a tí también, Ana, por dedicarme un poquito de tu tiempo :P

    El tema de la cruz que mencionas aparece por algo, como cualquier detalle en cualquier relato, como seguro que ya sabes :)

    Es más o menos como lo imaginas. Iris está tan unida a su abuela, aunque ya no esté a su lado, que nunca olvida lo que le ha enseñado. No puede renunciar a su innata capacidad de "actuar", pero fue su abuela quien en su momento le enseñó la historia y el "significado" de esa cruz en cada tumba. Ella, bien por arrepentimiento, bien por fidelidad a las enseñanzas de la anciana, las imita en parte ;)

    ¡Un abrazo Ana!

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